1,5 y 2 ºC: viaje a través del objetivo de calentamiento que obsesiona al mundo

Se cumplen siete años del Acuerdo de París, el pacto climático más importante hasta la fecha. Es de sobra conocido que su propósito es limitar el aumento de la temperatura, pero pocos conocen la historia detrás de ambas cifras.
Foto: Aaron Karasek/Imago images vía Reuters.

Dos números. Un objetivo a largo plazo. En 2015, casi 200 países acordaron “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”. Fue en la COP21, donde se concretó el Acuerdo de París, el pacto climático más importante hasta la fecha.

Aquel párrafo, recogido en apartado 1.a del artículo 2, marcó un antes y un después. Toda política, ley, norma, estudio, análisis, propuesta o acción que tenga en mente la crisis climática se construye en base a ese objetivo de temperatura, resumido en dos cifras. No paramos de verlas, de oírlas, de repetirlas. Son nuestro faro. Pero, ¿por qué ambos números son tan importantes? Y lo que es más desconocido: ¿de dónde salen?

La respuesta no es sencilla. Como si del dilema del huevo y la gallina se tratara, ¿quién propuso antes esos objetivos, la política o la ciencia? A lo largo de las líneas siguientes, intentaremos desentrañar sus orígenes y entender cómo dos objetivos numéricos han acabado por guiar y condicionar al planeta.

Al igual que no es cierta la leyenda de que los bebés vienen en cigüeña desde París, los límites de temperatura no surgieron mágicamente durante la cumbre celebrada en la capital francesa. Tampoco aparecieron a la vez ni siempre se ha usado el mismo lenguaje para referirse a ellos, como se verá más adelante.

Origen científico de los 2 ºC

Hay que remontarse al siglo pasado para encontrar las primeras referencias a los 2 ºC. Concretamente, a 1975. Ese año, el economista estadounidense y ganador de un Nobel en 2018 William D. Nordhaus publicó en la revista American Economic Review un artículo titulado Can We Control Carbon Dioxide? (¿Podemos controlar el dióxido de carbono?). En él, sostiene que “si las temperaturas globales superan en más de 2 o 3 °C la temperatura media actual, el clima se situará fuera de la gama de observaciones realizadas durante los últimos cien mil años”. Dos años después, publica otro artículo donde insiste en la misma idea, y lo acompaña de una reveladora gráfica.

Gráfica que forma parte del artículo de 1977 de William D. Nordhaus. En ella, el economista ya proyectaba un aumento de temperatura similar al que ha habido.

Y pasamos a 1990. El mismo año en el que se publica la primera evaluación de la historia del IPCC, un informe publicado del Instituto Ambiental de Estocolmo y firmado por los científicos Frank Rijsberman y Rob J. Swart identifica “dos objetivos absolutos de temperatura para el calentamiento comprometido”. Estos límites implican diferentes niveles de riesgo, según ellos. El primero hacía referencia a un aumento de la temperatura media global de un 1 ºC respecto a la época preindustrial. El segundo hacía referencia a un planeta 2 ºC más caliente.

Ya entonces, los autores reconocían que “un límite absoluto de temperatura de 2,0 °C puede considerarse un límite superior a partir del cual se espera que aumenten rápidamente los riesgos de graves daños a los ecosistemas y de respuestas no lineales”. Y lo acompañaban de la siguiente figura:

Figura incluida en el informe de Frank Rijsberman y Rob J. Swart. Ya entonces concluían que un aumento de la temperatura de 2 ºC significa grandes riesgos.

Nuestro informe fue quizá el primero en formular un objetivo provisional de temperatura recomendado por la comunidad científica a los responsables políticos del mundo” y “reconoció que el mundo probablemente ya superaría 1 ºC de calentamiento sobre la base de las emisiones inevitables”, detalla a Climática el propio Frank Rijsberman, encargado de dirigir el proyecto. Cuenta que el trabajo fue encargado por el AGGG (Grupo Asesor sobre Gases de Efecto Invernadero), un organismo creado en 1985 por la Organización Meteorológica Mundial y ONU Medio Ambiente, y que fue precursor del IPCC, creado en 1988. “El taller fue un asunto pequeño que reunió a unos 25 científicos destacados, muy distinto a los miles que participan ahora en el IPCC”, explica.

No obstante, Rijsberman considera que la mayor contribución científica del informe no fue la mención a los umbrales de temperatura, sino otra. Por primera vez, se propuso englobar a todos los gases que causan el calentamiento global en un solo indicador. “Fue el debate más controvertido y acalorado del taller”, rememora el hoy director del Instituto Global para el Crecimiento Verde. Treinta años después, esa novedosa idea está universalmente establecida. Es lo que hoy conocemos como dióxido de carbono equivalente (CO2eq).

