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El ser humano domesticó la naturaleza, ¿o fue al revés?

La revolución neolítica nos permitió liberarnos de la caza y la recolección y nos ató para siempre al trabajo. En el progreso, muchas especies mutaron y se extendieron por todo el mundo gracias a su cultivo. Pero casi nunca se cuenta la historia desde su punto de vista.
Foto: Unsplash/Sam Carter

De tribus nómadas a complejas sociedades sedentarias. De recolectores a productores y domesticadores de la naturaleza. El nacimiento de las primeras ciudades y, con ellas, un sistema que favorecía la especialización y la división del trabajo y el comercio. Un sistema en el que las diferencias sociales fueron a más y cambió para siempre nuestra relación con la naturaleza. La revolución neolítica es uno de los grandes hitos de la humanidad, uno de los mitos fundacionales del Homo sapiens moderno, una frontera que marca el nacimiento de la historia. Pero, ¿y si nos han contado todo mal?

El origen y los tiempos de la revolución neolítica no están del todo claros. Pero sí se sabe que los grupos humanos empezaron a cambiar de la mano de la agricultura y la ganadería hace entre 10 000 y 9 000 años. La revolución fue un cambio gradual, que fue contagiándose por el planeta y también surgiendo de forma independiente en diferentes lugares. Nos permitió liberarnos de la caza y la recolección y nos ató para siempre al trabajo. Todo esto lo conocemos, pero casi nunca nos han contado la historia desde el otro lado. En toda esta revolución, a menudo ignoramos el punto de vista de las especies domesticadas.

El reino de un hierbajo

En las laderas del monte Karaca, un volcán dormido en el sureste de Turquía, crece la escanda silvestre. Es una planta pequeña, de unos 70 centímetros de alto como mucho, que una vez al año produce una especie de espigas cargadas de semillas. Hace unos 10 000 años, los pueblos que recorrían la península de Anatolia y el llamado creciente fértil (hoy territorio de Siria, Irak y Palestina, entre otros) las recogían. No eran demasiado nutritivas, pero servían para cocinar un plato parecido a las gachas. Sin embargo, una mutación genética llegaría para cambiar la relación entre la escanda y nuestros antepasados, tal como cuenta el periodista Dan Saladino en su libro Eating to Extinction: The World’s Rarest Foods and Why We Need to Save Them.

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Las semillas de esta planta suelen caer al suelo una vez que están maduras. De vez en cuando, algunos individuos nacen con una diferencia: las semillas no se desprenden y la espiga cae al suelo entera cuando el tallo se pudre. Esto dificulta la germinación de nuevas plantas, pero facilita su recolección. En las laderas del Karaca, aquella mutación fue vista como una oportunidad. Las semillas podían cogerse, comerse y replantarse de forma manual. Así, poco a poco, apareció la variedad doméstica de la escaña, el trigo, y, con el paso de los siglos, todas las variedades de este cereal que conocemos hoy en día.

En el este de Anatolia, todavía hoy se cultiva una de las variedades de trigo más antiguas que se conocen, un descendiente directo de la escaña: el trigo Kavilca o farro. Pero este cereal hace tiempo que abandonó su lugar de origen para colonizar el mundo. Según datos de la FAO, más de 220 millones de hectáreas en todo el planeta están dedicadas al cultivo de trigo. En 2020, se produjeron 760 millones de toneladas del segundo cereal más cultivado del mundo, después del maíz. A lo largo de 10.000 años, aprovechando la inestimable ayuda del Homo sapiens, un hierbajo limitado a una región muy concreta del mundo ha conquistado el planeta.

“En un contexto en el que no hubiese existido el ser humano, aquellas mutaciones del trigo no habrían incrementado la eficacia biológica de la especie y se habrían perdido, probablemente, como tantas otras”, explica Adrián Escudero, catedrático de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos, donde es responsable de la Unidad de Biodiversidad y Conservación. Pero el ser humano estaba allí y la historia cambió. “A eso nosotros le hemos llamado domesticación, pero si lo vemos desde la perspectiva de la planta, la cosa cambia”.

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“Una planta con muy pocas poblaciones silvestres consigue maximizar su eficacia hasta niveles totalmente insospechados. Y lo hace al establecer una relación de beneficio mutuo con el ser humano, una especie que le prepara la tierra, le elimina la competencia, le quita patógenos, la lleva a desarrollarse en nichos en los que antes era imposible que viviese… Si lo ves desde esa perspectiva puedes pensar que es el trigo el que nos ha domesticado, el que ha conseguido un animal que trabaje para ella”, añade el ecólogo.

Unsplash | Tomasz Filipek

¿Domesticación o coevolución?

Los colibríes siguen una dieta estricta. Obtienen toda su energía del néctar, a poder ser de uno que tenga un contenido en azúcar muy elevado, y complementan su alimentación con pequeños insectos y arañas como fuente de proteínas. Cada flor que les entrega su néctar, se lleva algo a cambio: el colibrí transporta el polen al estigma de otra planta, completando la polinización y mejorando la reproducción de la especie vegetal. Esta es una de las muchas relaciones de mutualismo presentes en la naturaleza, relaciones que surgen de la evolución de dos o más especies hacia un beneficio mutuo. Es lo que se conoce como coevolución.

