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Lyanda Lynn Haupt, naturalista: «Estamos conectados a lugares y criaturas que nunca llegaremos a conocer»

La ornitóloga dedica su libro 'El estornino de Mozart' a Carmen, una estornina con la que convivió durante siete años. En sus páginas habla de música, comunicación, inteligencia y ciencia, pero, sobre todo, de cómo restaurar nuestra conexión perdida con la naturaleza.
La naturalista y escritora Lianda Lynn Haupt su estornino Carmen Foto: Cedida por Capitán Swing

Mozart tenía un estornino. La primera vez que lo vio, en el escaparate de una tienda de Viena en 1784, enseguida se dio cuenta de que estaba ante un espíritu afín. El ave cantaba una versión improvisada del concierto para piano número 17 en sol mayor que el joven compositor acababa de crear. A partir de ahí, y durante los tres años que el estornino vivió en casa de los Mozart, fue uno más de la familia, disfrutando de la música y de la compañía de todos los artistas que se dejaban caer, bastante a menudo, por la vivienda.

Lyanda Lynn Haupt también tenía un estornino en su casa de Seattle. Vivió durante siete años y, aunque nunca sintió especial afecto por los conciertos de Mozart, también llenó la casa de alegría y música, creando una relación especial con todos y cada uno de los miembros de la familia. Haupt, que no es compositora sino ornitóloga, decidió escribir un libro sobre la experiencia. Lo tituló El estornino de Mozart (Capitán Swing), pero en realidad habla casi todo el tiempo sobre su estornina, Carmen.

«La echo mucho de menos. Durante mucho tiempo, lo que más extrañé fue su voz. Era constante, un trasfondo constante en mi vida, y cuando se fue dejó un gran silencio. No uno hermoso, sino una especie de silencio vacío. Ahora, dos años después de su muerte, lo que más extraño es su personalidad», recuerda la naturalista norteamericana.

Carmen vivió en su casa durante siete años, ¿qué aprendió de ella?

Hay tantas cosas que aprendí viviendo a diario con un estornino que nunca habría aprendido en un laboratorio. Vivir con Carmen me permitió salir de esa estricta forma académica de ver las cosas y me ofreció una narrativa útil y hermosa. Carmen me enseñó la amistad en los estorninos y fue mucho más que lo que yo había esperado.

Cuando la acogí, pensaba que encajaría a la perfección en mi pequeño estudio científico. Que se comportaría de la forma en que probablemente se comportó el estornino de Mozart y que me permitiría extraer las conclusiones que, pensaba, ya conocía de antemano. No esperaba que ella se hiciera cargo de la historia y la capturara, que revolucionara mi hogar.

Carmen no era una mascota, nunca pienso en ella como una mascota. Pienso en ella como el estornino que vivía en nuestra casa. Un estornino que trajo alegría y unión y se convirtió en parte integral de nuestro hogar.

Los estorninos son considerados una especie invasora en Estados Unidos. Después de convivir con Carmen, ¿cambió de alguna forma su manera de entender las especies invasoras?

En América del Norte, la mayoría de la gente sabe que debemos odiar a los estorninos, pero ni siquiera sabe por qué. Creo que en Europa la gente se sorprende de que los odiemos tanto. Pero vivir con Carmen no fue una experiencia que cambiase la forma en que percibo las especies invasoras. La suya fue una lección de complejidad y disonancia, de entender a un pájaro a nivel individual, de reconocer que todos los seres tienen valor, belleza e inteligencia por sí mismos.

Pero, ecológicamente, los estorninos no pertenecen aquí. Debemos tomar decisiones que favorezcan a las demás especies autóctonas y no a los estorninos. Debemos plantar más árboles, preservar mejor los bosques y crear ecosistemas saludables. Cuanto más deforestemos y cuanto más llenemos todo de hormigón, más especies invasoras tendremos.

Pero, ¿cómo lidiar con ellas y, sobre todo, con las que están tan asentadas como los estorninos? El debate es complejo.