Origen político de los 2 ºC

El siguiente momento clave de la historia de los 2 ºC ya no es científico, sino político. Pero antes es importante resaltar otros hitos que, si bien no abordaban directamente los objetivos de temperatura, sirvieron para poner la cuestión climática en la agenda. Por un lado, está la contundente intervención sobre los peligros del cambio climático realizada por un científico de la NASA, el doctor James Hansen, ante el Comité de Energía y Recursos Naturales del Senado de los Estados Unidos. Era 1988, y el experto ya alertaba sobre la existencia de un calentamiento global antropogénico y sobre cómo éste influía en eventos extremos como las olas de calor. 

Por otro lado, está la firma de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992. En su artículo 2 se señala como objetivo principal  “la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático”. Entonces no se hizo mención al límite de temperatura, pues, durante mucho tiempo, el debate se centró más en los niveles de concentración de CO2 que en los niveles de calentamiento.

Y llegamos al punto de inflexión político en torno a los dos grados. Los días 25 y 26 de junio de 1996, el Consejo Europeo de Ministros de Medio Ambiente acordó durante su reunión “que las temperaturas medias mundiales no deberían superar los 2 grados por encima del nivel preindustrial y que, por lo tanto, los niveles de concentración inferiores a 550 ppm de CO2 deberían guiar los esfuerzos mundiales de limitación y reducción”. Se trata de la primera vez que el objetivo de 2 ºC da el salto a la esfera política

Una década después, en 2005 y 2007, los jefes de gobierno de la UE confirmarían este camino. Entre los firmantes de aquella declaración estaban la ex canciller alemana Angela Merkel, entonces ministra de Medio Ambiente, e Isabel Tocino, primera mujer en ocupar esa cartera en España (hoy trabaja en el Banco Santander y en diversas empresas energéticas).

“Después de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los científicos trabajaron mucho para definir el ‘cambio climático peligroso’, normalmente basado en límites ecológicos concretos”, cuenta Piers Forster, profesor de Física del Clima en la Universidad de Leeds y que cuenta con una larguísima trayectoria contribuyendo a los informes del IPCC. Según el experto, “la política internacional se centró en un límite de concentración de CO2 hasta principios de la década de los 2000 porque tenía más precedentes en la literatura, era la base del objetivo cuando se creó la CMNUCC y, para una determinada trayectoria futura de emisiones, podía estimarse con más certeza que el nivel de calentamiento”.

Un año antes del Consejo Europeo de Ministros de Medio Ambiente, en 1995, se produjo un hecho clave en toda esta historia. El Consejo Asesor Alemán para el Cambio Global, que durante esos años elaboró una serie de informes, publicó una declaración en la que argumentaba que, para “salvaguardar la Creación” y “evitar costes irrazonables”, “el intervalo de temperatura hasta el máximo tolerable” era “de solo 1,3 °C” respecto a 1995 (si calculamos respecto a la época preindustrial son 2 ºC). Este organismo y su entonces vicepresidente –el físico Hans Joachim Schellnhuber, que era director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático– fueron fundamentales a la hora de convencer a Merkel de la importancia del objetivo de 2 ºC, primero en el ya citado Consejo Europeo de Medio Ambiente y luego, como veremos, en una cumbre del G8.

Pero volvamos a la ciencia. En 2002, los científicos estadounidenses Brian C. O’Neill y Michael Oppenheimer publicaron un artículo en el que hablaban de riesgos concretos dependiendo del grado de calentamiento. Aunque aquel estudio tenía como base el año 1990, ya se decía que “un límite de 2°C por encima de la temperatura media mundial” era vital “para proteger la capa de hielo de la Antártida Occidental”. Asimismo, adelantaron un hecho hoy constatado: que “un objetivo a largo plazo de 1 °C por encima de las temperaturas mundiales de 1990 evitaría graves daños en algunos sistemas de arrecifes”.

“En aquel momento, habría sido difícil diferenciar entre, por ejemplo, 1,3 y 1,5 o 1,5 y 1,8 en términos de impacto. De hecho, todavía lo es hoy. Lo más importante es que sabemos que cada décima de grado de calentamiento hace que los impactos sean cada vez más peligrosos y que, cuanto más alta es la temperatura, más rápidamente aumenta la frecuencia de muchos tipos de fenómenos extremos”, cuenta Michael Oppenheimer.

Tabla que forma parte del artículo de 2005 Article 2 of the UNFCCC: Historical Origins, Recent Interpretations, de Michael Oppenheimer y Annie Petsonk. En ella se recogen diferentes impactos planetarios según el aumento de temperatura.

Nuevo salto temporal. Estamos en 2009 y es la 35ª Cumbre del G8. Los líderes políticos –entre ellos, Merkel, Sarkozy, Obama y Berlusconi– firman una declaración donde reconocen “la amplia opinión científica de que el aumento de la temperatura media mundial por encima de los niveles preindustriales no debería superar los 2°C”. Para ello, fueron fundamentales el Segundo (1995), Tercer (2001) y Cuarto (2007) Informe de Evaluación del IPCC. En todos ellos ya había proyecciones de aumento de temperatura, incluida la de los 2 ºC.