“Cuando estudiamos ejemplos de coevolución con otras especies no humanas, las cosas están muy claras. Pero cuando nosotros estamos involucrados en ellas es muy complicado verlo de la misma manera. Lo que desde el punto de vista biológico es una coevolución, desde el punto de vista cultural es una domesticación. Hablamos de lo mismo, pero la diferencia de significado es grande”, subraya Adrián Escudero. “Gracias a su relación con nosotros, el trigo ha aumentado su capacidad de transmitir su acervo genético a las generaciones siguientes. Y el ser humano ha logrado una fuente importante de alimento”.

“En el fondo pasa lo mismo con todas las especies domesticadas. Ellas y nosotros hemos maximizado las probabilidades de transmitir los genes de generación en generación, que es un poco de lo que trata la vida”, añade el ecólogo. “Nosotros lo rellenamos de arte o de cultura, que son maravillosas, pero desde el punto de vista biológico la vida no es más que eso”.

Con el paso de los siglos y los milenios, el trigo, la cebada y el maíz, al igual que las gallinas, los cerdos o las vacas, se fueron adaptando a las necesidades del ser humano. Pero nuestra especie no permaneció estática. Desde entonces, los cambios biológicos y culturales se han sucedido también para adaptarse a la nueva realidad agrícola, ganadera y alimentaria. Las técnicas para conservar alimentos, la cocina para extraer todo su potencial nutritivo o, más recientemente, el desarrollo de las ciencias y las tecnologías agrícolas son algunos de los muchos ejemplos.

“Los mitos del ser humano están ahí, conforman una mochila de la que es muy difícil desprenderse”, explica Escudero. “Pero si lo pensamos bien las sociedades humanas han cambiado mucho para adaptarse a las especies domesticadas. Y la relación evolutiva con estas tampoco es que esté resuelta por completo. Pensemos por ejemplo en las intolerancias alimentarias que todavía existen. Es un proceso que está en marcha y aún no ha acabado”.

Los perdedores de la revolución

Los primeros restos de gallos y gallinas domesticados aparecen en la India y el Sudeste Asiático hace 10 000 años. En un par de milenios, ya estaban presentes en todo el Viejo Mundo. Hoy, hay 33 000 millones de pollos criados en todo el mundo para la producción de carne y huevos, de acuerdo con las cifras de la FAO. Al igual que sucedió con el trigo, los pueblos nativos de lo que hoy es México domesticaron el maíz hace unos 9000 años. Hoy, más de 200 millones de hectáreas de superficie están dedicadas a su cultivo y anualmente se producen más de 1200 millones de toneladas de este cereal.

La historia se repite, de forma parecida y a muy grandes rasgos, con el arroz y las vacas, la avena y los cerdos, la patata y las ovejas. “Desde una perspectiva biológica, las especies domesticadas han maximizado su eficacia. Hoy tienen miles de millones de individuos repartidos por todo el mundo, se han preparado terrenos y deforestado miles de hectáreas de bosque para ellas. Desde nuestra perspectiva, lo hicimos en nuestro beneficio, pero desde la suya han encontrado una especie que se lo pone todo fácil para que sus genes se transmitan de una generación a otra”, añade Adrián Ecudero, uno de los tres autores (junto a Fernando Valladares y Xiomara Cantera) de uno de los últimos libros de la colección ¿Qué sabemos de? del CSIC sobre la salud planetaria.

La historia, claro, no ha sido igual para todas las especies. Unas pocas (incluyéndonos a nosotros) parecen haber ganado mucho desde la revolución neolítica. Para la mayoría, sin embargo, las cosas no han salido tan bien. El cambio de uso del suelo para la explotación agrícola y ganadera es, a día de hoy, la amenaza principal para el 86% de las especies en peligro de extinción en el planeta. Hablamos de unas 28 000 especies en peligro, según la UNEP. La tasa de extinción y de reducción de la biodiversidad es la más alta de los últimos 10 millones de años.

De forma paralela, en los últimos 200 años ha ido ganando peso un desafío cada vez más urgente: el cambio climático. La agricultura y la ganadería, tal como están planteadas hoy, generan alrededor del 20% de los gases de efecto invernadero que están cambiando el clima. “No nos engañemos. El aprovechamiento agrícola y ganadero y la obtención de recursos de la naturaleza son una de las fuentes primarias de degradación de los hábitats naturales”, concluye Escudero. “Si queremos cambiar nuestra relación con el resto de especies que hay en el planeta, si queremos entender que la salud de los individuos depende de la salud planetaria, tenemos que empezar a ver muchas de las cosas que consideramos antrópicas desde una perspectiva biológica”.

