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‘No mires arriba’: diez claves para entender el apocalipsis

La periodista y escritora analiza la nueva película de Netflix, "una aguda sátira de nuestro sistema productivo, político, y de la relación que hemos construido con el conocimiento y los medios de comunicación".
Escena de la película. Foto: NIKO TAVERNISE/NETFLIX

Decía un profesor mío de Princeton que todo lo que no se puede decir en voz alta en Estados Unidos lo cuenta Hollywood a gritos. Este señor, a quien recuerdo con cariño, era una rara avis que, a pesar de habérsele ofrecido una suma obscena de dinero para que se quedara, decidió abandonar la universidad norteamericana e irse a dar clases al Amazonas. Como explicaré más tarde, la anécdota es pertinente a la hora de ilustrar la historia que se narra en Don’t look up (No mires arriba, en español), la película dirigida por Adam McKay que se estrenó recientemente en Netflix y de la que todo el mundo está hablando. Antes de apuntalar más detalles, aviso de que habrá spoilers, una cantidad ingente. No obstante, confío en que quien no la haya visto pueda disfrutarla después de leer esto, considerando, además, que el final es bastante predecible. 

Pero comencemos por el principio: Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), estudiante de doctorado, descubre que un cometa va a estrellarse contra la tierra en seis meses y catorce días, provocando la destrucción de todas las especies, incluida la humana. Tras esto, se embarca junto a su profesor, el astrónomo Dr. Mindy (Leonardo DiCaprio) y, en menor medida, el jefe de la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA -organismo real-, el Dr. Oglethorpe (Rob Morgan), en una misión desesperanzadora por contar las malas noticias a las autoridades primero, luego a la prensa, y después a todo el que quiera escuchar con el objetivo de detener la hecatombe.

A pesar de sus advertencias, el cometa acaba desatando un apoocalipsis del que sólo habrá un superviviente; es decir, ninguno, pues en solitario y en mitad de un paisaje devastado se sobreentiende que morirá al poco tiempo. A partir de aquí, vale la pena diseccionar la película en diez claves que elaboran una aguda sátira de nuestro sistema productivo, político, y de la relación que hemos construido con el conocimiento y los medios de comunicación:

Uno. Se puede afirmar de manera tajante que el cometa actúa como alegoría del cambio climático. Presentarlo unificado en una sola roca, materializado en meteorito irreversible, permite situar el filme en el género apocalíptico y desvirtúa, hasta cierto punto, un fenómeno que se manifiesta en catástrofes dispersas en el tiempo y en el espacio –incendios, inundaciones, etc.– coetáneo a todos y no futuro. A cambio, la película aporta pistas que impiden leer de manera literal el cometa, tales como la búsqueda de un planeta alternativo al que dos mil elegidos emigrarán miles de años después (para terminar devorados por la fauna autóctona), o el hecho de que, en lugar de desviar este cuerpo celeste, cosa técnicamente posible, se optará por intentar fragmentarlo y guardar los pedazos ricos en minerales para utilizarlos en las ubicuas tecnologías (móviles, tabletas). Los 140 billones de dólares en minerales que el cometa aportaría componen una clara referencia al valor al alza de éstos –litio, cobalto– y su importancia real en nuestra transición ecológica. Claramente, el director y su guionista, David Sirota, periodista y ecologista, sabían muy bien lo que estaban haciendo.

Dos. Más que ofrecer una “crítica al capitalismo”, como se ha dicho, la película satiriza la sumisión de las democracias contemporáneas a los grandes poderes económicos y, particularmente en Estados Unidos, un sistema político donde quienes toman las decisiones son los multimillonarios que financian las campañas electorales. La presidenta Orlean (Meryl Streep) aparece como una marioneta al servicio de Peter (Mark Rylance), CEO de la compañía tecnológica BASH. No es casual que no se mencione el partido que lidera Orlean –operan igual republicanos y demócratas– ni que Peter se parezca tanto a un Jeff Bezos o a un Elon Musk, adalides de la renovada carrera espacial, recaudadores masivos de datos y hombres más ricos del mundo.

Tres. En este entramado del mal juega un papel secundario la ciencia y, en general, el conocimiento, supeditado al interés de los ricos. La película recrea la jerarquización de las universidades y la cercanía de las Ivy Leagues a los círculos políticos y corporativos más elitistas. Kate y el Dr. Mindy proceden de Michigan State University, un centro público de poco prestigio, y la veracidad de su descubrimiento sólo se confirma cuando algunos expertos de Princeton y Harvard dan su visto bueno; sin embargo, éstos pronto se rinden al plan de Peter (romper el cometa y extraer sus minerales), sacado de un estudio que no ha sido revisado por pares. Las buenas prácticas científicas saltan por los aires; la disidencia sólo es factible desde la periferia, como sabía mi buen profesor, y, precisamente por eso, es inútil.

Cuatro. De cómo la carrera por salvar a la humanidad se convierte en otra para hacer negocio con la tragedia (in)evitable nos habla el tecnoptimismo presente a lo largo de la cinta, así como el boom económico que el meteorito genera: las alusiones a la cotización al alza de las acciones de BASH se traducen de manera personal en el cambio de vida del Dr. Mindy, el científico sexy que se transforma en celebrity, consigue trabajo en el seno de la Casa Blanca y se acuesta con una atractiva presentadora de televisión interpretada por Cate Blanchett, Brie.

