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Nacen 20 ejemplares de tortuga boba en una playa de Almería

En los últimos 20 años sólo tres tortugas han depositado sus huevos en las playas almerienses. Las pautas de anidamiento de esta especie están variando a causa del cambio climático.
Imagen de archivo de la liberación de una tortuga boba por parte del Cegma en una playa de Cádiz. Foto: JUNTA DE ANDALUCÍA

Veinte ejemplares de tortuga boba han nacido en los últimos días en la playa de la Granatilla, en Mojácar (Almería). Se trata de una especie amenazada y el acontecimiento es excepcional por cuanto sólo ha ocurrido tres veces en los últimos 20 años. Para evitar el traslado de los huevos y asegurar su eclosión en su medio natural (la arena) ha hecho falta un sistema de vigilancia permanente llevado a cabo por voluntarios y por técnicos de la Junta de Andalucía.

El anidamiento fue avistado el pasado 4 de julio por un vecino de la zona que se comunicó con el 112. A partir de ahí se montó un dispositivo en el que participó desde la consejería de Desarrollo Sostenible de la Junta a la Universidad de Almería, pasando por científicos del CSIC y de la Estación Biológica de Doñana, el servicio de protección de la naturaleza de la Guardia Civil o la Policía Local de Mojácar. Y, por supuesto, los voluntarios de la Asociación Serbal, una ONG conservacionista enfocada en la protección y recuperación de la biodiversidad local.

La vigilancia y el cuidado del nido se extendió durante más de un mes hasta que en la madrugada del pasado 20 de agosto empezaron a eclosionar los primeros huevos. «En la custodia han participado unos 30 voluntarios, divididos en tres turnos: mañana, tarde y noche. Siempre ha habido, como mínimo, dos personas vigilando el nido», explica Emilio González, presidente de Serbal. «Pero desde que se conoció la noticia se ha ofrecido muchísima más gente. Tienen mucha ilusión por verlo. Ahora hay que saber gestionar todo esto con cuidado», añade.

El nacimiento de las tortugas ha despertado un vivo interés entre visitantes y habitantes de esta zona de Mojácar. El feliz acontecimiento tiene, sin embargo, una doble lectura. ¿Por qué esta especie ha escogido precisamente este sitio para anidar? La respuesta, como nos explica González, está en el cambio climático: «La tortuga boba siempre ha estado en el Mediterráneo y era una visitante habitual de las costas españolas. Pero venía de ruta, fundamentalmente para alimentarse. Los únicos sitios en los que criaba eran los más calientes, en la zona oriental: Turquía, Chipre, Grecia o Italia. En la isla de Lampedusa, por ejemplo, hay una gran colonia. Pero la costa española tiene una gran influencia atlántica y el agua era un poquito más fría. ¿Qué ha ocurrido en los últimos años? Pues que toda la zona de Levante, desde el Cabo de Gata hasta Cataluña, se está calentando, y por eso ahora le resulta más apetecible poner sus huevos aquí».

Según González, aunque este anidamiento, por ahora, es inusual, será más habitual en los próximos años. En las últimas dos décadas sólo había ocurrido dos veces: en 2001 en la playa de Vera, en 2015 en Pulpí y la de ahora en Mojácar. Los huevos que se pusieron en Pulpí, en torno a 80, tuvieron que ser trasladados. «En esa ocasión la tortuga anidó muy cerca de la orilla y corría el peligro de que se inundara –explica González–. Por eso se tomaron todos los huevos y estos maduraron y eclosionaron en cautividad». Un año más tarde, 12 de aquellas tortugas fueron liberadas en la misma playa.

Para que haya ocurrido este nacimiento en Mojácar realmente han tenido que concurrir una serie de circunstancias excepcionales. Primero, por la ubicación: «Es una playa nudista, muy particular, muy salvaje. Y dentro de esa playa, ha aparecido en un tramo casi inaccesible». Y luego, que la casualidad propiciara que la persona que encontró el nido supiera que estaba ante algo especial y avisara a las autoridades. «Desde luego, fue un golpe de suerte brutal –confirma González–. El que dio el aviso es un vecino de la zona que trabaja con motos de agua. De hecho, puede haber más nidos de tortuga por ahí y no lo sabemos. Una de las cosas que están haciendo nuestros voluntarios a pie de playa es enseñar a la gente a identificar los rastros. Y todos los años hacemos lo mismo con los trabajadores de las playas, con los socorristas, los encargados de la limpieza o las policías locales, para que conozcan las pistas que dejan las tortugas en sus anidamientos».