Carmen me ayudó a profundizar en la comprensión y el aprecio de cada vida individual. Pero no por ello voy a convertirme en una apologista de los estorninos. Creo que como seres humanos, debemos tomar decisiones que respalden la salud de los ecosistemas y el equilibrio natural. No hay una respuesta fácil. Es así, en muchos sentidos, vivimos en los tiempos de la complejidad.

«Los animales hablan de formas diferentes y hermosas que nunca entenderemos por completo»

A lo largo del tiempo, Carmen aprendió a comunicarse con el resto de seres en el hogar, incluso su gato. ¿Los animales nos entienden mejor a nosotros que nosotros a ellos?

No todos los pájaros y no todos los seres vivos escuchan de la misma manera que los estorninos. Son expertos en mímica y se conectan con el mundo a través de su capacidad auditiva y de respuesta. Carmen no sabía mi nombre, pero sabía que yo le decía «Hola, Carmen» cuando la veía, así que eso era lo que ella me decía cuando me veía.

En la literatura científica, esta dimensión del conocimiento de los estorninos está subestimada. Se sabe que son imitadores, pero no se conoce de qué manera se comunican a través de la imitación. Mi experiencia con Carmen me llevó a pensar que, si esta es una de las aves más comunes en América del Norte y no lo sabemos, ¿hasta qué punto entendemos a los demás seres vivos?

Creo que es muy probable que la mayoría de las especies tengan formas de conocimiento que nosotros desconocemos. Los animales nos escuchan y nos conocen. Y hablan, hablan mucho, de formas diferentes y hermosas que nunca entenderemos por completo.

Cuando se comunicaba con usted o con su gato, ¿cree que era consciente de que se dirigía a especies diferentes a ella o hablaba más para otros miembros de su grupo social?

Creo que ella era capaz de reconocernos a todos como individuos y se relacionó de forma diferente con cada uno de nosotros. Por ejemplo, si en Halloween me ponía una peluca, mi gato se asustaba, pero Carmen no. A ella le daba igual porque nuestra relación era fundamentalmente oral. No estoy segura de qué tipo de relación tenía en conjunto con nosotros, pero creo que éramos como su familia, parte de lo que habría sido su grupo social en la naturaleza.

Mozart tenía un estornino con el que tenía una relación musical. Usted también toca el violín. ¿Llegó a relacionarse con Carmen a través de la música en alguna ocasión?

Creo que nunca fui realmente capaz. Aprendí qué música le gustaba y se la ponía porque parecía disfrutarla. Quería que Carmen amase a Mozart, que aprendiese a vocalizar sus obras y, sobre todo, el concierto para piano número 17 en sol mayor que el estornino de Mozart sabía cantar. Se la toqué una y otra vez al piano, pero nada de nada.

Sin embargo, cuando mi hija Claire tocaba algo de Bach en el violoncello, Carmen cobraba vida y cantaba con ella. Tenía su propia mente individual, tenía su propia opinión musical. Eso siempre nos pareció muy divertido, porque nuestra casa siempre ha sido muy musical y Carmen llegó para cambiar y profundizar nuestra relación con la música.

Lyanda Lynn Haupt estornino
La ornitóloga Lyanda Lynn Haupt, autora de ‘El estornino de Mozart’

Antes hablaba de lo poco que conocemos al resto de seres con los compartimos planeta. Hasta hace poco, los estudiábamos bajo un punto de vista de superioridad, incluso ignorando cualquier rasgo de inteligencia en ellos. Eso está cambiando lentamente. ¿Conocer mejor al resto de seres vivos cambiará la forma en que nos relacionamos con la naturaleza?

Eso espero. Creo que es maravilloso que estemos teniendo ese cambio en la ciencia, aunque es un poco tarde. Hace más de 150 años, Darwin sugirió que existía una continuidad psicológica entre los animales y el ser humano. Sin embargo, en la ciencia se impuso otra visión sobre la evolución de la racionalidad, dejando la consciencia como algo exclusivamente humano.

