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¿Es Twitter el lugar idóneo para comunicar la ciencia?

«A la limitación de espacio y los altos niveles de ruido, se une la permanente necesidad de encontrar la aprobación ajena», defiende el autor.
Foto: tweet-155281_1280

Lodazal, máquina de triturar personas, campo de batalla, jaula de grillos… Estas son algunas de las definiciones que se leen en Twitter sobre la propia red, y que me han llevado, acuciado por un mayor uso de la red durante los meses de confinamiento, a plantearme si Twitter es un medio adecuado para divulgar y comunicar ciencia.

En 2014, coincidiendo con una reunión científica nacional y animado por un colega científico con la premisa de que era un buen medio para acceder a información científica y divulgar, abrí una cuenta en Twitter. Seis años después, tengo serias dudas.

La esencia de Twitter es publicar mensajes de no más de 180 caracteres. Una extensión muy limitada para hacer una exposición mínimamente elaborada de casi todo, pero máxime del contexto, la metodología y los resultados de un trabajo científico.

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Hay personas tan buenas divulgadoras que pueden hablarnos sobre un tema, sin renunciar a su entidad completa y durante breves instantes. La escritura complica las cosas al carecer del lenguaje gestual en que se apoyan las palabras dichas. No obstante, se puede comunicar ciencia de forma escrita y muy sintética. De hecho, parte de nuestra labor se centra en condensar hechos, más o menos complejos, en un texto de reducidas dimensiones (el artículo científico) o en material divulgativo para público no experto. Un ejemplo común es el resumen que abre casi cualquier artículo científico. Pero por muy escuetas que sean estas fórmulas, ninguna lo es tanto como un tuit.

Unido a esto, la permanente exposición a ideas formuladas en 180 caracteres, redunda en la falta de atención que nos asola, necesaria en el día a día para muchas actividades y crucial en la labor científica; donde, por ejemplo, leer trabajos de otras colegas debiera ser actividad recurrente.

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Democracia tuitera

Una de las ‘bondades’ de las redes sociales es la ‘democratización’ de la comunicación. Todo usuario es, en principio, igual al resto. Lo mismo puede opinar del impacto de un viaje en metro sobre la propagación de la COVID-19 un experto en inmunología que una persona que no sabe lo que es el ácido ribonucleico (ARN). Sin embargo, esta (supuesta) apertura de la ciencia a la sociedad queda imposibilitada en el formato típico del hilo de Twitter. Ante temas de actualidad se genera rápidamente un gran ruido de opiniones diversas, entre las que conviven manifestaciones técnicas, opiniones ligadas al tema tratado, juicios de valor… Y el ruido, al final, no es buen compañero de la comunicación científica.

La ciencia en Twitter se ha convertido en un elemento más del pin-pan-pum nacional. Y ello, además de lastrar nuestra ya exigua cultura científica, supone una merma en la credibilidad y el rigor científicos, favoreciendo la confusión.

Quiéreme mucho

A la limitación de espacio y los altos niveles de ruido, se une la permanente necesidad de encontrar la aprobación ajena. Likes como premios con el que refrendar una afirmación. En el ámbito científico, el sosiego y el rigor necesarios son antagónicos con la imperiosa necesidad de un ‘me gusta’ fugaz. El ego es un músculo hipertrofiado profesionalmente en el ámbito científico, y la permanente búsqueda del like inmediato como respuesta a sentencias sólidas es contraria a narrativas científicas ligadas a la incertidumbre y abiertas al cambio permanente.

Canales de comunicación científica

No, un hilo de tuits no es un artículo científico en cualquiera de sus múltiples variantes: revisiones, comunicaciones cortas, comentarios, editoriales, etc. La gran diferencia reside, además de en su extensión, en los filtros de calidad que debe pasar un artículo científico antes de su publicación. Dichos filtros no son sino la revisión de otros científicos y científicas de nuestra misma disciplina. Son nuestros ‘iguales. En el lenguaje de la ciencia, nuestros ‘pares’. Así, cuando se envía un artículo a una revista, hay un primer filtro a modo de puerta de entrada a la revista en cuestión: el del editor o editora. Si se pasa esa primera ‘puerta’, comenzará un proceso de revisión que se extiende una media de 4 meses. Sucesivas revisiones realizadas por, al menos, dos revisores anónimos. A veces ese número es mayor. Por ejemplo, este artículo que publicamos hace poco tuvo cuatro revisores o revisoras.

Un tuit no es un artículo científico. Tampoco un artículo de prensa opinativo, como este que leen; o un material divulgativo, ya sea un artículo de divulgación como este, o este otro; o videos, cómics o similares. Ello sin dejar de reseñar que la elaboración de estos materiales de divulgación exige de un trabajo enorme y, por cierto, muy poco valorado en nuestro sistema académico. Sin embargo, el ruido de Twitter dificulta enormemente mostrar estas diferencias. Y creo que es responsabilidad de quienes hacemos ciencia y tratamos de divulgarla, con tesón, cariño y rigor, aclararlo y no participar del ruido, generando incluso más.

Un medio de comunicación más

Por su propia naturaleza, Twitter debería ser usado, en el ámbito científico, como un medio de comunicación similar al teléfono o el correo electrónico. No es una plataforma científica. Un tuit es muy útil, como lo es una llamada telefónica, para dar a conocer, de forma rápida y directa, un trabajo recién publicado, ya sea un artículo científico o material divulgativo, conocidas sus diferencias. Sirve para contactar con una persona experta, iniciando una comunicación sosegada y con el rigor que merece (y exige) la ciencia. Ello no quita que la ciencia deba ser aburrida o un coto privado, ni mucho menos. Son muchos los canales a través de los que hacerla llegar al público, a ser posible con la interacción entre emisores y receptores. Para ello es indispensable valorizar la ciencia, dotarla de recursos e implementar un ambicioso plan de comunicación y formación científica destinado desde alumnos de secundaria a responsables políticos.

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A las personas que hacemos ciencia en un país donde no se la ha valorado mínimamente, nos debe mover el interés por el bien común: generar conocimiento desde la honestidad y el rigor. Comunicarlo en el ámbito científico, siendo sometidos al escrutinio de nuestros pares, y trabajar, con apoyo institucional suficiente, para que los resultados de nuestro trabajo lleguen nítidamente a quienes lo financian: vosotros y vosotras.


Alberto Sanz Cobeña es profesor en la ETSIAAB (Universidad Politécnica de Madrid) e investigador en el CEIGRAM.
Trabaja en el ámbito de la sostenibilidad medioambiental de los sistemas agroalimentarios, tanto en el estudio del impacto de estrategias de manejo en la producción, como en el de cambio de hábitos en el consumo de alimentos.

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