A esto se le sumó otra declaración ese mismo año, la del Foro de las Principales Economías sobre Energía y Clima, que también reconocía la importancia de limitar el calentamiento por debajo de 2 ºC. “Fue la primera vez que se alcanzó un consenso entre los principales países desarrollados y en vías de desarrollo respecto al objetivo de los 2 °C”, recogía un artículo científico publicado en 2017 que trazaba la evolución de este objetivo.

A finales de 2009, se celebró la cumbre del clima en Copenhague, la COP15. En el recuerdo queda una de las cumbres más desastrosas de cuantas se han organizado. En cierta parte, lo fue, ya que terminó con un texto que no fue reconocido unánimemente por todas las partes y que no tuvo efecto legal. Aun así, supuso un impulso fundamental al ser la primera COP en mencionar los objetivos de temperatura que hoy todos conocemos. El documento final tenía en cuenta “la opinión científica de que el aumento de la temperatura mundial debería permanecer por debajo de 2 ºC”.

Un año después llegaría la COP16 de Cancún. El acuerdo de cierre de la cumbre subrayaba la necesidad de “fuertes reducciones de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, […] de modo que el aumento de la temperatura media mundial con respecto a los niveles preindustriales se mantenga por debajo de 2 ºC”. 

Finalmente, en 2015 llegaría la trascendental COP21, donde se sellaría el Acuerdo de París. El objetivo de 2 ºC (y el de 1,5 ºC) se convirtió en el consenso de la comunidad internacional. Todo había cambiado para siempre. Y un punto clave: “El lenguaje en torno a los 2 °C se reforzó en respuesta a la ciencia emergente, pasando de ‘mantener por debajo de los 2 °C’ en la COP de Cancún a ‘mantener muy por debajo de los 2 °C’, lo que implica una probabilidad mucho mayor de no superar nunca ese nivel”, apunta el doctor Carl-Friedrich Schleussner, jefe de Ciencias del Clima en Climate Analytics.

“El límite de 2 ºC es lo que llamamos un social construct. Esto quiere decir que políticos, científicos y policy makers asociados con el proceso de la Convención del Cambio Climático de la ONU buscaron un balance entre lo que la ciencia decía, los posibles impactos, y la cantidad y velocidad de mitigación que parecía posible. Y, por tanto, en ser exitosos con el objetivo de limitar la temperatura por debajo de 2 ºC”, reflexiona Pep Canadell, director ejecutivo del referente Global Carbon Project, que monitorea cada año las emisiones de CO2.

1,5 ºC: la ventana que se cierra

Los estudios sobre los peligros que supone superar un calentamiento de 2 ºC y los intentos políticos por fijarlo como objetivo tuvieron un largo recorrido. La ciencia lo fue introduciendo desde la década de los 70 y, poco a poco, la política lo tomó como referencia para guiar la acción climática. Sin embargo, la aparición del límite de 1,5 ºC es más reciente e intensa.

La historia de cómo se consagró el 1,5 pertenece a un amplio número de pequeños países insulares y regiones vulnerables. Sus territorios iban a ser las primeras víctimas del calentamiento global, por lo que decidieron plantar cara a las grandes naciones por un objetivo más ambicioso. Y por ello lucharon. Y ganaron.

En la década de los 90, el artículo de  Frank Rijsberman y Rob J. Swart –comentado al principio– señalaba que “los aumentos de temperatura por encima de 1,0 °C pueden provocar respuestas rápidas, imprevisibles y no lineales que podrían provocar grandes daños en los ecosistemas”. En los años posteriores, vinieron más estudios en la misma línea. Sin embargo, el objetivo exacto de 1,5 ºC surgió más recientemente.

Año 2008. Se celebra en Poznan (Polonia) la cumbre del clima número 14. Terminó sin mucha historia, emplazando a las partes a la COP del año siguiente. Sin embargo, el 11 de diciembre, ya en la recta final de las negociaciones, la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS) y los Países Menos Adelantados (PMA) instaron a establecer un límite de 1,5 °C de aumento de la temperatura y concentraciones de gases de efecto invernadero de no más de 350 partes por millón, así como una reducción del 40% de las emisiones de los de los países desarrollados para 2020 en comparación con los niveles de 1990. Por primera vez en una COP se había puesto sobre la mesa la meta del 1,5 en vez de los 2 ºC al que se agarraban los países más desarrollados.

Durante todo 2009, las pequeñas naciones isleñas y costeras, así como otros países vulnerables, aprovecharon cualquier espacio en el que estaban presentes para reclamar mayor ambición climática, con el límite de 1,5 como principal demanda

Lo hizo Maldivas en la sexta reunión preparatoria de la COP, celebrada en Bonn (Alemania), y lo hizo Granada en la séptima reunión. En septiembre de ese año, los jefes de Estado de la AOSIS se reunieron en Nueva York, donde acordaron una Declaración sobre el Cambio Climático. En ella, una vez más, demandan “reforzar el proceso de la CMNUCC” pidiendo a los grandes emisores que se pusieran de acuerdo para “producir suficiente energía limpia para alcanzar los objetivos de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 ºC y 350 ppm de concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera”. 

