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‘The Line’, la ciudad utópica de Arabia Saudí en contra de los preceptos de la arquitectura sostenible

El nuevo proyecto de la compañía NEOM presume de ser una apuesta a favor de la mitigación del cambio climático. Sin embargo, dos especialistas en arquitectura sostenible argumentan que la urbe solo contribuirá al deterioro medioambiental.
Foto: Thomas Pesquet / Flickr

“Una revolución civilizatoria que pone al ser humano en primer lugar”. Con este eslogan presentaba el pasado 25 de julio el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, el nuevo proyecto de su compañía NEOM: The Line, una ciudad que se construirá en el noroeste del país y que pretende redefinir “el concepto de desarrollo urbano y cómo deberían ser las ciudades del futuro”.

200 metros de ancho, 170 kilómetros de largo y 500 metros sobre el nivel del mar. En total, 9 millones de residentes vivirán en una superficie de 34 kilómetros cuadrados. Todo ello compacto en una construcción a capas verticales donde todo el mundo tendrá acceso a cualquier instalación a cinco minutos a pie, sin necesidad de coches ni carreteras.

Pocos son los detalles relacionados con la sostenibilidad anunciados hasta la fecha. Sin embargo, las características generales son suficientes para generar una idea de cuál será la huella ambiental que esta construcción tendrá, en caso de realizarse, para el planeta. Tanto el diseño como sus propósitos han suscitado algunos interrogantes a las y los especialistas en arquitectura sostenible, que dudan de que The Line sea una solución radical —e incluso necesaria— para mitigar los efectos del cambio climático. 

Empezando por su ubicación, Daniel Sánchez Peinado, director técnico de la Plataforma de Edificación Passivhaus, opina que, “desde el punto de vista del diseño pasivo, un proyecto debe adaptarse al entorno donde se encuentra, asegurando la mejor orientación, aprovechando tanto los recursos naturales disponibles como los vientos predominantes; adaptarse a la orografía del terreno (especialmente en el caso de montaña); proteger sus aberturas de las mayores exposiciones a radiación solar; estudiar los niveles de aislamiento, protección térmica y acristalamiento en cada ubicación… Todo esto sería complicado de implementar en un proyecto así en el que, por ejemplo, la orientación y forma vienen ya impuestas”.

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Y es que el diseño presentado de The Line consiste en una construcción con fachada de cristal que se extenderá por tres regiones ecológicas: montaña, valle, y la costa del desierto, cerca del Mar Rojo. Esto se debe a que la empresa, a pesar de asegurar la preservación del 95% de la naturaleza, quiere aprovechar su estratégica localización para hacer negocios: la ciudad estará a menos de seis horas en avión del 40% del resto del mundo y cerca del Canal de Suez, por donde pasa el 13% del comercio mundial.

Todo planeado… ¿menos la calidad de vida?

A Francesca Olivieri, profesora en el Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas de la Universidad Politécnica de Madrid, la planificación vertical de The Line le resulta poco natural para el ser humano: “Estamos acostumbrados a desplazarnos de forma horizontal. Está claro que no podemos seguir construyendo en todos lados viviendas unifamiliares, carreteras largas y ciudades que ocupen una superficie mucho mayor de la que se necesita, pero yo creo que hace falta un término medio”, opina. 

Por su parte, Sánchez añade que, en un proyecto tan grande, “la construcción en diferentes niveles y con diferentes vuelos y retranqueos debe estar muy bien planificada, ya que puede ser difícil conseguir comunicaciones y desplazamientos de los habitantes de manera sencilla tanto en vertical como en horizontal. Además, parece complicado conseguir que la luz natural alcance los niveles más bajos en la parte central de una estructura que mide más del doble de alta que de ancha”. 

Asimismo, el experto cree que una construcción vertical puede generar puntos ciegos que sean inseguros, o incluso zonas aisladas. Todo ello en un espacio donde, debido a la construcción en altura, aumentaría la densidad de población por metro cuadrado.

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Además de los nueve millones de habitantes previstos, Mohammed bin Salman planea incluir turistas internacionales ahora que se ha aprobado una ley para impulsar el sector tras años de limitaciones para la gente extranjera. El objetivo: diversificar la economía y crear 380.000 puestos de trabajo para 2030. Ante esta perspectiva, surgen nuevas preguntas relacionadas con las reiteradas violaciones de derechos humanos de este país: ¿qué leyes se aplicarían en esta urbe?

Captura de la página web de NEOM.com

Algo de verde entre paredes de cristal y hormigón

El proyecto prevé establecer espacios microclimáticos para permitir la entrada de luz solar, sombra y ventilación natural, además de la construcción de espacios verdes abiertos en el interior de la construcción. Sin embargo, estas condiciones, totalmente artificiales, requieren un gasto energético muy elevado.

“Esto solo se podrá conseguir a costa de emplear grandes cantidades de energía que, si son de origen 100% renovable como indican, implican necesariamente una infraestructura de proporciones descomunales. Estas plantas de generación de energía también tienen su propio impacto ambiental para su construcción, así como los materiales necesarios para fabricar los componentes de los paneles fotovoltaicos y similares, y para su posterior reciclaje al final de su vida útil”, explica Sánchez. 

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Para Olivieri, este gasto es totalmente innecesario. Primero porque, aunque se usen todas las estrategias bioclimáticas posibles para acondicionar el espacio construido basándose en la naturaleza, sigue tratándose de un espacio interior, por lo que asegurar el mismo clima durante todo el año resulta complicado, sobre todo en un clima hostil como el de Arabia Saudí.

Segundo porque el cuerpo humano está adaptado a vivir las distintas estaciones del año y en diferentes lugares del mundo. Acostumbrarlo, por tanto, a las mismas condiciones de forma habitual, sin diferenciar estaciones o la noche y el día, solo hará perder la conexión con la naturaleza y deteriorar nuestro reloj biológico. 

Asimismo, a pesar de que no se detallan qué materiales se utilizarán para su construcción, Sánchez tiene claro que, para levantar una estructura de semejantes dimensiones, serán necesario usar acero, hormigón o vidrio, los cuales generan una huella de carbono elevada en todo su ciclo de uso —construcción, demolición y cadena de suministro. 

Todavía hay muchos interrogantes alrededor de este proyecto, pero todo apunta a que el propósito de esta ciudad no es tan utópico como parece: tiene demasiadas similitudes con las ciudades de hoy en día, donde la naturaleza no se pone en primer lugar.

A pesar de que The Line resuelva o al menos reduzca el problema de las emisiones de CO2 debidas al transporte privado, esta solución es solo superficial: la huella ecológica de su construcción será inmensa y una pequeña mejora no es el único parámetro para presumir de un proyecto sostenible. Tampoco va a la raíz de la verdadera problemática ni contempla la realidad social de forma amplia. 

“Si el objetivo del proyecto es reducir el coste ambiental de las ciudades no parece que hacer una megaciudad donde no la había sea la mejor solución. Siempre será mejor la rehabilitación y reorganización de las ciudades que ya están construidas, puesto que los recursos y materiales para su construcción ya existen y su impacto ambiental ya está siendo amortizado, en lugar de emplear nuevos”, concluye Sánchez.

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