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Europa sigue enganchada al gas un año después de la invasión rusa en Ucrania

Varios expertos energéticos analizan la petrolización del gas, si el hidrógeno es una alternativa y la urgencia de inversiones en renovables.
Terminal de Enagás en el puerto de Barcelona. Foto: REUTERS/Nacho Doce

El gas fósil (conocido comercialmente como gas natural) plantea actualmente dos problemas: desde el punto de vista del clima porque es un combustible fósil (aunque tenga la etiqueta ‘verde’ de la Unión Europea) y, desde el punto de vista geoestratégico porque Rusia es el país con las mayores reservas mundiales. La crisis energética derivada de la invasión rusa en Ucrania se planteó como una oportunidad para el abandono progresivo del gas y el impulso definitivo de las energías renovables que permitieran a la Unión Europea cumplir con los objetivos marcados en las cumbres del clima. Un año después ¿se está avanzando o todavía hay una gran dependencia del gas?

Un primer balance arroja un resultado positivo. El consumo de gas se redujo un 20% en 2022 en la UE y en un 8% en España. Pero poco duran las alegrías en lo que concierne a la energía. La compra y almacenamiento de gas natural licuado (GNL) que llega por barco, por ejemplo, de Estados Unidos, se ha disparado con España a la cabeza en estas importaciones. «Europa intentó diversificar los gasoductos que venían de Rusia. Las rutas, pero no la fuente. Dijeron: Vamos a invertir en otros gasoductos que no crucen por Ucrania», apunta Ana Maria Jaller-Makarewicz, analista energética del IEEFA Institute.

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«Parece que el gas licuado procedente de Estados Unidos ha llegado para quedarse una buena temporada. Si es así, tiene un problema ambiental que no tenía el gas ruso, por ejemplo, que es que el gas natural licuado de Estados Unidos proviene del fracking, un método de extracción mucho más contaminante y territorialmente extensivo. Y, además, se transporta en barco, su fuel es altamente contaminante», explica Aurèlia Mañé, profesora de la Universitat de Barcelona experta en sistemas y relaciones energéticas internacionales.

Gas, ¿energía verde?

El 2 de febrero de 2022, la Comisión Europea dio el visto bueno para etiquetar el gas fósil –y la nuclear–como ‘verde’ de cara a las inversiones. Desde Bruselas se apuntó que ambas fuentes de energía no son climáticamente neutrales ni sostenibles, pero se consideró que sí son adecuadas bajo ciertas condiciones de extracción y que pueden servir para acelerar la transición hacia las emisiones netas cero en 2050.

Esta nueva taxonomía no estuvo libre de polémica y provocó un enorme rechazo de la sociedad civil, pero también de muchos países (incluido España) y de especialistas que la consideraron como una estrategia retardista frente a la transición ecológica necesaria en la lucha contra el cambio climático.

«Se consideró una energía de transición porque el gas es un compuesto más ligero que los hidrocarburos líquidos (como el petróleo) y tiene menos átomos de carbono. Pero cuando lo quemamos, estamos inyectando CO2 a la atmósfera», indica Patricia Cabello, profesora de Dinámica de la Tierra y del Océano de la Universitat de Barcelona

«No creo que el gas debiera considerarse una ‘energía verde’. Dentro de todo el proceso, desde la producción, extracción, hasta el consumo, se emiten muchos gases de efecto invernadero», dice Cabello. Esta experta en reservorios de hidrocarburos también incide en que «si se obtiene por fracking se alteran los ecosistemas, se usa mucha agua, aditivos y energía» y en que para su transporte «hay que construir gasoductos y mantenerlos o llevarlo por vía marítima, que implica el consumo de fuel-oil de los barcos».

En la siguiente infografía, elaborada por CREAF y Newtral, se muestran los principales productores de gas y los impactos ambientales de su extracción.

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«La retórica del gas como energía verde viene de hace más de diez años, cuando la UE ya decía que el gas era el combustible de transición, amigo de las renovables y amigo del clima. Lo que se vio es que desplazaba las inversiones en renovables y que era amigo del clima solo parcialmente, porque como combustible fósil, es el que menos emite, pero si miramos en toda la cadena desde la extracción, el metano tiene muchos impactos antes de su combustión», asegura Alfons Pérez, ingeniero y analista de energía en ODG. Pérez destaca que el nivel de inversión pública que se está poniendo encima de la mesa para las infraestructuras de gas es «muy alto».