También se unió al llamamiento el Foro de Vulnerabilidad Climática (formado por Bangladesh, Barbados, Bután, Ghana, Kenia, Kiribati, Maldivas, Nepal, Ruanda, Tanzania y Vietnam), que decidió emitir una declaración donde, entre otros asuntos, consideraban que los países desarrollados debían “garantizar la justicia climática para las comunidades más pobres y vulnerables del mundo”, y pedían que se comprometieran a “una limitación del calentamiento medio de la superficie del planeta muy por debajo de 1,5 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales”.

El trabajo para difundir la necesidad de un objetivo más ambicioso era intenso. “Para entonces, el objetivo del 1,5 ºC también se había socializado con otros grupos dentro del G77 a petición del negociador líder de la AOSIS y por el coordinador de la Visión Compartida de la AOSIS”, apunta el fundador y director ejecutivo de la Climate Analytics, Bill Hare, quien recuerda que también se consultó a otros grupos, como la Asociación Independiente de América Latina y el Caribe (AILAC), así como a países de forma bilateral.

“La consecución del objetivo del 1,5 no fue solo una serie de decisiones tomadas en la COP”, señala a Climática Leon Charles, negociador principal de la AOSIS mientras su país, Granada, presidía el grupo (2006-11). Considera clave en todo este relato los “importantes esfuerzos para movilizar y lograr apoyos como parte de una estrategia de divulgación después de que el objetivo se presentara por primera vez en [la COP14 de] Poznan”.

La presión se había mantenido durante todo 2009 y, con el debate en su punto álgido, se llegó a finales de año a una nueva cumbre del clima: la COP15 de Copenhague. Gracias a todo un año de trabajo de divulgación y presión, más de 100 países en desarrollo ya apoyaban la meta del 1,5 impulsada en la anterior COP por AOSIS. 

La necesidad de salir de la cumbre con un triunfo era vital. Tanto, que Tuvalu –cuarta nación más pequeña del mundo– se rebeló durante las negociaciones y logró pararlas en varias ocasiones. La pequeña isla del océano Pacífico, de tan solo 12.000 habitantes, reclamaba insistentemente junto a AOSIS y PMA un tratado  jurídicamente vinculante que mantuviese el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 ºC. Lo pedían, sencillamente, porque con un calentamiento de 2 ºC su territorio sucumbirá ante la subida del nivel del mar. “¿Cómo pueden pedir que mi país se extinga?”, le preguntó el presidente de las Maldivas, Mohamed Nasheed, al delegado chino, que pedía eliminar dicha propuesta del texto. Tenían incluso un lema: “1,5 para seguir vivos”.

Origen científico del 1,5

La primera piedra política para impulsar el 1,5 se produjo en 2007. Ese año se llevó a cabo la COP13. En ella se cerró el llamado Plan de Acción de Bali. Entre otros asuntos, incluía el desarrollo de “una visión común de la cooperación a largo plazo, que incluya un objetivo mundial a largo plazo para la reducción de las emisiones”. AOSIS decidió incluir entre sus aportaciones al plan –el cual estaba previsto que terminara en la COP15– el objetivo del 1,5. Luego llegaron Poznan y Copenhague, como ya se ha explicado. Pero aún queda saber el origen más científico del 1,5. ¿En qué se basaron los países insulares y vulnerables para reclamar durante tantos años un objetivo de calentamiento por debajo de 1,5 ºC? 

Un primer origen puede ser “el gráfico de ‘brasas ardientes’ del Tercer Informe de Evaluación del IPCC [de 2001], que mostraba las nefastas consecuencias para los pequeños Estados insulares en desarrollo si se daban temperaturas de más de 1 ºC por encima de los niveles preindustriales”, relata Ian Fry, representante de Tuvalu en la COP15 y ahora Relator Especial para la promoción y protección de los Derechos Humanos en el contexto del cambio climático de Naciones Unidas. 

No obstante, fue más determinante el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC (AR4), publicado en 2007. La alianza de países pequeños y más vulnerables estaba preocupada por los impactos, potencialmente catastróficos, del calentamiento de 2 ºC descrito allí por el panel de especialistas ligado a la ONU.

Gráfica de ‘brasas ardientes’ a la que hace mención Ian Fry, perteneciente al Tercer Informe de Evaluación del IPCC. 

