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Un año de las inundaciones que desbordaron a Alemania

El valle del Ahr, la región alemana más afectada por las lluvias extremas e inundaciones del verano pasado, se recupera poco a poco de la catástrofe gracias al altruismo, la cooperación y la solidaridad de vecinos y voluntarios.
Los destrozos provocados por las inundaciones del verano anterior son aún visibles. Foto: Christoph Hardt/imago images/Future Image via Reuters Connect.

Este reportaje forma parte del Magazine climático 2022, publicado en mayo. Puedes adquirir un ejemplar en nuestro kiosco.

“Estamos vivos, pero todo ha desaparecido. Ven a buscarnos”. Este fue el mensaje de texto que Ronja Schäfer envió a su padre el 15 de julio de 2021. Era la mañana siguiente a la inundación en el pequeño pueblo de Marienthal, situado en la región más afectada de Alemania, el valle del Ahr. En el norte de Renania-Palatinado, la inundación se produjo tras varios días de fuertes lluvias y el desbordamiento de ríos como el Ahr.

Los Schäfer y sus dos hijos pasaron la primera noche en el tejado. El agua había subido entre cinco y seis metros, hasta su ático. “Fue una experiencia traumática, todo quedó anegado muy rápido”, dice Ronja siete meses después de perder su casa. “Ni siquiera teníamos un bolígrafo para rellenar las solicitudes de ayuda por inundación y estábamos seguros de que queríamos mudarnos”, recuerda esta mujer de 34 años. Como su antigua casa de alquiler tuvo que ser derribada, amigos y familiares les ayudaron a encontrar un nuevo lugar a unos 40 kilómetros, donde la familia sigue viviendo hasta la fecha.

Pero cuando Ronja Schäfer describe su casa actual, que pudieron amueblar con donaciones de desconocidos, no parece un hogar: “Esto es bonito y luminoso, los niños tienen sus propias habitaciones, pero cuando miro por la ventana, tengo claro que no es el pueblo adecuado”. Este sentimiento es compartido por muchas personas del valle del Ahr, que solo se trasladaron temporalmente porque los graves daños hicieron imposible su permanencia.

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La casa de los Schäfer tras el evento extremo. C.N.

“Toda la gente con la que he hablado quiere quedarse en el valle”, dice Stefan Dries, tras sondear a muchos paisanos. Este panadero de la comarca vecina de Rheingau fundó su propia iniciativa, Rheingau hilft (Rheingau Ayuda), a finales del verano de 2021. Ahora recorre varias veces a la semana los 150 kilómetros que lo separan de Ahr para entregar donaciones o levantar el ánimo con pan recién hecho. Desde la inundación, más de 2.000 personas se han unido a su proyecto en redes sociales. Este hombre de 65 años lleva todos estos meses formulando una sencilla pregunta a los vecinos afectados, y no tiene intención de dejar de hacerlo: “¿Qué necesitas?” Puede tratarse de ropa para los niños, donaciones de muebles, ayuda financiera, una lavadora o ayuda física para limpiar y ordenar las casas dañadas. Y en su tiempo libre Stefan lo organiza. “Desde la primera vez que vine a ayudar le dije a la gente ‘esta no será la última ocasión en que nos veamos”, cuenta quien tiene previsto dedicarse a esta labor de ayuda y reconstrucción durante años.

La mayor parte de la ayuda directa, como la que la familia Schäfer recibió después de la catástrofe y sigue recibiendo a día de hoy, no procede del Gobierno alemán ni de las autoridades estatales, sino de extraños no afectados por la catástrofe. Los medios de comunicación alemanes hablaron de una verdadera “avalancha de ayudantes”, como un manantial que no se seca, incluso meses después de la inundación. El Gobierno de Renania-Palatinado calcula que hasta 100.000 personas han acudido a arrimar el hombro voluntariamente solo en el valle del Ahr. Su ayuda llega a los afectados directamente y sin burocracia, mientras que las solicitudes de ayuda estatal llevan su tiempo y la ley dificulta que las organizaciones sin ánimo de lucro asistan a los particulares. Millones de euros en donaciones siguen paralizados en cuentas bancarias, pendientes de asignación.

La avalancha de ayudantes

La representante regional para la catástrofe de las inundaciones y la reconstrucción, Nicole Steingass, asegura que hasta febrero de 2022 se habían aprobado más de 7.000 de las cerca de 11.000 solicitudes de ayuda de emergencia para hogares perdidos, por un total de 90 millones de euros. Mucho más compleja es la reconstrucción de miles de casas dañadas o destruidas. Según Steingass, hasta esa misma fecha, se habían aprobado más de 300 solicitudes por un total de 38 millones de euros con cargo al fondo de reconstrucción de 1.000 millones de los gobiernos federal y estatal.

Sin embargo, las víctimas de las inundaciones no habrían podido avanzar tan rápidamente sin la ayuda voluntaria y solidaria de la población. “El primer día después de la inundación, recibimos tantos donativos en pocas horas que fue abrumador. No conozco ni al 20% de esa gente, pero nunca podré agradecérselo debidamente”, recuerda Ronja Schäfer. Recientemente, la familia decidió comprar el terreno de la casa que tenía alquilada, y que fue destruida, para volver a ponerla en pie. Fue el contagioso espíritu de equipo de la comunidad y el optimismo con el que la gente está dispuesta a reconstruir la región lo que les convenció para hacerlo.

