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¿Por qué el Decrecimiento si vamos a decrecer igualmente?

Manuel Casal Lodeiro escribe sobre la inevitabilidad del decrecimiento. Debemos pilotar ya el declive «de una manera democrática, justa, inclusiva».
Central eléctrica de carbón Neurath en Grevenbroich, Renania del Norte-Westfalia, Alemania Foto: Pixabay

Resulta habitual oír o leer a algunas figuras de referencia para el movimiento decrecentista la idea de que «el decrecimiento no es una opción, es un hecho» o que «el decrecimiento metabólico lo vamos a tener queramos o no». Esto implica, en mi opinión, varios problemas comunicativos importantes. El primero sería la confusión que promueve entre decrecimiento como sinónimo de declive (ya sea energético, material o económico) y Decrecimiento como movimiento social y propuesta política. 

En el discurso escrito podemos intentar diferenciarlo mediante el recurso a la inicial mayúscula en el caso de que nos refiramos al movimiento/ideología, de manera un tanto heterodoxa según las normas de la RAE pero, en mi opinión legítima, de igual manera que usamos Humanidad frente a humanidad, con criterio diacrítico entre el nombre propio y el común. 

El problema surge principalmente en el discurso oral, en charlas, debates, entrevistas radiofónicas o en vídeo, donde la audiencia puede tener problemas a la hora de percibir a cuál de los dos significados se refiere la persona hablante. Como consecuencia, quien no conozca previamente la propuesta decrecentista podría acabar pensando que tiene el mismo sentido un movimiento por el Decrecimiento que un movimiento por la llegada de la noche o del invierno, ya que «el decrecimiento» —se nos dice— es un hecho también ‘ineludible’. Y eso, desde el punto de vista de la estrategia comunicativa, no juega a favor de la difusión de las ideas decrecentistas. Por tanto, creo que no es una cuestión menor intentar diferenciar nítidamente, en el discurso público, lo que es un declive metabólico social de lo que es un movimiento social y político que aboga por que dicha disminución se realice de manera controlada y democráticamente planificada en algunos países para poder realizar, de manera internacionalmente justa, un aumento del metabolismo socioeconómico en otros, por usar una definición breve. 

Por otro lado, más allá de la cuestión terminológica, nos encontramos con otro inconveniente importante en este tipo de conceptos que quienes nos dedicamos a la divulgación trasmitimos en ocasiones con la legítima intención de avisar de que existen unos límites con independencia de nuestra voluntad, y es que siembran confusión respecto al cómo y al cuándo de dicho decrecimiento entendido como declive. Se nos suele decir a renglón seguido, que aunque lo que es inevitable es el declive, lo que sí está en nuestra mano es elegir cómo lo pilotamos, si lo hacemos de una manera democrática, justa, inclusiva o, por contra, excluyente, insolidaria o incluso fascista… Es decir, enlazamos la advertencia científica con la cuestión política. Pero, sin darnos cuenta seguramente, podríamos estar dando la impresión de que, hagamos lo que hagamos —y, sobre todo, lo hagamos cuando lo hagamos— dicho descenso va a llegarnos en la misma fecha, con independencia de nuestras decisiones como sociedad. Y esto es justamente lo contrario de lo que promueve el Decrecimiento, tal como intentaré explicar a continuación. 

«Decrecer igualmente» no es lo mismo que decrecer de la misma forma, aunque pueda sonarnos a eso, de la misma manera que podemos decir que hagamos lo que hagamos «todos vamos a morir igualmente», sin que a nadie se le ocurra pensar que todos vamos a tener la misma manera de morir ni que vamos a morir simultáneamente. Si no hacemos nada, y dejamos al business-as-usual capitalista y al sálvase-quien-pueda promovido por las élites seguir al mando de nuestras políticas, nuestro declive llegará más tarde que el de otros países y que el de otras clases sociales en nuestro propio país.