A la vez que pelea en los foros internacionales un objetivo que no amenazara sus territorios, la AOSIS  decide encargar a la organización alemana Climate Analytics una serie de análisis para saber realmente a lo que se enfrentaban. “Llevábamos a cabo un proyecto junto con el Potsdam Institute for Climate Impact Research (PIK), llamado proyecto PREVENT, cuyo objetivo era proporcionar apoyo científico y técnico a los países pequeños y menos desarrollados”, explica el físico, climatólogo y director ejecutivo de Climate Analytics, Bill Hare. “La modalidad era que la AOSIS y los PMA nos pedían trabajos sobre diferentes cuestiones, incluidas las relativas al aumento de 1,5 ºC”, añade Hare.

En el último trimestre de 2009, justo antes de la COP15 de Copenhague, se les entregó a los países vulnerables varios informes claves sobre los límites de temperatura. “Una revisión de la literatura científica reciente, así como las conclusiones del AR4 del IPCC, indica que un calentamiento de 2 °C tendría consecuencias inaceptables para los Estados insulares en desarrollo y otras regiones altamente vulnerables”, aconsejaba el primero de los informes liderados por Hare. En un documento posterior, advertían de que “limitar el calentamiento por debajo de 1,5 °C es mucho más seguro y dará a los sistemas naturales una oportunidad mucho mayor de sobrevivir y adaptarse, además de evitar graves daños a los ecosistemas de los PMA”. Asimismo, dejaban claro que “limitar el calentamiento a largo plazo por debajo de este nivel aportaría una mayor seguridad a la hora de evitar los peores impactos del cambio climático. Reducirá, pero no eliminará, los principales riesgos y daños para los PMA, y requerirá un gran apoyo de la comunidad internacional para la adaptación”.

La política empuja a la ciencia

A pesar del enorme trabajo que la AOSIS había realizado en segundo plano, e texto final no vinculante alcanzado en la COP15 de Copenhague se centraba en el objetivo de los 2 ºC. Este desenlace estuvo motivado porque el documento fue elaborado por un grupo muy reducido de países, recuerdan algunos implicados. El emotivo discurso de Ian Fry, que concluyó su intervención en la sesión plenaria con un mensaje contundente pero ignorado –“El destino de mi país está en vuestras manos”–, no surtió el efecto deseado. “En el caso de Tuvalu, la referencia a los 2 ºC fue el punto de ruptura. No podíamos aceptarlo”, señala Fry.

No obstante, la cumbre no fue del todo infructuosa. El presidente de AOSIS se negó a aceptar el texto si este no incluía un compromiso hacia sus demandas. Gracias a esta presión –y a pesar de la oposición de las grandes naciones emisoras– se logró introducir un último punto en el acuerdo donde se emplaza a 2015 para la realización de “un examen de la aplicación del presente Acuerdo” en el cual “se consideraría la posibilidad de reforzar el objetivo a largo plazo en referencia a diversos elementos planteados por la ciencia, particularmente en relación con el aumento de la temperatura en 1,5 ºC”. Este examen, como se verá más tarde, fue clave para conseguir fijar el límite de 1,5.

Al año siguiente, en 2010, tuvo lugar la cumbre del clima de Cancún (México). La COP16 se cerró con una nueva llamada a “mantener la temperatura por debajo de los 2 ºC y a considerar la posibilidad de reforzar el objetivo mundial a largo plazo sobre la base de los mejores conocimientos científicos disponibles, entre otras cosas por lo que respecta a un aumento de la temperatura media mundial de 1,5 ºC”.

A estas alturas, aumentar la ambición y centrar todos los esfuerzos en mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 ºC era una demanda que no resultaba extraña. La entonces jefa de ONU Cambio Climático, Christiana Figueres, pedía a los países sumarse a esa meta, y el presidente aquellos años del IPCC, Rajendra Pachauri, instaba a limitar la concentración de CO2 atmosférico a 350 ppm. Sin embargo, las grandes economías y los principales países emisores seguían centrados en los 2 ºC. 

La actualización en el Quinto Informe de Evaluación del IPCC de su gráfico de brasas reforzó la preocupación en torno a los 2 °C de calentamiento, ya que implicaba riesgos e impactos demasiado grandes para los pequeños Estados insulares en desarrollo y para los países menos desarrollados. Según Carl-Friedrich Schleussner, autor de uno de los primeros estudios exhaustivos sobre los diferentes impactos entre un aumento de 1,5 °C y otro de 2 °C, este trabajo llegaba tarde: “La comunidad científica no dijo mucho sobre el 1,5 °C antes de [la COP21 de] París, a pesar de las claras referencias en la CMNUCC. Aquello, hay que admitirlo, fue un gran descuido”. 

Bill Hare concuerda con parte del análisis hecho por su colega –“debería haber habido mucho más y no se hizo”–. Con todo, resalta en que “el Quinto Informe del IPCC proporcionó orientación sobre los impactos y los riesgos según los niveles de calentamiento”, entre ellos 1,5 ºC y 2 ºC. “Y esto fue muy influyente”, señala.

