El mundo, más hambriento que nunca

"Podría podar una flor, cantarle así al amor, pero voy a sembrar hortalizas, te daré un puñado de las semillas". 

La artista madrileña Caliza entona estos versos en su tema El jardinero, el cual narra la historia de alguien que decide abandonar dicho oficio para hacerse agricultor. El halo poético de su música se ancla en la preocupación por uno de los mayores retos a los que se enfrentan nuestras sociedades en plena crisis climática: la seguridad alimentaria, que está viéndose amenazada por las constantes sequías, inundaciones y la pérdida de biodiversidad, entre otros factores.

En 1972, el informe Los límites del crecimiento ya alertaba de una disminución en la producción global de comida si se continuaba sobreexplotando la Tierra. Ahora, un estudio reciente de la revista Nature Communications, liderado por científicos estadounidenses y alemanes, arroja nuevos datos sobre el abismo de hambre al que nos aproximamos. Según los autores, existe un “riesgo sistémico” de que se produzcan fallos simultáneos en las cosechas de varias regiones líderes en el cultivo de alimentos, como América del Norte, Europa o el este de Asia. Esto es debido a los efectos que el cambio climático está teniendo en las llamadas corrientes en chorro (jet stream), que verían alteradas su trayectoria, dando lugar a eventos meteorológicos extremos ocurridos a la vez en los principales graneros del mundo, un fenómeno que hasta ahora ha sido subestimado.

Malnutrición, inflación y conflictos

Las corrientes en chorro son vientos atmosféricos que determinan patrones climáticos. El escritor especializado en medioambiente George Monbiot explica cómo, si su flujo se paraliza en alguno de los meandros, se produce una suerte de efecto bloqueo que provoca fríos intensos, o bien sequía y calor abrasador en distintos territorios al mismo tiempo, reduciendo el rendimiento de las cosechas. Estos procesos, al darse de manera sincrónica, minarían la capacidad de los países de importar o exportar alimentos, con lo que la población estaría expuesta a grandes dosis de sufrimiento. De hecho, el estudio de Nature Communications avisa de una inflación en la comida que podría conducir “al conflicto y la malnutrición” en las naciones menos resilientes.

En declaraciones recogidas por el diario AlJazeera, el autor principal del estudio, Kai Kornhuber, investigador en Columbia y en el Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGAP), no se anda con paños calientes: “estamos entrando en aguas desconocidas cuando nos encontramos batallando para tener realmente una idea exacta del tipo de extremos que vamos a encarar”. Con proyecciones que se materializarían en la segunda mitad de este siglo, Kornhuber también afirmó que su estudio es “una llamada a despertar en términos de nuestra incertidumbre”.

“Más hambriento que nunca“

Pero no hace falta pronosticar el futuro cercano para saber que el mundo está “más hambriento que nunca”, según indica la ONU. La organización destaca la guerra y la crisis climática como causas que impulsan la inseguridad alimentaria a nivel global, y enfatiza en las desastrosas ramificaciones del conflicto en Ucrania, responsable de una subida en el coste del gas y, como consecuencia, en los fertilizantes. Todo ello podría desembocar en una “crisis de disponibilidad de alimento” y no tanto de falta de solvencia económica para adquirirlos, teniendo en cuenta que la producción mundial de maíz, arroz, soja y trigo descendió en 2022.

Como ya analizamos en Climática, el número de personas que padecen inseguridad alimentaria aguda ha pasado de 135 millones en 2019 a 345 el año pasado, y se calcula que 828 millones se acuestan cada noche con hambre, una situación que podría empeorar tras el anuncio reciente de Rusia: el Kremlin ha suspendido el acuerdo de exportación de grano ucraniano a través del mar Negro que firmó el pasado julio, alegando el incumplimiento internacional de los requisitos rusos, como el levantamiento de algunas sanciones. Si bien RTVE ya estimó hace unos meses que el 60% del grano de Ucrania estaba siendo destinado a países ricos como China, España o Italia, la nueva medida adoptada por Putin pone aún más contra las cuerdas el mercado global y perjudica especialmente al llamado Tercer Mundo, en particular el Cuerno de África y los territorios del Sahel. 

En España, la conflagración en Ucrania ha pasado factura en lo referido a los precios de la energía, y se ha constatado nuestra vulnerabilidad alimentaria azuzada por la crisis climática durante la pasada primavera. En mayo, la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) lanzaba una misiva de socorro por una sequía que afectaba al 80% del campo y que estaba destruyendo las cosechas. Algunas, como el almendro, se salvaron gracias a las lluvias de junio, pero esas precipitaciones tardías no lograron que remontara el cereal, el olivo, la sandía o el melón, e incluso arruinaron la cereza del Jerte. También se encuentra en estado crítico la naranja valenciana. No cabe duda de que las banderas rojas se multiplican frente a los ojos de una ciudadanía que contempla, estupefacta, la inacción medioambiental de los gobiernos. Tendremos que cantar, con Caliza, “¿a qué espero, a qué esperas? ¿qué otra cosa hay a la que puedas dedicarle tus poemas?”. La huerta antes que el jardín, la ética venciendo a la estética.