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Fundido a verde

Sea por sensibilidad genuina o por imperativo legal, las productoras de cine se suman poco a poco al esfuerzo por mitigar el cambio climático. Esta exigencia ha propiciado el desarrollo de empresas dedicadas al recuento de CO2 y a la reducción del impacto ecológico.
Rodaje de una serie. Foto: ÁLVARO MINGUITO

Este reportaje se publicó originalmente en #LaMarea94. Puedes conseguir un ejemplar de la revista, en digital o en papel, a través del kiosco.

Se anunció en la ceremonia de los Goya. El presidente de la Academia de Cine, Fernando Méndez-Leite, azadón en mano, plantaba árboles en un paraje del municipio de Udías, en Cantabria. «En este paisaje maravilloso del norte de España está a punto de nacer El Bosque del Cine Español –explicaba–. La Academia plantará aquí mismo todo un bosque de especies autóctonas con la idea de compensar la huella de carbono que deja esta gala». ¿Tiene nuestro cine más conciencia ecologista que antes? Pues en la actualidad sí, unas veces por inquietud personal de algunos productores y otras porque no tiene más remedio. Las ayudas a la producción que conceden el ICAA (el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, dependiente del Ministerio de Cultura) o la oficina de Europe Creative MEDIA (de la Unión Europea) están sujetas a criterios de sostenibilidad ambiental. Sin una previa planificación verde es casi seguro que no hay subvención.

La pretensión de hacer una industria audiovisual más sostenible y respetuosa con el clima lleva varios años en circulación. En nuestro país la productora pionera en este tipo de iniciativas, por decisión propia, fue Morena Films, entre cuyos títulos destaca la supertaquillera Campeones (2018). Después, por recomendación financiera, se han sumado todas las demás. Recientemente lo ha hecho El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar, que ha realizado su plantación de árboles en Cedillo de la Torre (Segovia) con el objetivo de capturar el CO2 emitido en los rodajes de la serie Mentiras pasajeras y del cortometraje Extraña forma de vida.

Estas exigencias legales en torno a la sostenibilidad de los rodajes ha impulsado la creación de un nuevo oficio cinematográfico, el del llamado ecomanager, así como el desarrollo de empresas dedicadas al recuento de CO2 y a la reducción del impacto ecológico. Las dos más grandes en España son Mrs Greenfilm y Creast. Esta última, una consultora tecnológica que ha desarrollado junto a la Academia de Cine la creación del Sello Verde para las producciones españolas, ha registrado un crecimiento sustancial en los últimos meses. «La empresa empezó en 2019 y se centraba en la publicidad y los eventos. En el área de cine empezamos en 2021, trabajando con productoras como La Claqueta y Morena Films. Y la explosión vino un año después: pasamos de ser tres trabajadores en nuestros inicios a ser actualmente más de treinta», nos explica Yolanda Costas, responsable del área de producción en Cine y Ficción de Creast.

Esta empresa ha auditado el impacto ambiental de más de 100 producciones y eventos, desde películas como En los márgenes o Cerdita a grandes acontecimientos como la gala de los Goya o el Festival de San Sebastián. Su labor consiste en predecir la huella de carbono, hacer un plan de reducción de emisiones, medir estas emisiones cuando la producción está en marcha y todo aquello que no se pueda reducir, compensarlo con diferentes acciones. ¿Cuáles? «Los proyectos de reforestación son los más visuales, pero tienen el inconveniente de que un árbol tarda 40 años en crecer y en absorber la huella producida en unas pocas semanas. Otra forma de compensación es la adquisición de créditos verdes. La ONU supervisa algunos de estos créditos que están destinados a descarbonizar las economías de los países en vías de desarrollo. También se puede compensar invirtiendo en el cuidado y la restauración de ecosistemas. Hay muchas alternativas», detalla Costas, que insiste en que el primer objetivo es la reducción. «Estamos en un momento de emergencia climática y lo importante es frenar la escalada de emisiones», asegura.

Fundido a verde
El Deseo ha realizado una plantación de árboles en Cedillo de la Torre, en Segovia. ÁLVARO MINGUITO

«Creo que es muy positivo que lo primero que hagan sea tratar de reducir. Y eso es de agradecer porque no es así en todas las industrias», explica Andreu Escrivà, doctor en Biodiversidad y autor del libro Contra la sostenibilidad. Escrivà es muy crítico con todo lo que tiene que ver con etiquetas como lo bío, lo eco y lo sostenible. A su juicio son promesas vanas que nos impulsan a cambiar unas pocas cosas para acabar consumiendo lo mismo. «Lo que no debemos hacer –añade– es conformarnos con compensar en la contabilidad del carbono. No se trata de plantar árboles y desentendernos sino de identificar todos los impactos de nuestra actividad y buscar una mejora continua». Lo de plantar árboles, además, no es la panacea. «A veces, restaurar un ecosistema o simplemente adecuarlo para que tenga su propia evolución es mucho más positivo para la captura de carbono. Pero en el imaginario colectivo seguimos teniendo clavada esa imagen del árbol. La gente puede pensar que un humedal es un charco con cuatro plantas, pero a lo mejor ese charco absorbe más CO2 que un pinar mal plantado».

Las buenas prácticas

La industria audiovisual en pleno se ha subido al carro de la sensibilidad ecológica. Igual que hoy resulta inadmisible la crueldad contra los animales en un rodaje (y en España hay ejemplos sangrientos, como el perro tiroteado en Pascual Duarte o los toros estoqueados en Hable con ella), casi todas las producciones incluyen ya en sus títulos de crédito algún tipo de sello verde.