Un informe determinante…

Siguiendo el mandato de la COP de Copenhague (2009) y Cancún (2010), entre 2013 y 2015 se llevó a cabo la Revisión Periódica del Objetivo Global a Largo Plazo. El resultado fue el Diálogo Estructurado de Expertos, un informe que resume el diálogo cara a cara entre más de 70 especialistas y los países sobre la idoneidad del límite de 2 grados y los beneficios de reforzar el objetivo global a 1,5. El resumen técnico incluía 10 mensajes. El último decía: “Aunque la ciencia sobre el límite de calentamiento de 1,5 °C es menos sólida, hay que esforzarse por bajar la línea de defensa lo máximo posible”. Asimismo, señalaba que “limitar el calentamiento global por debajo de 1,5 °C supondría varias ventajas en términos de acercarse a una barrera más segura”.

Si bien la ONU dejaba claro que “las conclusiones del informe […] no prevalecen sobre el Quinto Informe de Evaluación del IPCC, que es el documento oficial y aceptado por los gobiernos sobre la ciencia del clima”, lo cierto es que este trabajo “fue fundamental para la adopción del objetivo de temperatura del Acuerdo de París”, apunta Schleussner. Es más: el documento fue aprovechado por los pequeños países insulares, que en la habitual reunión previa a la cumbre celebrada en Bonn volvió a insistir para que el objetivo de 1,5 ºC se incluyera en el pacto final.

… y la cumbre que lo cambió todo

Esta vez no se podía fallar. La anterior cumbre, celebrada en 2014 en Lima (COP20), sirvió para allanar el terreno, y la de París debía ser la cumbre que sellara la hoja de ruta que sucediera al Protocolo de Kioto y marcase la acción climática durante las próximas décadas. Y así fue. Tras años y años de lucha, de reivindicaciones y de evidencia científica, la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS) y los Países Menos Adelantados (PMA) vieron cómo el 12 de diciembre de 2015 nacía el Acuerdo de París, el primer tratado internacional en dar efecto legal al objetivo de “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 ºC y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 ºC”. Dos cifras y una única meta.

Hasta entonces, las sucesivas cumbres tenían como objetivo limitar el calentamiento por debajo de 2 ºC. Con el nuevo acuerdo, las reglas del juego cambian: “Aunque algunos siguen intentando argumentar que París tiene dos límites de calentamiento, se equivocan: solo hay uno, y es el de 1,5 ºC”, explica Bill Hare, que estuvo presente durante el proceso de negociación y redacción. Y añade: “El lenguaje del Acuerdo de París fue cuidadosamente elaborado, y supuso un gran logro al consagrar el límite de 1,5 ˚C en el corazón del acuerdo”.

Carl-Friedrich Schleussner concuerda y añade que “el objetivo a largo plazo [del Acuerdo de París] es ambiguo, por supuesto. Pero no en el sentido de elige tu objetivo”, dice. “Puede entenderse como que nunca se superen los 1,5 ºC, o que se permita un rebasamiento temporal de la temperatura global por encima del límite de 1,5 ºC mientras se mantiene el calentamiento muy por debajo de los 2 ºC”, argumenta. “También es importante reconocer que el objetivo de temperatura se refiere a los niveles de temperatura como límites superiores, y no a la estabilización de las temperaturas globales, tampoco a 1,5 °C. La intención es que las temperaturas desciendan a largo plazo hasta un nivel que no represente una interferencia antropogénica peligrosa”, concluye.

Y más allá de este debate, Schleussner considera justo señalar que “la adopción del objetivo de temperatura del Acuerdo de París, y su límite de 1,5°C, se basó en una evaluación científica mucho más rigurosa de las pruebas científicas disponibles que en el anterior objetivo de Cancún de menos de 2°C”.

“Los matices son esenciales para entender la historia del 1,5”, puntualiza Leon Charles. Es una historia –dice– “de defensa y lucha continua por parte de los pequeños estados insulares en el periodo 2008-2015 contra la oposición de los países desarrollados y los productores de petróleo”. Y aunque la balanza acabó de su lado, pudo no ser así: “Hubo muchos momentos en los que todo pendió de un hilo, pero la perseverancia acabó por dar sus frutos”, cuenta. Esa tenacidad la pone en valor hoy día Piers Forster: “Los héroes del 1,5 son los países de la AOSIS. La ciencia sigue poniéndose al día”.

La ciencia lo apuesta todo al 1,5

El Acuerdo de París no solo consagró el tan ansiado objetivo del grado y medio. Los países acordaron invitar al Panel Intergubernamental de Especialistas en Cambio Climático (IPCC) a presentar, en 2018, “un informe especial sobre los efectos que produciría un calentamiento global de 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales y las trayectorias correspondientes que deberían seguir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero”.

Esto se hizo, cuenta el profesor Piers Forster –uno de los autores de aquel informe–, porque entonces “casi no había documentos sobre los objetivos de 1,5 ºC, ya que los científicos no asistían a las COP y no estaban demasiado al tanto de lo que ocurría”. En consecuencia, a su juicio ganan valor algunos de aquellos trabajos pioneros, “sobre todo el de Joeri Rogelj y Carl-Friedrich Schleussner, quienes sí asistían a las COP y sus primeras publicaciones ya apoyaban la ciencia en torno al límite de 1,5 ºC”. 