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COMENTARIOS

  1. Nuestros antepasados cazaban para subsistir, para alimentarse; hoy se caza como “deporte”.
    Matar a seres indefensos es un “deporte” que, como el “heroismo” de las fuerzas armadas, incluso se imparte en algunas escuelas de las Comunidades gobernadas por la derecha.
    Esto se llama educar en valores, sobre todo, en la no-violencia.
    Cada vez se oye hablar más de intolerancias alimentarias, antes no se oía hablar de ellas, yo tengo claro que son debidas a la adulteración de los alimentos que la agricultura industrial adultera para conseguir los máximos beneficios con los mínimos esfuerzos.

    SeoBirdLife: Delitos ambientales que se cometen contra las aves.
    Las aves son las especies que más sufren infracciones contra la fauna.
    Cada año mueren en la región mediterránea unos 25 millones de aves cazadas ilegalmente, principalmente especies cantoras.
    Unos 200.000 animales han sido víctimas de envenenamientos en España entre 1992 y 2017, aunque esta cifra podría ser hasta 10 veces superior dado que muchos de los cadáveres desaparecen antes de ser localizados.
    En la actualidad se estima que al menos unas 7.000 especies se están viendo afectadas por el tráfico ilegal, un negocio en el que están implicados unos 120 países.
    Lo peor de todas estas cifras no es solo su magnitud, sino el hecho de que la gran mayoría de estas actuaciones ilegales cuentan con un alto grado de impunidad.
    En los últimos años hemos ganado decenas de sentencias logrando sentencias históricas contra envenenadores de fauna y cazadores furtivos o que se anulen proyectos como macrourbanizaciones, minas o carreteras en espacios protegidos que se demostraron ilegales y perjudiciales para el medio ambiente.

  2. LA VERDAD DE LAS GRANJAS
    El número de animales sacrificados durante 2.020 en los mataderos españoles se disparó hasta los 910 millones. Son 2,5 millones de muertes al día, 104.000 cada hora, 1700 por minuto y casi 30 cada segundo.
    Alcanzar estas cifras solo es posible dado que la ganadería intensiva en España supone el 84% de todas las explotaciones de animales.
    para la producción de carne, lácteos y huevos. Estas enormes factorías someten a los animales a restricciones de movimiento, viven en un constante régimen de hacinamiento extremo e impiden a los animales desarrollar su comportamiento natural.
    Millones de animales viven, enferman y mueren en condiciones de suciedad, estrés y agotamiento. Esta es la realidad que queremos destapar de las granjas.
    Firma por el fín de las granjas industriales
    https://www.granjas.org/?utm_source=AnimaNews_20221103&utm_medium=AnimaNews_Mailing&utm_campaign=AnimaNews_20221103

  3. Organizaciones de todo el mundo piden al Gobierno el fin de la palma y la soja en los combustibles.
    Decenas de entidades sociales y ecologistas han enviado al Gobierno una carta en la que reclaman que España abandone la utilización de aceite de palma y de soja para producir combustibles.
    La petición, iniciativa de organizaciones brasileñas e indonesias y apoyada por numerosas organizaciones europeas, pone de manifiesto la importante oposición al uso de unas materias primas que provocan la deforestación de enormes superficies de tierra, aumentan el precio de alimentos básicos e incrementan las emisiones de gases de efecto invernadero.
    Las organizaciones firmantes hacen un llamamiento explícito al Gobierno de España para que apoye la propuesta del Parlamento Europeo de abandonar la palma y la soja en 2023, situándose en la senda marcada por ocho países de la UE que ya han eliminado estas materias primas de sus carburantes.
    Las entidades demandan esta medida como forma de frenar la deforestación y las violaciones de derechos humanos que actualmente sufren los mencionados países como consecuencia de la expansión de los campos de cultivos de soja y palma productos que, paradójicamente, suelen tener imagen de sostenibles.
    Pese a su promoción durante las últimas décadas en el marco de la Directiva de Energías Renovables como combustible limpio, hoy está demostrado que los carburantes elaborados a base de palma y de soja emiten hasta el triple y el doble de gases de efecto invernadero que el combustible fósil, respectivamente, si se tienen en cuenta las emisiones asociadas a la destrucción de ecosistemas ricos en carbono para cultivar palma y soja en su lugar.
    Según datos de Transport & Environment, desde 2011 se han quemado alrededor de 39 Mt de biodiésel de palma y soja, lo que ha generado 381 Mt de CO2eq (incluyendo las emisiones de ILUC), es decir, 245 Mt de más de lo que habríamos emitido si hubiéramos utilizado diésel fósil en su lugar.
    Además, el uso de cultivos alimentarios –aceites vegetales o cereales, entre otros– para producir combustibles está causando fuertes incrementos en el precio de alimentos básicos, lo que se traduce en altos niveles de inseguridad alimentaria en diferentes puntos del planeta. Por ejemplo, tal y como puso de manifiesto un estudio de T&E, cada día se queman 10.000 toneladas de trigo –el equivalente a 15 millones de hogazas de pan– en los depósitos de los vehículos de la UE…
    https://www.ecologistasenaccion.org/211373/organizaciones-de-todo-el-mundo-piden-al-gobierno-el-fin-de-la-palma-y-la-soja-en-los-combustibles/

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