Cinco. La cinta aborta cualquier hipotética salvación basada en la tecnología, y lo hace no sólo mostrando el funcionamiento fallido de los drones destinados a fraccionar el cometa, sino también en lo que respecta a la inteligencia artificial: cuando Peter se jacta de saberlo todo sobre Mindy y poder adivinar su futuro –de la misma forma que el del planeta– lo hace confiando en el poder predictivo del algoritmo. No obstante, ante un cataclismo así, como frente al cambio climático, éste no sirve, pues las predicciones siempre se basan en datos obtenidos de eventos pasados y lo que ocurre es completamente novedoso.

Seis. Una vez transformado el incipiente meteorito en rentable espectáculo, se desarrolla una batalla dialógica para vender distintos mensajes en las redes, la televisión, y en las elecciones de media legislatura de Orlean. Las fake news, los memes y los hashtags sustituyen alocadamente a cualquier debate serio sobre la cuestión en un filme que reflexiona sobre la imposibilidad de comunicación honesta, la polarización ideológica y la positividad reinante que impide expresar el malestar, a menudo silenciado con Xanax (el equivalente gringo del Trankimazin). Cuando el Dr. Mindy explota de impotencia frente a las cámaras por intentar alertar de la gravedad del asunto, es arrestado inmediatamente, como ya lo fuera Kate, la primera en no rendirse a la farsa mediática.

Siete. Secundario pero relevante: de los tres científicos que primeramente comunican la inminente debacle, sólo el Dr. Mindy consigue labrarse una voz medianamente creíble. Kate -mujer, doctoranda joven, muy probablemente de extracción humilde– y el Dr. Oglethorpe –negro y de nombre impronunciable, ¿inmigrante?–, son excluidos de las conversaciones institucionales de inmediato. A quién le está permitido intervenir en los despachos más influyentes y a quién no, machismo y racismo mediante, es otro de los temas que trata la película. 

Ocho. Una vez es innegable que el meteorito chocará contra la Tierra, se intenta persuadir a la población de que el plan para extraer sus minerales generará empleo. Como se efectúa en la sociedad no ficcional a la hora de esquilmar parajes naturales, minar y contaminar territorios, o exterminar especies, la promesa de nuevos puestos de trabajo es capaz de convencer a una gran cantidad de gente de que las consecuencias son un mal menor. El trabajo como anzuelo de políticas nefastas, analizado extensamente por el antropólogo David Graeber, opera aquí a la perfección.

Nueve. En un juego macabramente inteligente, el director interpela a un espectador que, si está mínimamente informado, no es capaz de sumergirse en la fábula sin realizar salidas a su propia cotidianeidad: nos reímos, nos identificamos con algunos personajes y reconocemos dinámicas actuales debido a la obviedad de las referencias puestas en marcha, mientras nos asalta una preocupación por el futuro de la humanidad. El filme conmueve y agita las vísceras al tiempo que éstas se reorganizan en cada carcajada. Así, nuestra jocosa respiración acompaña a los protagonistas hasta su tumba, desternillándonos.

Diez. ¿Moraleja? No la hay. No se trata de una película didáctica, sí demoledoramente incisiva, cáustica, ingeniosa. Contiene escenas difíciles de olvidar como el plano donde se observa al toro de Wall Street ejecutando un gran viaje interestelar, o el de Jason, el último superviviente que es también hijo de la presidenta y a cuya nave espacial nunca fue invitado –las relaciones afectivas entre los círculos privilegiados parecen sufrir la misma voladura que el planeta–, pero mejor no esperar el manifiesto que ponga al mundo en pie o desvele la última verdad capaz de movilizar a las masas.

No mires arriba participa del mismo andamiaje económico que critica y hasta nos deleita con un guiño autorreferencial en la superproducción que empieza a rodarse cuando ya es pública la llegada del cometa: Total Devastation. No hay aquí más activismo que el elucubrado por mi querido profesor: gritar lo que la censura de nuestros circuitos ordinarios enmudece, popularizar un mensaje incómodo y, como mucho, incitar a que nos mudemos al Amazonas. En otras palabras, la cinta nos conmina a mirar arriba cuando desde los sectores hegemónicos se nos pide que agachemos la cabeza. Dejo a la lectora, a todos, la tarea de pensar si existen otras opciones. 

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COMENTARIOS

  1. Conclusión ( además de todas las evidencias diarias en el caso que nos atañe de Españistan) : conseguir sociedades indolentes , deshumanizadas , idiotizadas y consumistas .
    Y por lo que nos afecta al caso ejpaño , SPECIAL THANKS :
    ” ” GRACIASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS…………….. P$$$$$$$$$$$$$$$$$$$$(—-)€€€€€€€€€€€€€ ” ” ; ya sabéis…………
    Salud.

  2. ‘Don’t look up’ a la aragonesa, por Alberto Bernués.
    Récord absoluto de temperaturas en zonas altas, 21-24 grados, en Pirineos, Sistema Ibérico y Teruel. Como muestra un botón.
    El 87% de los 30 millones de euros de los fondos de Recuperación, Transformación y Resiliencia para Aragón se destina a proyectos de nieve en un porcentaje minúsculo del territorio: unir las estaciones de Astún y Candanchú, telecabina a Cerler desde Benasque y carretera desde Castanesa a Cerler.

    ¿Cómo entender este despropósito surrealista? Vean la película No Mires Arriba (‘Don’t look up’) si no lo han hecho ya.
    https://arainfo.org/dont-look-up-a-la-aragonesa/

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