Si trasmitimos la idea de que, sin importar lo que hagamos, el decrecimiento nos va a llegar, estamos obviando la mera razón de ser de la propuesta Decrecentista, que es decrecer aquí y ahora, es decir antes de lo que nos tocaría decrecer como país privilegiado, para que otros puedan crecer ahora y en el futuro, hasta alcanzar un reparto justo e igualitario de los recursos y de las condiciones de vida. Es decir, que la opción de política decrecentista, de pilotaje justo del declive, no puede esperar a que este nos llegue, sino que activamente pone en marcha la reducción del propio metabolismo antes de tiempo para poder dar tiempo a crecer a quienes hoy tienen menos. Es decir, el cómo pilotamos el decrecimiento define el cuándo empezamos a decrecer, al igual que el cuándo queremos decrecer nos define el cómo: si esperamos a que llegue cuando nos toque como país enriquecido e imperialista habremos elegido por omisión la vía insolidaria, pero si optamos ahora por anticipar solidariamente el descenso, entonces habremos elegido un cómo democrático. Así pues, cuando hablamos de decrecimiento el cuándo y el cómo son inseparables.

Por un decrecimiento justo y anticipado

Si la gente se toma en serio lo de que «el decrecimiento no es una opción» y «vamos a decrecer de todos modos», es muy probable que no busque activamente una manera de decrecer que sea justa. Y que se limite a esperar a poner en marcha medidas que ya entonces no podrán ser justas, cuando no tenga más remedio, es decir, cuando ya, tras haber colapsado medio planeta, nos llegue el turno a nosotros porque —aquí no cabe el autoengaño— hay otros países enriquecidos que tienen mayor poder militar que nosotros para retrasar su propio declive a costa de acelerar el nuestro. 

Aparte de esta cuestión de ética política internacionalista tenemos otro motivo, de índole más práctica, para querer trasmitir sin ambigüedades la idea de que si no decrecemos ahora, cuando aún tenemos ciertos recursos necesarios a nuestra disposición, luego será mucho más difícil. Es el lema «colapse ahora y evite aglomeraciones» que popularizó John Michael Greer. Si nos guiamos por la idea de que «vamos a decrecer igualmente», lo más probable es que no busquemos adaptaciones anticipadas y, como consecuencia, el sufrimiento sea mayor para nosotros. Cualquiera que contemple una curva de agotamiento de recursos o de agotamiento de nuestro presupuesto de carbono en la que se reflejen las diversas formas que adquieren dichas curvas a medida que se demora el inicio del necesario descenso, podrá comprender la consecuencia matemática de dicha postergación de lo inevitable: la caída es mucho más brusca cuanto más tarde comienza.

En definitiva, considero que existen razones comunicativas y estratégicas más que suficientes para evitar ese mensaje. Conviene modular con fineza los mensajes, afinar los términos ahora que el Decrecimiento comienza a avanzar posiciones en la batalla cultural y el contraataque se intensifica por todos los flancos, e incluso los primeros intentos de cooptar el concepto por parte del capitalismo verde. Es preferible poner el foco en las ventajas prácticas y en la preferencia ética por «decrecer nosotros ahora para evitar injusticias con los demás y también graves problemas aquí mismo».

El declive por supuesto que es inevitable a nivel del conjunto de la civilización industrial-capitalista, pero si dejamos de lado el hecho sangrante de que las sociedades humanas no somos un conjunto homogéneo sino un aglomerado de subconjuntos peleando o cooperando entre nosotros según soplen los vientos geopolíticos y según dispongamos o no de ciertos recursos críticos —como la energía, el agua, la tierra cultivable o los minerales—, fijarnos sólo en las cifras macro a nivel planetario, más que ayudarnos a trasmitir el mensaje necesario, nos podría llevar a obstaculizar el mensaje del declive justo e igualitario y a alimentar el más injusto e insolidario. «No podemos hacer nada para detener el declive», nos repiten cada día desde la ciencia más consciente, pero debemos decir, desde la política y desde la ética, que sí que podemos (y debemos) hacer mucho por adelantarlo. 

Manuel Casal Lodeiro es coordinador del Instituto Resiliencia.

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