La verdad, me parece bastante humillante que ahora, después de tanto tiempo, estemos redescubriendo algo que ya sabíamos. Muchas culturas lo han sabido, en especial, aquellas que estaban más conectadas con la tierra. Aun así, es maravilloso que estemos recuperando esa conexión. Nunca es demasiado tarde para observar el planeta con humildad. La forma en que nos percibimos a nosotros mismos en el mundo podría repercutir en la crisis climática y en nuestra relación con el mundo natural.

Los cuentos antiguos europeos solían empezar con una frase: «en la época en que los animales podían hablar». A mí me gustaría cambiar eso y hablar de la época en la que los humanos sabíamos escuchar y formábamos parte de una conversación que siempre ha tenido lugar.

«Creamos más problemas porque imponemos nuestra propia voluntad en la naturaleza»

¿En qué sentido debería cambiar nuestra relación con la naturaleza?

Desde la arrogancia humana, sentimos que podemos resolver los problemas con nuestro propio ingenio. Pero al final creamos más problemas porque imponemos nuestra propia voluntad en la naturaleza. Debemos darle la vuelta a esa forma de ver el mundo, actuar con humildad, escuchar al mundo natural y anteponer la naturaleza a nuestras necesidades y nuestros juicios. El camino es largo, pero creo que hemos empezado a recorrerlo.

Es curioso pensar cómo, en inglés, los animales nunca llevan un pronombre femenino o masculino, aunque sepamos su sexo. Siempre son cosas, objetos. Es una forma de hablar que, de alguna manera, separa a la criatura de cualquier consideración ética de alguna manera. Creo que usar otro lenguaje nos ayudaría a ver a los animales como seres subjetivos, tal como nos consideramos unos a otros entre humanos.

En español y en las lenguas latinas en general sí se usa género para los animales. Aun así, creo que seguimos viéndolos de forma bastante utilitaria.

Bueno, cambiar el lenguaje tampoco va a ser la solución definitiva. Al fin y al cabo, esa visión de la naturaleza hunde sus raíces en las bases de la filosofía occidental. Tenemos mucho trabajo por hacer antes de ser capaces de abandonar ese paradigma.

El cambio climático y la pérdida de biodiversidad, las dos grandes caras de la crisis ambiental, avanzan. ¿Qué estamos perdiendo que ya nunca recuperaremos?

Pues por seguir hablando de música, creo que nos perderemos la sinfonía al completo. Cuanto más hormigón pongamos, más árboles quitemos, más contaminemos nuestro aire, menos naturaleza habrá. Está claro que muchas especies seguirán prosperando en este entorno, como los estorninos, los cuervos y otras especies generalistas. Pero perderemos las voces diferentes que crean la totalidad de la sinfonía. Viviremos en una realidad parcial en la que la belleza del mundo y de los ecosistemas habrá desaparecido.

Hemos perdido buena parte de nuestra conexión con la naturaleza y cada vez es más difícil sentir esa conexión en nuestras ciudades, en nuestro mundo cada vez más urbano.

Una de las razones que me impulsaron a escribir este libro es que el estornino es una especie urbana muy común, una que cualquiera puede observar. Es una invitación a reconocer que podemos recuperar la conexión con la naturaleza, vivamos donde vivamos. Tenemos estorninos, aunque es cierto que son invasivos, cuervos y petirrojos. Las especies comunes están entre nosotros todo el tiempo y podemos aprender de ellas continuamente, de su morfología, su canto o su vuelo.

No importa donde vivamos, podemos salir y sentir el sol o la lluvia o ver las estrellas –aunque cada vez son menos– que están sobre nuestra cabeza. Todas las criaturas, sean simples, escasas o muy comunes, son como un pequeño poema que nos marca el camino, como un dedo índice que nos señala a lo lejos y nos dice que vayamos más allá, que recordemos lo que hay en la naturaleza. Si lo observamos, podremos recordar esa conexión siempre presente.

Más allá de lo que podemos ver, del ecosistema urbano, de nuestra vida cotidiana, de cómo nos vestimos o comemos, estamos conectados a los ecosistemas del planeta, a lugares y criaturas que nunca llegaremos a conocer. Las aves y las plantas que viven entre nosotros en el día a día nos lo cuentan, nos recuerdan que hay más.