‘Petrolización’ del gas natural

La profesora Aurèlia Mañé asevera que se está produciendo una «petrolización del gas» porque se está pasando una forma de comercialización similar: «El petróleo está en un solo mercado. Se paga a un único precio (Brent), no hay posibilidad de competencia. Si se paga, por ejemplo, el petróleo de Arabia Saudí a precio del mercado Brent, como el coste de extracción no es lo mismo, ahí hay un excedente que se llama renta. Por ejemplo, los fondos de inversión de Catar, que vemos en las camisetas de fútbol. Eso es dinero que se paga con ese excedente de la renta del petróleo que se ocasiona al tener un mercado único con un precio unificado. En el caso del gas, esto no era así hasta ahora porque básicamente el gas era regional o bilateral. Pero si esto cambia, si el gas se hace líquido (GNL) y se transporta en barco, tendemos entonces un precio único». Mañé señala que las grandes ganadoras del juego son las gasistas estadounidenses.

¿Se puede sustituir el gas por hidrógeno?

El hidrógeno verde está llamado a ser una parte clave de la transición energética. Sin embargo, plantea un reto: requiere mucha energía y esta no siempre proviene de fuentes renovables. «Los hidrocarburos, como el gas natural, son lo que llamamos una energía primaria. Directamente podemos extraer la energía de ellos. En cambio, el hidrógeno es lo que se llama un vector energético. Tenemos que producir la energía primero y luego almacenarla en el hidrógeno, como una pila. Va a ocupar más que el gas natural para producir la misma energía», aclara la profesora Patricia Cabello.

«Estamos hablando a veces de hidrógeno como posibilidad de transición energética y asimilándolo a cambio de fuentes de producción de energía. Pero el hidrógeno es una forma que ‘creamos’ para gestionar el almacenamiento de energía (que se produce en otro lugar), es una energía secundaria. No es equivalente al petróleo, al carbón o al gas», explica en la misma línea la profesora Mañé.

Para que el hidrógeno gane peso se necesita «la adaptación de unas infraestructuras con un gasto muy fuerte» que requeriría fondos y garantías públicas, en palabras del analista Alfons Pérez. «Por otro lado, las eficiencias del hidrógeno son muy bajas. Para almacenar energía necesitas producir energía. Si necesitas mucha, no te sale a cuenta. Entonces, promover una producción de hidrógeno localizada puede tener sentido, pero un mercado global del hidrógeno, cómo se está promoviendo ahora mismo, no tiene ningún sentido».

Además del elevado coste que supone en infraestructuras, los expertos técnicos exponen problemas como falta de eficiencia que al ‘convertir’ renovables al hidrógeno. «La tasa de escape de hidrógeno es tres veces mayor que la del gas natural», confirma Patricia Cabello, quien también destaca que «si se produce por hidrólisis o electrólisis necesitamos agua». «Por eso están priorizando la electrificación con renovables, que es más eficiente que hacerlo con hidrógeno», añade Ana Maria Jaller-Makarewicz.

El hidrógeno sí puede ser útil si se utiliza para la descarbonización de vehículos pesados, por ejemplo, de transporte público en ciudades, opina Alfons Pérez. «Las baterías de los vehículos eléctricos, de los autobuses, ahora mismo son muy grandes y tienen un impacto también a nivel extractivo. Entonces, en esos usos restringidos, en unos ámbitos territoriales muy concretos, puede tener sentido».

El medio especializado en clima DeSmog advertía hace dos años que detrás del impulso al hidrógeno se encuentra una extensa red de grupos de presión, empresas de relaciones públicas y consultorías, muchas de ellas financiadas por empresas petroleras y de gas.

Los analistas coinciden en la necesidad de avanzar hacía las energías renovables. «Yo soy optimista. Creo que lo que ha mostrado esta crisis es que tenemos que dejar de depender del gas porque ya no es una energía totalmente estable y limpia, como nos decían», comenta el economista Albert Banal Estañol, profesor de la UPF, Barcelona School of Economics y City University London.

Para Banal, el gran reto no es técnico ni económico. «El gran problema es que si no se diseñan buenas políticas, puede haber rechazo social y culpar a las renovables de los aumentos de precio y no ver en ellas, justamente, una necesidad». El profesor asegura que debemos «invertir en renovables y luego sustituir lo que era la flexibilidad que nos podía dar el gas con otras tecnologías, ya sea de sobre la red en general, buscar baterías a gran o pequeña escala, etc.».

El tiempo y el clima apremian. «Se espera que el consumo del gas siga disminuyendo, se espera que haya más eficiencia energética puesta a servicio en muchos escenarios. Se espera mucha más energía renovable, indica Ana Maria Jaller-Makarewicz. Aunque advierte: «Probablemente, el precio del gas no va a aumentar lo que se esperaba. Pero todo depende del clima. El clima ‘juega’ con nosotros».

Este reportaje ha sido posible gracias a la colaboración de CREAF.

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