El incansable Stefan Dries calcula que alrededor del 15% de todos los voluntarios iniciales sigue viajando regularmente al valle del Ahr para ayudar en lo que puede. No obstante, el enorme entusiasmo de los ayudantes no siempre asegura el progreso. Incluso puede crear problemas más adelante. Maik Rönnefarth, propietario de una carpintería en Dernau, una pequeña ciudad del valle, se ha sentido abrumado por los nuevos encargos. “A finales de enero, la ayuda que se precisaba cambió de categoría: tras el trabajo de individuos motivados pasó a ser necesario contar con trabajadores cualificados”, asegura este hombre de 45 años. Gracias a los voluntarios, la mayoría de las casas dañadas que siguen en pie están listas para pasar a la siguiente fase. Pero el tendido de cables eléctricos, la instalación de nuevos marcos de ventanas o la impermeabilización de una casa deben dejarse en manos de artesanos profesionales, afirma Rönnefarth. 

Acto organizado por Rheingau ayuda, la asociación impulsada por el panadero Stefan Dries. C.N.

Como en toda Europa, la escasez de mano de obra, ya rampante de por sí en épocas normales, dificulta la búsqueda de profesionales. “Y, claro, así muchos acaban por ayudarse a sí mismos, lo que no es seguro y a menudo significa que el trabajo tiene que hacerse dos veces”, añade el carpintero.

Rönnefarth también describe la actitud que prevalece entre algunos artesanos como una especie de “fiebre del oro”. Menciona a una familia que pagó más de 35.000 euros solo por el enyesado de su bodega, un servicio que antes de la catástrofe habría costado apenas un tercio de esa cantidad. Desde la inundación, el propio Rönnefarth se ha encargado de un 30% más de trabajos, algunos de ellos gratuitos, a menudo para producir piezas que los voluntarios pueden instalar ellos mismos. “También intento concienciar a la gente para que vengan más artesanos a la región. Y en el taller doy prioridad a la reconstrucción antes que al encargo de una nueva mesa de cocina”, afirma.

Además de la escasez de mano de obra, Steingass destaca la falta de materiales: “Me preocupa que haya escasez de recursos para la reconstrucción, en parte debido a crisis globales. Muchos materiales de construcción ya escaseaban antes de la inundación”. Así pues, el reto es enorme en todos los sentidos, pero la representante estatal cree que la modernización de la región, en la que se han destruido tantas infraestructuras, podría ser también un factor de esperanza para sus habitantes.

Una adaptación para el futuro

En términos de reconstrucción, resiliencia es la palabra del momento. Rönnefarth cambia los revestimientos del suelo e instala ventanas a prueba de crecidas, mientras que otros artesanos trasladan los sistemas de calefacción del sótano a pisos más altos (incluso a terrenos elevados adyacentes) para así evitar, en futuras inundaciones, la contaminación ambiental debida a las fugas de gasóleo. La reconstrucción de la región del Ahr, a prueba de riadas y de forma sostenible, llevará años, subraya Steingass: “¿Cinco años? Ni siquiera me atrevo a decir una fecha”. La resiliencia también requiere un poco de comprensión por parte de la gente, añade, ya que no todo se puede restaurar de la misma manera.

Como las autoridades han designado nuevas llanuras de inundación y planean dar más espacio al río Ahr, algunas personas deben abandonar sus terrenos y reconstruir en otro lugar. “El mantenimiento del río es un apartado crucial. No debe haber escombros en las orillas ni árboles muertos en el agua, porque eso fue lo que provocó el atasco, la posterior inundación y lo que luego derribó los puentes”, dice Steingass. Además, el agua debe poder filtrarse mejor cuando haya en el futuro nuevos episodios de lluvias intensas, por lo que hay que reducir las zonas asfaltadas.

Maik Rönnefarth y su compañera. C.N.

Vuelta a la vida

No todo el mundo tuvo la misma suerte que los Schäfer. Solo en Renania-Palatinado 134 personas murieron a causa de las inundaciones. Una comisión de investigación estatal está estudiando las posibles responsabilidades y si las autoridades no advirtieron debidamente a los habitantes de las zonas propensas a inundaciones. Los meteorólogos están siendo interrogados como testigos y la investigación entraba en marzo en su séptima ronda de reuniones. “Muchos traumas solo salen a la luz cuando han pasado meses. La gente lleva muchas semanas limpiando, y es después cuando se da cuenta de cómo les ha afectado todo. Oigo hablar de niños que ya no pueden ducharse porque el ruido les asusta”, añade Steingass.

Sin embargo, las historias de personas que están entre la espada y la pared y sin perspectivas de mejora son raras, señala Maik Rönnefarth. A pesar del recuerdo de la destrucción de fondo, las cosas están avanzando. Los habitantes del valle se quedan y hay muchas historias de gente nueva que se instala en la zona. El taller de carpintería de Rönnefarth ha conseguido dos trabajadores cualificados que inicialmente vinieron como voluntarios esporádicos pero que han acabado quedándose.

Si la ayuda más rápida y más decidida llegó en forma de donaciones y de desconocidos motivados y desinteresados, ahora corresponde a las autoridades impulsar los proyectos de infraestructura a largo plazo y ayudar a la región a ser resiliente frente a futuros fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más habituales y severos como consecuencia del cambio climático. Y esos fenómenos, casi con toda seguridad, llegarán, pero la gente está aquí para quedarse. 

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