Serbal, la asociación que preside González, es el acrónimo de la Sociedad para el Estudio y Recuperación de la Biodiversidad Almeriense. La naturaleza de esta provincia andaluza es muy singular por su accidentada orografía: va desde el nivel del mar hasta montañas que alcanzan los 2.600 metros, con lo que la variedad de hábitats y de especies es enorme. Y el trabajo necesario para conservarlas, también. «Lo curioso de Almería es que es refugio de especies africanas, que se ven relativamente favorecidas con el cambio climático, como está ocurriendo por ejemplo con el camaleón común, que se está reproduciendo muy bien. Pero ocurre lo contrario con las especies ligadas a la alta montaña. Es el caso de la mariposa apolo [Parnassius apollo]. Una de sus subespecies, la de la sierra de Gádor, creemos que ya se ha extinguido por culpa del cambio climático. Desaparecen porque ya no pueden huir más en altura. Y también lo tienen muy difícil las especies que viven en los humedales», relata González.

Otro de los animales que Serbal vigila con especial atención es la tortuga mora (Testudo graeca), terrestre, en este caso, y cuyo número de ejemplares disminuye poco a poco «por el fraccionamiento de su población, que tiene poca movilidad y que se está viendo cercada por la construcción de carreteras y por los nuevos usos del suelo. Estos obstáculos para desplazarse están siendo decisivos en su declive genético».

El regreso al mar

La tortuga boba (Caretta caretta, una de las siete especies de tortugas marinas que existen y la más habitual en España) está incluida en el Catálogo de Especies Amenazadas del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico con la categoría de «vulnerable». Pero su situación ha mejorado en los últimos tiempos. «La población de esta especie, a nivel global, se está recuperando», corrobora Emilio González.

Estas tortugas pasan toda su vida en el mar, a excepción de las hembras, que visitan regularmente las playas para desovar. Las crías de la que acudió a Mojácar serán trasladadas al Centro de Gestión del Medio Marino Andaluz (Cegma) de Algeciras. Allí permanecerán aproximadamente un año, bajo supervisión veterinaria, hasta que puedan ser liberadas en la misma playa en la que nacieron. Se trata de una medida de protección hasta que puedan valerse por sí mismas. Por el momento, son tan pocas y tan frágiles que no podrían sobrevivir si las liberaran ahora.

Cuando ya son mayores, el varamiento de este tipo de tortugas en las playas es bastante común en todo el litoral andaluz, desde la Bahía de Algeciras hasta el Golfo de Vera, en Almería. En el Cegma se las somete a un seguimiento sanitario con el objetivo de su recuperación y posterior reintroducción en el mar.

¿Cómo afecta el cambio climático a las tortugas?

Las capturas accidentales son el principal peligro al que se exponen las tortugas marinas. Muchas de ellas mueren atrapadas en las redes de pesca, pero no es la única amenaza a la que se exponen. El cambio climático podría acabar siendo un obstáculo insalvable para una especie que lleva más de 100 millones de años sobre la Tierra. Es la temperatura de la arena durante los primeros días de la incubación la que acaba determinando el sexo de los ejemplares. Cuanto más caliente esté, más hembras nacerán, y esto podría provocar un desequilibrio y dificultar su reproducción. Llevada al extremo, esta circunstancia las abocaría a la extinción.

En el caso de Mojácar, los encargados de la custodia del nido decidieron protegerlo con un toldo tras varios días de altas temperaturas. Los termómetros introducidos en la arena durante la vigilancia así lo aconsejaban. Normalmente, todos los huevos tendrían que eclosionar en cuatro o cinco días, pero este caso está siendo especial. «Se trata de una playa volcánica y nunca habían puesto huevos en un espacio así –ilustra Emilio González–. Puede ser que haya mucha diferencia de temperatura entre los huevos que están enterrados a más profundidad y los que están más cerca de la superficie. Es posible que las crías que están más abajo tarden algo más en romper el cascarón». Los voluntarios está recibiendo un asesoramiento científico continuo para llevar a cabo estas labores de protección. «A nosotros nos están guiando los técnicos de la Junta y Adolfo Marco, que es el mayor especialista en tortuga boba que tenemos a nivel nacional», señala González.

La presencia de tortugas se considera un indicio de buena salud del medio marino. Son a la vez depredadoras y presas para otras especies de la cadena trófica. La tortuga boba, en concreto, es carnívora y come moluscos, crustáceos, peces, calamares… Pero entre sus alimentos favoritos destacan las medusas. Por desgracia, las confunden a menudo con bolsas de plástico (otra de las formas con las que el petróleo perjudica el medioambiente). Muchas tortugas, después de tragarlas, mueren por oclusiones intestinales.

Además de equilibrar la cadena alimentaria, las tortugas facilitan el ciclo de nutrientes desde el agua hasta la tierra: visitan zonas marinas ricas en nutrientes y luego playas de anidación más pobres en ese sentido. Con este trayecto, modesto en apariencia, favorecen la preservación de los entornos naturales y la vida que albergan los mismos.

En los últimos 50 años, la humanidad ha destruido el 68% de toda la población salvaje del planeta. Esta pérdida de biodiversidad, tanto de plantas como de animales de todas las especies, amenaza nuestra propia vida en la Tierra.

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