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Nuevo récord en las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera pese a la pandemia y los planes climáticos

Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el dióxido de carbono alcanzó en 2020 las 413,2 partes por millón, un 49% más respecto a los niveles preindustriales.
Foto: WOLFGANG RATTAY/REUTERS

Como era de esperar, las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera volvieron a batir todos los récords en 2020. Según el último Boletín de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre los GEI, la de dióxido de carbono (CO2) alcanzó en 2020 las 413,2 partes por millón (ppm), un 48,63% más respecto a los niveles preindustriales. La de metano (CH4) subió hasta las 1.889 partes por mil millones (ppb), lo que supone un 161,63% más, mientras que la concentración de óxido nitroso (N2O) fue de 333,2 partes; un 23% por encima de los niveles de 1750, el año elegido por la OMM para representar el momento en el que la actividad humana empezó a alterar el equilibrio natural de la Tierra. Un nivel ‘óptimo’ para limitar el calentamiento global está en torno a 350 ppm, cifra que se superó en 1988.

El dióxido de carbono es el gas de efecto invernadero más abundante en la atmósfera. Contribuye en aproximadamente un 66% al efecto de calentamiento global, principalmente por la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento. En cuanto al metano, este contribuye al calentamiento en un 16% –aunque permanece más tiempo en la atmósfera–, y alrededor del 60% proviene de fuentes antropogenénicas: la ganadería, el cultivo de arroz, la explotación de combustibles fósiles o la quema de biomasa. El óxido nitroso es el causante de aproximadamente el 7% del forzamiento climático provocado por los gases de efecto invernadero de larga vida.

Además, según el boletín, la tasa de aumento registrada durante el año pasado fue superior a la media del período 2011-2020. La tendencia se ha mantenido también en 2021. El pasado julio, las concentraciones de CO2 observadas en el Observatorio de Mauna Loa –en Hawái– y en el cabo Grim –en la isla australiana de Tasmania– alcanzaron, respectivamente, 416,96 ppm y 412,1 ppm, en comparación con las 414,62 ppm y las 410,03 ppm registradas en julio de 2020.

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Para la OMM, la pandemia no ha tenido ningún efecto evidente en los niveles atmosféricos de gases de efecto invernadero, aunque sí se produjo un descenso transitorio de las nuevas emisiones.

Más allá de las cifras, hay consecuencias. En ello inciden desde la OMM: “La cantidad de CO2 en la atmósfera superó el hito de las 400 ppm en 2015. Y solo cinco años después, rebasamos las 413 ppm. Esto no es una mera fórmula química y unas cuantas cifras en un gráfico. Conlleva repercusiones negativas de primer orden para nuestra vida cotidiana y nuestro bienestar, para el estado de nuestro planeta y para el futuro de nuestros hijos y nietos”, señala su secretario general, Petteri Taalas.

Los sumideros de carbono pierden su capacidad

La advertencia, dicen desde la OMM, debe servir para encaminar las negociaciones de la COP 26 –que comienza la próxima semana en Glasgow– hacia políticas de reducciones drásticas de las emisiones que cristalicen en acciones para cambiar los sistemas energéticos, industriales y de transporte, así como nuestro estilo de vida. Si las emisiones no se detienen, la temperatura global seguirá subiendo.

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Como resultado del calentamiento del planeta, la OMM alerta de la proliferación de fenómenos meteorológicos extremos y su gran impacto socioeconómico: episodios de calor intenso, lluvias fuertes, derretimiento de las masas de hielo, subida del nivel del mar y acidificación de los océanos.

La mitad del CO2 emitido en la actualidad a causa de las actividades humanas permanece en la atmósfera. Los océanos y los ecosistemas terrestres absorben la otra la mitad. Sin embargo, dicho boletín alerta también sobre cómo estos pierden su eficacia como sumideros de carbono al perder capacidad para absorber CO2, lo que conlleva graves implicaciones para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.

El boletín evidencia la transición de una parte de la Amazonia de sumidero a fuente de carbono. La absorción oceánica también podría reducirse debido al aumento de la temperatura de la superficie del mar, la disminución del pH causada por la captación de CO2 y a la ralentización de la circulación oceánica meridional consecuencia del incremento de la fusión del hielo marino.

“Estamos muy lejos del camino marcado”

“Si se mantiene el actual ritmo de aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero, el incremento de la temperatura a finales de este siglo superará de lejos el objetivo establecido en virtud del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1,5 o 2 °C por encima de los niveles preindustriales”, afirma Taalas, para quien “estamos muy lejos del camino marcado”.

“El dióxido de carbono permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos. La última vez que se registró en la Tierra una concentración de CO2 comparable fue hace entre tres y cinco millones de años. En esa época la temperatura era de 2 a 3 °C más cálida, y el nivel del mar, entre 10 y 20 metros superior al actual, pero entonces no había 7.800 millones de personas en el planeta”, añade el secretario general de la OMM.

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COMENTARIOS

  1. El pasado verano fuimos testigos de impactantes y tristes imágenes provocadas por eventos climáticos extremos, como las inundaciones que asolaron el oeste de Alemania, el fuego que diezmó los bosques en España, Grecia, Turquía, Italia e incluso Siberia, o las elevadas temperaturas alcanzadas en Canadá y Estados Unidos. Según apuntó sin medias tintas el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los gases de efecto invernadero están asfixiando el mundo y muchos de los daños son ya irreversibles. Por eso, más que nunca, hay que impulsar el fin de la era de los combustibles fósiles, y el mal llamado “gas natural” es uno de ellos. El gas no puede ser la respuesta a nuestra creciente demanda de energía. Hay que cerrar el gas.
    El gas natural es en realidad un gas fósil y la segunda mayor fuente de emisiones de CO2 tanto en España como en Europa, solo por detrás del petróleo. Está compuesto mayoritariamente por metano, un potente gas de efecto invernadero con un potencial de calentamiento global a los veinte años 84 veces superior al del CO2.
    Además, el uso del gas también está asociado a la contaminación del aire, ya que su infraestructura de ventilación, quema y fugas permite que los compuestos orgánicos volátiles escapen a la atmósfera. Estos productos químicos no sólo tienen metano, sino también otros contaminantes peligrosos para la salud y para el medio ambiente, como el benceno.
    Asimismo, el gas también está asociado a la contaminación por partículas, ya que una vez en la atmósfera, sus contaminantes pueden crear ozono a nivel del suelo y provocar, junto con la contaminación producida por el tráfico rodado, el ‘smog fotoquímico’ responsable de las conocidas boinas de contaminación que, desgraciadamente, se ven a menudo en nuestras ciudades.
    A pesar de los nefastos efectos sobre el clima y sobre la salud, muchas empresas siguen apostando por el gas fósil y buscan la forma de acceder a subvenciones para mantener su negocio contaminante.
    Aunque la Agencia Internacional de la Energía ha recomendado acabar con los proyectos con combustibles fósiles, una investigación de la compañía GlobalData publicada en exclusiva por Energy Monitorrevela lo lejos que está la industria del gas del objetivo de cero emisiones fijado para 2050. Y es que, según esta publicación, hay en marcha inversiones globales por valor de al menos dos billones de dólares…
    https://revista.greenpeace.es/gpm-39/hayquecerrarelgas/

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