El IPCC aceptó al año siguiente la propuesta y en octubre de 2018 salió publicado el que es en la actualidad uno de los informes más importantes de la ciencia climática. El objetivo de dicha evaluación era que la política contara con las mayores evidencias y el máximo respaldo para llevar a cabo las acciones que permitieran limitar el aumento de la temperatura.

Los hallazgos no dejaban lugar a dudas: “Los riesgos relacionados con el clima para los sistemas naturales y humanos son mayores con un calentamiento global de 1,5 °C que los que existen actualmente, pero menores que con un calentamiento global de 2 °C”, concluían con una alta confianza las decenas de científicos que participaron en su elaboración.

Diferentes aumentos de temperatura propician diferentes impactos: más o menos episodios de calor extremo, más o menos precipitaciones, más o menos probabilidades de sequía… Medio grado de calentamiento es cuestión de vida o muerte para muchos ecosistemas, regiones y seres vivos. Es el caso, por ejemplo, de los corales y el Ártico.

Con 2 ºC de calentamiento respecto a la época preindustrial, los arrecifes de coral “desaparecen en su mayoría”. No obstante, incluso con un aumento de las temperaturas de 1,5 ºC “se perderá el 90% de los corales constructores de arrecifes en comparación con la situación actual”. 

Respecto al Ártico –que se ha calentado 3,8 veces más rápido que el promedio mundial desde finales de la década de 1970–, el informe prevé que “habrá al menos un verano ártico sin hielo marino cada 10 años con un calentamiento de 2 ºC”, mientras que “la frecuencia disminuirá a un verano ártico sin hielo marino cada 100 años con 1,5 ºC”.

La subida del nivel del mar durante siglos o milenios está ya garantizada, independientemente de lo que se haga ahora. Según el trabajo más reciente del IPCC –el Sexto Informe de Evaluación, publicado entre 2021 y 2022–, en los próximos 2.000 años el nivel medio del mar global aumentará entre 2 y 3 metros si el calentamiento se limita a 1,5 °C, mientras que la subida será de entre 2 y 6 metros si se limita a 2 °C. Se estima que entre 1901 y 2018 la subida del nivel del mar a nivel global ha sido de 20 centímetros.

Limitar el calentamiento a 1,5 en vez de a 2 ºC hará que se reduzcan los incrementos de la temperatura en los océanos, su cada vez mayor su acidez y su descenso en el nivel de oxígeno. Mantener el calentamiento por debajo del grado y medio también implica que los riesgos sean menores para la biodiversidad, la pesca y los ecosistemas marinos, con las funciones y servicios que estos prestan a los seres humanos.

“La ciencia es clara al indicar que con cada décima de grado aumentan los impactos y que, a mayores temperaturas, la probabilidad de nuevos procesos de retroalimentación (que acelerarán el cambio climático) aumentan”, explica Pep Canadell. Un argumento similar al de Michael Oppenheimer, quien avisa de que “los cambios ya han comenzado”: “Por encima de 1,5 ºC y, sobre todo, por encima de 2 los cambios se vuelven más difíciles de gestionar”.

Otro que insiste en esa idea es Jesús Fidel González Rouco, profesor de Física y autor en varios informes del IPCC: “Lo que hemos aprendido en estos últimos años es que 0,5 ºC importa. Hasta 2 ºC de calentamiento podemos decir que conocemos los riesgos que sabemos que existen y somos capaces de modelizar bien. Pero a partir de 2 ºC aumentan los riesgos que sabemos que existen pero que no podemos cuantificar tan bien como los anteriores”.

¿Hacia dónde nos dirigimos?

Del dicho al hecho, hay un trecho, reza el dicho. En diciembre de 2022 se cumplen siete años desde que fue adoptado el pacto climático que apela al grado y medio, pero la realidad es bien distinta. “La comunidad internacional todavía está muy lejos de lograr los objetivos del Acuerdo de París y no cuenta con una ruta creíble para contener el calentamiento global al máximo convenido de 1,5 °C”, criticaba recientemente el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en su informe anual sobre la brecha de emisiones. Así pues, sin esfuerzos adicionales sustanciales en esta década crítica, 1,5°C estará fuera de nuestro alcance.

Actualmente, la horquilla de calentamiento que baraja el organismo de la ONU está entre 1,8 ºC y 2,8 ºC para 2100, dependiendo de si se analizan las promesas, los planes actuales o las políticas implementadas. Sea como fuere, en ningún caso se cumple el objetivo, ni siquiera el de dejar el calentamiento muy por debajo de 2 ºC.

