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“Ante la falta de tiempo, radicalidad” – una propuesta decrecentista

Luis González Reyes y Adrián Almazán apuestan por una transición ecosocial que amplíe el bienestar en tiempos de descenso energético y crisis climática en su último libro, 'Decrecimiento: del qué al cómo' (Icaria, 2023).
Adrián Almazán y Luis González Reyes proponen más agroecología y una disminución del consumo de carne. Foto: Pierre Gilbert

Dicen Adrián Almazán y Luis González Reyes, dos nombres históricos del ecologismo español, que necesitamos “sembrar cantando”, que la alegría es clave en cualquier transición ecosocial, y que ojalá logremos construir “un horizonte de deseo basado en el reparto del trabajo y de la riqueza” y luego materializarlo con acciones colectivas.

Ese es el contexto emocional que enmarca su libro Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el estado español, publicado recientemente en la editorial Icaria. Un volumen completísimo que desvenda multitud de aristas en torno a ese verbo que no para de escucharse tanto en círculos universitarios, organizaciones de base, e incluso en instituciones como el Parlamento Europeo: decrecer. Cuya definición supone reducir el consumo energético y de recursos naturales “hasta los marcos ecológicamente viables”, es decir, en consistencia con los límites biofísicos del planeta, y hacerlo además de una manera que beneficie al conjunto de la sociedad, según valores de igualdad y justicia.

González Reyes, doctor en ciencias químicas, y Almazán, doctor en filosofía, aúnan aquí sus conocimientos interdisciplinares para componer una suerte de manual de actuación adaptado a las necesidades de nuestro país, teniendo en cuenta que no se trata de salvarnos como nación sino de efectuar unos cambios que asuman una lógica de restitución decolonial frente a territorios tradicionalmente saqueados en pro del crecimiento capitalista.

El libro, que viene precedido de una introducción a cargo de la antropóloga y pensadora ecofeminista Yayo Herrero, parte de datos científicamente comprobados en torno a la degradación ecológica que estamos sufriendo –la crisis de biodiversidad o el calentamiento global– y al declive de los combustibles fósiles disponibles para afirmar un colapso del modelo económico, depredador con los ecosistemas y materialmente inviable. Dicho colapso, como desmoronamiento del orden actual, no conduce forzosamente a la catástrofe política, sino que “da paso a una situación abierta” que se puede gestionar en comunidades organizadas en torno al bienestar de todos.

Tras este diagnóstico esbozado en la primera parte, el ensayo se estructura en dos bloques principales. Por un lado, una batería de análisis y medidas que poner en marcha dividida en diez sectores de la economía productiva mercantilizada, entre los que destacan la energía, el turismo, el transporte, la industria, la resiliencia climática y restauración ecológica, o el combo agricultura-pesca-ganadería. Por otro lado, los investigadores se centran en apuntalar cuestiones relacionadas con la comunicación, y el tejido cultural y afectivo imbricado en la ejecución de sus propuestas desde los movimientos sociales.

El primer bloque presenta la ventaja de proporcionar un estudio pormenorizado de los sectores con datos actualizados, y es de agradecer la claridad de la exposición: frente al fosilismo vigente, reducción del consumo y gestión comunitaria de la energía, renovable pero no “hipertecnológica”, distanciándose así de las loas al Green New Deal; frente a la agricultura industrializada, agroecología y disminución del consumo de carne; frente a la destrucción ecológica, más rewilding o resilvestración de los territorios.

Todo ello debería producirse en un contexto de desalarización y desmercatilización de la economía, donde las personas no estuviesen obligadas a ser “cómplices” del sistema y ganasen una autonomía manifiesta, por ejemplo, en la capacidad de garantizarse el alimento mediante huertos compartidos o residir en una vivienda ajena a la especulación inmobiliaria, pues sería un bien en derecho de uso. La minuciosidad de las explicaciones, sin embargo, provoca cierta monotonía que podría alejar a un lector no especializado, un matiz de tono que el humanismo del segundo bloque rompe.

Esta última parte, la más interesante a mi modo de ver, profundiza en las estrategias comunicativas y las mudanzas culturales que harían de esa sociedad decrecentista un éxito político, a pesar de las disrupciones ecológicas. Así, los autores, apuestan por situar en un segundo plano la verdad frente a la crisis climática y enfatizan el papel de las prácticas colectivas; “juntémonos”, avisan, como lema que permita asimismo limar las discrepancias ideológicas.

Además, subrayan la aceptación del miedo, un agente movilizador que está presente en obras tan imprescindibles como La primavera silenciosa (1962), de la bióloga Rachel Carson, sin la cual habría sido difícil la creación de la Agencia de Protección Medioambiental en Estados Unidos. Junto al miedo, la activación de la imaginación artística, poética, en ecotopías y una esperanza que aúpe la elevación de “sociedades justas, democráticas y sostenibles” serían ingredientes ineludibles para las transformaciones por venir, dentro de un marco –señalan– donde el estado perdería vigor y se procedería a una desmilitarización sustanciosa. 

En definitiva, nos encontramos ante un libro ambicioso, sobradamente documentado, que no omite la gravedad de nuestra contemporaneidad ecocida ni ofrece diagnósticos descafeinados frente a riesgos factibles –el ascenso del autoritarismo o la posibilidad de que algunos bucles de realimentación positiva se hayan activado ya, degenerando en más destrucción medioambiental –, pero que tampoco prescinde de pensamiento utópico dentro del margen empírico que nos queda para la acción.

Conscientes de que “no hay tiempo”, González Reyes y Almazán se lanzan hacia supuestos radicales que desmantelan las falacias del capitalismo verde y cualquier tentativa de greewashing. “No tenemos dos balas”, advierten, así que la única que queda debe emplearse en disparar al objetivo, que no es otro que aumentar la alegría, el bienestar y la felicidad comunes en tiempos de decrecimiento material y energético. 

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