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Para lo que me queda en el convento…

El Another Way Film Festival echa hoy el cierre con ‘The Bubble’, el documental de Valerie Blankenbyl que retrata una descomunal e insostenible comunidad de jubilados en Florida.
“Otro día en el paraíso” es el lema que exhibe uno de los carritos de golf de The Villages, la comunidad de jubilados retratada en el documental ‘The Bubble’. Foto: DECKERT DISTRIBUTION

¿Como sería el vecindario ecológicamente más insostenible que se pueda imaginar? Pues podría tener, por ejemplo, 150.000 personas y ocupar 142 kilómetros cuadrados de terreno, un área dos veces mayor que la de la isla de Manhattan. Su población viviría esparcida en casas unipersonales rodeadas de césped. Miles y miles de pequeños chalets dispuestos en hileras, con un potente coche en cada garaje, replicando el icónico american way of life impuesto por los ilustradores de la década de 1950. En el interior de este barrio (de facto, una ciudad) habría 54 campos de golf y 70 piscinas. Aunque estuviera edificado en suelo público, sus accesos estarían cerrados con vallas para ocultarse a las miradas extrañas. Pues bien, ese sitio existe. Se llama The Villages, está en Florida, y es la comunidad de jubilados más grande del mundo, además del área municipal que más rápido crece en Estados Unidos.

La directora austriaca Valerie Blankenbyl ha rodado allí su documental The Bubble, título que pone fin, esta jueves noche, al Another Way Film Festival. Ante su objetivo desfilan los ancianos y ancianas que han decidido habitar en una burbuja ideal, lejos de cualquier contacto con la familia, disfrutando a tope de sus últimos días en la Tierra. Para su esparcimiento cuentan con 96 centros recreativos y más de 3.000 clubes sociales en los que jugar al bingo. Otro de sus pasatiempos favoritos es disparar. Tienen campos de tiro en los que se ejercitan en el manejo de las armas de fuego. Las armas les encantan y la Asociación Nacional del Rifle organiza para ellos charlas, cursos y reuniones (como las del Tupperware pero con fusiles automáticos).

Todos son blancos, con cuentas corrientes saneadas, votantes de Trump y pesimistas respecto a un país, el suyo, que creen que va a la deriva. Y para no ver esa decadencia se han encerrado en ese decorado digno de El show de Truman, ajenos a todo, con su propio periódico (que, por supuesto, no contiene ninguna crítica a The Villages), su propia televisión y su propia radio, financiada (cero sorpresas) por Fox News y que puede oírse en cualquier punto de la comunidad gracias a los altavoces que han instalado en las farolas. Para ellos, ese lugar es el paraíso.

Los ganadores del capitalismo

El extraordinario (y aterrador) documental de Blankenbyl muestra los efectos de la segregación por clase y raza (la única “gente morena” que puede verse en el complejo son los latinos que se encargan de la limpieza y de la jardinería) y el egoísmo de los ganadores del capitalismo. Su modo de vida ha consumido buena parte del agua de los acuíferos y su expansión urbanística ha devastado sin contemplaciones la vegetación de la zona. Pero no se detendrán ahí: el plan es que The Villages duplique su tamaño en los próximos años. Metro a metro van expulsando a los habitantes locales y derribando bosques para construir sus pistas de pádel. Y la tendencia es imparable: los jubilados de The Villages son tantos y están tan orgullosos de su modo de vida que cualquier oposición municipal está condenada al fracaso. Nadie puede ganarles en número de votos.

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Blankenbyl entrevista a estos jubilados y a lo largo de sus conversaciones (siempre amistosas, porque los habitantes de The Villages, en realidad, no son monstruos) les explica el daño que están haciendo a las comunidades locales, a la naturaleza y a las generaciones futuras. Su respuesta, más o menos, es que lo sienten mucho pero que ese ya no es su problema. Ellos han trabajado toda su vida y creen haberse ganado el derecho a disfrutar del (obviamente poco) tiempo que les queda. La contaminación o el cambio climático no están entre sus preocupaciones. Su postura contrasta con la de otros ciudadanos del exterior que aman esa tierra tal y como era originalmente y que quieren conservar lo poco que queda. Uno de ellos, bombero retirado, muestra orgulloso sus trabajos de recuperación forestal. Ha rodeado su casita de una frondosa vegetación. Ha plantado árboles autóctonos con sus propias manos y los ha visto crecer durante décadas. Todo eso, más pronto que tarde, será arrasado por una retroexcavadora.

“Ha sido duro moverse entre esos dos mundos porque he hecho amigos en ambos lados y puedo entender a las dos partes pero, definitivamente, no puedo esconder que tengo una opinión”, confiesa Blankenbyl, que ha usado el montaje de forma magistral para mostrar ese contraste. “A todo el equipo de rodaje le impresionó que se hablara de la ausencia de insectos [por la fumigación intensiva] como algo positivo. Está claro que nuestro grupo de edad es más consciente de lo que significa que ya no haya insectos”.

The Bubble trata, en definitiva, de qué entendemos por progreso, tanto desde el punto de vista político, como social y medioambiental. ¿Qué sociedad hemos construido para que los viejos (los que se lo pueden permitir) quieran exiliarse voluntariamente lejos de una juventud cuya visión les acompleja? ¿Y cómo es posible que haya personas que crean que convertir los exuberantes pantanos de Florida, con sus caimanes y sus mosquitos, en piscinas cloradas e impolutas es un avance para la humanidad?

‘The Bubble’ podrá verse el 28 de octubre en los Cines Golem de Madrid y online a través de la plataforma de Another Way Film Festival.

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