“El planeta va a llegar y sobrepasar los 1,5 ºC a principios de la siguiente década, independiente de lo muy o poco agresivos que seamos en la mitigación”, señala Pep Canadell. Según un análisis reciente del Global Carbon Project, que dirige el biólogo catalán, al ritmo actual de emisiones hay un 50% de posibilidades de que se supere el grado y medio de calentamiento en nueve años, es decir, en 2031.

La única manera de que los modelos puedan dar una vía para estabilizar el clima a 1,5 es sobrepasando esa cifra y luego llevar a cabo grandes cantidades de eliminación de CO2 de la atmósfera, hasta el punto de que la temperatura del planeta (con menos CO2 en la atmósfera) pueda enfriarse un poquito y volver al 1,5 ºC”, explica Canadell.

La necesidad de pasar el grado y medio para luego descender, detalla Canadell, responde a que “los modelos que usamos para fijar las vías con las que estabilizar el clima no dejan que la economía colapse, y por tanto necesitamos más de 10 años para hacer la transición total a las energías renovables”. Aun así, avisa: “Esta es la teoría. Lo que nadie sabe es si tendremos la capacidad de eliminar tanto CO2 como será necesario para volver al 1,5 ºC”.

Aun así, como recuerda Carl-Friedrich Schleussner, la Sexto Informe de Evaluación del IPCC (AR6) incluye –aunque pocas y limitadas –vías hacia el 1,5 ºC sin rebasamiento. En este sentido, el experto prefiere mirar el futuro con más optimismo: "El informe del Grupo de Trabajo 3 del IPCC (que forma parte del AR6) ha mostrado de forma muy detallada cómo las emisiones pueden reducirse a la mitad para 2030 con medidas rentables en todos los sectores", cuenta. Para el jefe de Ciencias del Clima en Climate Analytic "es un mensaje muy esperanzador que ilustra que se puede hacer si hay voluntad política para ello", y se apoya en el trabajo de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que "evalúa una vía de emisiones netas cero para 2050 (NZE) que sigue siendo estrecha pero aún alcanzable".

Cierto es que los límites de temperatura fijados estaban basados, en mayor o menor medida, en la ciencia. También es cierto que fueron adoptados teniendo en cuenta las diferencias de impactos entre un grado de calentamiento y otro. Aun así, estos no dejan de ser una postura política. Es lo que defiende Carl-Friedrich Schleussner: “Es importante entender que los objetivos de temperatura son siempre decisiones políticas basadas en juicios de valor sobre la compensación entre el deseo de evitar los impactos climáticos y los esfuerzos de mitigación necesarios para alcanzarlos”.

En este punto, cabe hacerse dos preguntas. La primera es si tiene sentido seguir apostando por unos límites que se antojan improbables. El doctor Frank Rijsberman cree que sí: “Desde el punto de vista político, el objetivo de 1,5 grados sigue siendo muy importante, en gran medida de forma simbólica, como recordatorio de la urgencia de tomar medidas”. 

La segunda pregunta es si las cumbres del clima son la mejor herramienta para afrontar la crisis climática. Sobre este tema Thelma Krug, vicepresidenta del IPCC y con un sinfín de cumbres a sus espaldas como jefa negociadora de Brasil, tiene mucho que decir: “Con tantos años de participación en este proceso político he aprendido que la velocidad con la que se toman las decisiones está muy por debajo de la expectativa de lo que la ciencia señala como urgente. Pero ese es el precio que se paga por tratar el tema climático en el marco de Naciones Unidas”. Y remata: “Por otro lado, la ONU permite que cada gobierno miembro tenga la misma voz. En mi opinión, esto es parte de la justicia climática”.

COMENTARIOS

  1. El futuro del planeta está en juego. Un millón de especies están amenazadas de extinción en todo el mundo. Estamos en medio de una sexta extinción masiva de la vida en nuestro increíble planeta.
    Se necesitan objetivos ambiciosos y vinculantes para salvar la biodiversidad y se necesitan medidas urgentes. Si no cambiamos de rumbo, los ecosistemas colapsarán y grandes partes del planeta se volverán inhabitables.
    Incluso las sirenas tuvieron que ponerse máscaras de oxígeno, ya que un área del tamaño de Fionia y Falster juntas se vio afectada por el sofocante agotamiento del oxígeno en aguas danesas a fines del verano.
    Nadar en el mar es una experiencia invaluable. Para muchos de nosotros, las olas rompiendo y el brillo del sol en la superficie del agua evocan recuerdos de los veranos de la infancia.
    Pero la crisis climática, que está aumentando las temperaturas oceánicas, la sobrepesca industrial, los derrames de petróleo tóxico y la contaminación plástica, amenaza el futuro de los océanos y de todo nuestro planeta. Está dolorosamente claro que la situación va a empeorar.
    Los mares saludables son un requisito previo para toda la vida en nuestro planeta. Proporcionan oxígeno vital a todos los seres vivos. Sólo protegiendo las partes más vulnerables de los océanos podrán los ecosistemas marinos recuperarse y sobrevivir a futuras amenazas.
    Noticias Greenpeace Danmark

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