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Permafrost: el gigante del Ártico está despertando

El suelo helado, que cubre alrededor de una cuarta parte del territorio terrestre del hemisferio norte, preocupa por sus altas emisiones de metano.
Paisaje con derretimiento del permafrost en la provincia de Nunavut (Canadá). Foto: A. Cassidy, UBC Geography/Flickr. Lic: CC BY 2.0 Foto: Permafrost

El gigante del Ártico se despereza, y la comunidad científica está preocupada. Un nuevo estudio, publicado la semana pasada en la revista Geophysical Research Letters, revela que el suelo que hasta ahora permanecía congelado durante todo el año, conocido como permafrost, se está derritiendo a niveles no esperados hasta 2090.

La investigación, llevada a cabo por personas investigadoras de centros de Alaska, Canadá y Alemania, concluye que el ritmo de derretimiento registrado entre 2003 y 2016 ha sido hasta un 240% más rápido que los valores medios registrados en el último cuarto del siglo pasado. El derretimiento se debe, según el estudio, a las temperaturas de los veranos “anormalmente cálidos” registrados en el Ártico durante los últimos años. La autora principal del estudio, Louise Farquharson, explicó a través de su cuenta de Twitter que las zonas investigadas (tres islas del norte de Canadá) llevaban miles de años, probablemente más, permanentemente congeladas.

¿Qué es el permafrost?

Por definición, el permafrost es el suelo que permanece a menos de 0ºC durante al menos dos años consecutivos. Se encuentra sobre todo en el hemisferio norte, donde cubre alrededor del 24% de la superficie terrestre, especialmente en Siberia, Canadá, Alaska y la meseta del Tíbet. Al derretirse, típicamente, el suelo se hunde formando pequeños lagos, promontorios y hondonadas.

En declaraciones a la página estadounidense weather.com, Farquharson se mostró sorprendida por la rapidez con la que el permafrost cambiaba el paisaje, que era plano cuando comenzó su campaña de investigación a comienzos de este siglo. “Hay depresiones de hasta 90 centímetros. Más o menos como el mostrador de una cocina. Hay pequeños estanques en muchas de estas cavidades. Es un cambio muy profundo”, afirmó la investigadora.

Importancia local e importancia global

Los cambios en la estabilidad del terreno afectan a la vida de las comunidades locales, muchas de ellas indígenas, cuyas edificaciones se ven amenazadas por el hundimiento repentino del terreno. Además, infraestructuras de transporte de combustibles fósiles (como los oleoductos o los gasoductos) también pueden resultar dañados.

Sin embargo, el derretimiento del permafrost tiene una dimensión global que va mucho más allá: Al fundirse, este tipo de territorio libera gases de efecto invernadero que pueden acelerar el calentamiento global en lo que se conoce como ciclos de realimentación positivos.

Sergio Henrique Faria, profesor e investigador del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), habla con Climática sobre estos efectos: “En el suelo hay materia orgánica: animales y plantas muertos que se descomponen y van creando un suelo rico en nutrientes. Sin embargo, en el permafrost, al estar congelado, esa materia orgánica no se descompone. Cuando el permafrost se derrite, este material orgánico, que está muy concentrado tras acumularse, en ocasiones, durante miles de años, empieza a descomponerse. Este proceso libera grandes cantidades de gases de efecto invernadero”.

Es preocupante que el derretimiento del permafrost libere, en particular, mucho metano. Este es un gas de efecto invernadero que, incluso en concentraciones muy bajas, tiene una potencia enorme, mucho más grande que el CO2”, explica el investigador.

Asimismo, estudios previos señalan que el derretimiento del suelo congelado puede resultar en emisiones de otros gases de efecto invernadero potentes, como el óxido nitroso.

Al derretirse el permafrost, además de este ciclo de realimentación positivo, se genera otro negativo que intenta compensar el desastre ambiental. “Al liberarse CO2, este es absorbido por la vegetación de la zona, que se refuerza incrementando el aislamiento térmico y estabilizando el suelo”, explica a Climática Rubén Cruz, investigador del Centro de Supercomputación de Barcelona. Sin embargo, añade, este aislamiento no es suficientemente potente como para compensar el efecto desestabilizador del metano, por lo que el ciclo de realimentación es “netamente positivo”.

Una investigación novedosa

La importancia de este estudio, explica Faria, va mucho más allá de establecer la velocidad de derretimiento del permafrost en las zonas concretas que se han investigado: “Lo novedoso de esta investigación no es tanto que se haya visto que el permafrost se está derritiendo rápido. Eso ya lo sabíamos. Lo importante es que han conseguido demostrar que los modelos de predicción que estábamos usando no funcionan bien.”

Las imprecisiones de los modelos, explica Faria, se deben entre otros factores a la dificultad de investigar este tipo de territorio: “La capa más superficial del permafrost es lo que llamamos la capa activa, que es la que se derrite todos los años. Identificar el permafrost es muy difícil, porque no se ve, al estar por debajo de esta capa. Esta investigación ha conseguido relacionar la temperatura del aire con el derretimiento del suelo mediante observación directa, y eso nos va a ayudar a mejorar los modelos que usamos para predecir dónde hay o no permafrost”.

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