Pero no siempre llaman nuestra atención lo suficiente o quizá es que hemos olvidado cómo mirar.

A veces es difícil darse cuenta. Pero razón de más para prestar atención a las criaturas cotidianas entre nosotros y simplemente dejarse sorprender. Son como pequeños cascabeles en nuestros oídos que nos recuerdan que hay mucho más ahí fuera y que estamos conectados a ello, lo veamos o no.

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COMENTARIOS

  1. Es época de cría para muchas aves y no está siendo fácil.
    Las golondrinas, los aviones y los vencejos están de vuelta en nuestros pueblos y ciudades y se encuentran con sus nidos destrozados o con los huecos de acceso cerrados.
    Pero, además, el uso sin control de herbicidas y plaguicidas y las podas indiscriminadas de árboles y arbustos en entornos urbanos ahora en primavera, en plena época reproductora, destruyen nidos y originan molestias, daños y muertes de crías de aves protegidas como el petirrojo.
    Para otras aves, como el aguilucho cenizo, es un momento tremendamente vulnerable porque su cría coincide con el paso de las máquinas cosechadoras y corren el riesgo de morir aplastadas antes de aprender a volar.
    Importantes colonias de aves de vencejos y golondrinas han encontrado destrozados sus nidos en distintos puntos, los más destacados en Cáceres y Málaga, donde el problema se localiza en edificios públicos.
    La grave sequía de este año supondrá sin duda una mala temporada de reproducción para las especies.
    (Noticias Seo BirdLife)

  2. El uso creciente de grasas animales en coches y aviones, cada vez más insostenible
    El estudio “The fat of the land” desvela que se necesitan 8.800 cerdos muertos para alimentar un vuelo de París a Nueva York. Un dato que pone en entredicho la viabilidad de los biocombustibles basados en residuos como las grasas animales, a pesar de que se vendan como la panacea para descarbonizar el sector del transporte europeo.
    El uso de biodiésel de grasas animales para propulsar nuestros coches y aviones se ha duplicado en la última década y es 40 veces mayor que en 2006. Así lo muestra un nuevo estudio impulsado por Transport & Environment (T&E). El grupo ecologista, junto con ECODES y Ecologistas en Acción, reclama más transparencia para que las personas consumidoras sepan lo que entra en sus depósitos y alimenta sus vuelos.
    La UE promueve este subproducto de la ganadería industrial e intensiva para, supuestamente, reducir las emisiones de carbono de los combustibles utilizados en el transporte, pese al fuerte impacto de este modelo de ganadería industrial sobre las emisiones. Ahora apuntan a los aviones y, en menor medida, a los barcos.
    Sin embargo, tal y como advierte T&E en su estudio, no hay suficientes grasas para hacer frente a toda la demanda. Casi la mitad de las grasas animales europeas ya se destinan a la producción de biodiésel, a pesar de que son muy utilizados en las industrias de alimentación animal, jabones y cosméticos: La quema de biocombustibles a partir de grasas animales se triplicará de aquí a 2030, lo que plantea dos cuellos de botellas en cuanto a su disponibilidad y sostenibilidad. De hecho, a día de hoy, como advierte T&E, hablar de producción sostenible no es correcto tratándose de un sector como el de la ganadería industrial con altas emisiones de metano y deforestación por la soja importada para alimentación animal.
    Carlos Rico, responsable de biocombustibles en la oficina española de T&E, afirma que «resulta que los cerdos vuelan. Llevamos años quemando grasas animales en los coches sin que los conductores lo sepan. Ahora serán el combustible de su próximo vuelo. Pero esto no puede sostenerse sin privar a otros sectores de ellas, que a su vez probablemente migrarán a alternativas perjudiciales como el aceite de palma. Necesitamos más transparencia para que las personas consumidoras sepan lo que entra en sus depósitos y alimenta sus vuelos»….
    https://www.ecologistasenaccion.org/293413/el-uso-creciente-de-grasas-animales-en-coches-y-aviones-cada-vez-mas-insostenible/

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