Netflix, sin ir más lejos, anunció medidas para reducir la huella de carbono de sus producciones, lo mismo que HBO, que termina sus episodios de Succession con la leyenda «HBO Green», una supuesta garantía sobre su cuidado en lo referente a combustible, energía, materiales, gestión de residuos y contratación de personal local. Atrás quedaron los años en los que una superproducción podía arrasar un paraje natural, como ocurrió por ejemplo en el rodaje de La playa (2000), en Tailandia. Resulta irónico que el primero que mostrara inquietud hacia este tema fuera Roland Emmerich, un director que ha devastado el planeta Tierra varias veces en la ficción. En El día de mañana (2004) pagó 200.000 dólares de su bolsillo a la ONG Future Forests para la plantación de árboles con los que consiguió (al menos así se publicitó) la primera película neutra en emisiones.

En Francia, la guía EcoProd estima que un largometraje rodado en diferentes localizaciones emitiría a la atmósfera el equivalente a 1.000 toneladas de CO2. En Reino Unido consideran que una hora de producción televisiva libera 5,7 toneladas de dióxido de carbono, una cifra basada en el cálculo que hizo en 2021 la organización Albert. En España, según Creast, el rodaje estándar de una publicidad emite 20 toneladas de CO2 en tres días, el equivalente a la huella de carbono que deja una familia en 3 años. ¿Qué se hace para reducir este impacto? De todo, empezando por planificar el mínimo de desplazamientos posibles y siguiendo por la reducción del gasto energético, la elección de alojamientos cercanos y sostenibles, la optimización de los materiales utilizados, el alquiler de equipos, la contratación de trabajadores locales, el tratamiento de los residuos, el reciclaje, el ahorro de agua y hasta un consumo alimenticio adaptado a las circunstancias. «El cambio en el catering ha sido paradigmático por su rapidez. Ahora es raro encontrar un catering que te traiga comida que no sea de cercanía y de temporada. Y en vajilla de loza, no de plástico. Hay más problemas en otras áreas, como el de los vehículos, porque ahí sí que el cambio implica hacer una inversión muy grande», explica Costas.

Luego puede ocurrir, por ejemplo, que un director de fotografía no admita cambiar sus métodos de iluminación por otros menos contaminantes ya que eso, a su juicio, podría alterar la calidad final de su trabajo. «Nosotros no intervenimos en el proceso creativo, esa es nuestra filosofía. Acompañamos a estas productoras en esta transición verde y les damos herramientas para que sean autosuficientes. Hacemos sugerencias, sí, pero la última palabra la tiene producción. El arte está por encima de todo. No vamos a cambiar un guión porque haya impactos ambientales», precisa Lorea Elso, responsable en Creast del área de distribución y exhibición.

Cabalgando contradicciones

Los propósitos de Creast, sin embargo, pueden verse comprometidos por asociaciones un tanto problemáticas con empresas que no son precisamente un ejemplo de buenas prácticas sostenibles. Entre las campañas de publicidad que han supervisado están, por ejemplo, las de Nestlé (con un largo historial de abusos en la gestión de manantiales y uno de los líderes mundiales en producción de plásticos) o Iberdrola (sospechosa de vaciar embalses para acrecentar rápidamente sus ganancias). «Nosotros no auditamos a estas empresas –explica Yolanda Costas–, sólo auditamos su comunicación, sus campañas. Hay efectivamente un problema: que la campaña de publicidad sea verde no significa que la empresa lo sea. Una agencia de publicidad puede tener esa intención, que su trabajo sea muy positivo y que su campaña sea sostenible, independientemente de la empresa que la contrate». Andreu Escrivà tiene una opinión diferente sobre este tipo de contradicciones y recurre a un ejemplo relacionado con los libros: «Una editorial puede publicar un libro negacionista respetando todos los protocolos en materia de sostenibilidad, ¿pero de qué serviría? Debes pensar en el impacto de ese producto cultural más allá de la simple contabilidad de carbono».

En cualquier caso, Escrivà cree que es muy positivo que el sector audiovisual se sume al esfuerzo por reducir las emisiones y hace hincapié en la importancia de un capítulo que todas las consultoras contemplan en sus actividades: el de la formación del personal. «La formación en buenas prácticas climáticas debería ser similar a la de la prevención de riesgos laborales. Y, además, sería beneficioso para todos porque hay trabajadores que aportarían ideas, desde su experiencia, sobre cómo contribuir a reducir el impacto ambiental. Esto ya ha ocurrido en otras industrias: las buenas ideas vienen muchas veces de los trabajadores de la fábrica, no de un ingeniero que trabaja a solas en un despacho en Berlín. Lo ideal es que todo esto fuera como una lluvia fina que fuera calando poco a poco y que acabara por instalarse definitivamente en todos los ámbitos».

Los productores de cine, según ratifica Yolanda Costas, lo han entendido así y se han adaptado rápidamente. Hace sólo dos años eran más reacios; ahora, en cambio, prácticamente todos se muestran comprensivos y colaborativos a la hora de reducir su huella de carbono. Y esa es una gran noticia según Escrivà: «Hasta hace poco parecía que el mundo del espectáculo no estaba sujeto a las mismas normas que el resto de los mortales. Pero ya estamos viendo a Coldplay, por ejemplo, tratando de compensar lo que emiten sus conciertos y buscando las mejores rutas para minimizar el impacto de sus giras. Teníamos la sensación de que el mundo de la cultura estaba al margen de esta cuestión, de que no iba con ellos. Si fabricas coches o cemento estos temas te tocan de primera mano, pero eso de hacer películas o conciertos parecía una actividad al margen. No lo es. Por eso valoro mucho estos primeros pasos. Tengo esperanza, más de la que parece. Creo que hay una inquietud latente y que la gente quiere hacer las cosas bien».

* Ampliación y actualización: 1 de junio.

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