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Mitos sobre los ríos: ni se «limpian», ni se «tira» el agua al mar

«Los ríos no son tuberías, realizan funciones ecosistémicas esenciales para el mantenimiento de la vida; ni siquiera son sólo “una corriente”, más bien una concatenación de hábitats poblados de criaturas», explica la autora.
Inundación en Pradilla (Aragón) por la crecida del río Ebro. Foto: FABIÁN SIMÓN/EUROPA PRESS via REUTERS

Afirma la RAE que un río es “una corriente de agua continua y más o menos caudalosa que va a desembocar en otra, en un lago o en el mar”. Desde el momento en que una autoridad lingüística de tal calibre aporta una definición tan exigua, carente de matices, no es de extrañar la confusión social generalizada en materia fluvial, que habitualmente se extiende a otras concepciones erróneas de la naturaleza. Los ríos, asegura Luis González Reyes, doctor en ciencias químicas y reputado ecologista, autor de varios libros, son ante todo “ecosistemas que han evolucionado durante millones de años”; a saber, congregaciones de seres vivos interdependientes en conexión con el agua –a veces discontinua–, el aire y la tierra, y es a partir de esta noción holística como podemos comenzar a comprender, por ejemplo, sus desbordamientos, y los daños humanos y materiales que a menudo causan en un contexto de emergencia climática. 

En los últimos días, los medios se han llenado de noticias sobre las catastróficas inundaciones en Grecia, que ya suman al menos 15 fallecidos, y las españolas, consecuencia de la DANA, con cinco muertos a cuestas. Algunos políticos, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no han tardado en asegurar que hay que “limpiar” los ríos, prejuicio que retorna de cuando en cuando a la palestra en momentos en que nuestra relación con el medioambiente se torna problemática, especialmente ante particularidades meteorológicas extremas. Pero los ríos no son tuberías, realizan funciones ecosistémicas esenciales para el mantenimiento de la vida; ni siquiera son sólo “una corriente”, más bien una concatenación de hábitats poblados de criaturas.

La limpieza falaz

Lo que algunos denominan “limpieza” suele consistir en desbrozar o, directamente, eliminar toda la vegetación de los cauces y, en el peor de los casos, cubrir tramos con hormigón armado. Esta última medida, según González Reyes, genera “una falsa sensación de seguridad” que, a la larga, provoca “desbordamientos más desastrosos”. La medida que no falla es aquella que la naturaleza ha estado ensayando durante siglos: albergar “un bosque de ribera sano” que ralentice la velocidad del agua, explica el experto, y además permita la continuación de la biodiversidad. La falacia de que ese ecosistema está sucio cuando abundan las plantas –y otros seres vivos, como hongos, líquenes– ha resultado en que buena parte de nuestra geografía fluvial se encuentre hormigonada y prácticamente inerte, a veces para favorecer la construcción de viviendas en sus cercanías, que son las que más sufren frente a eventos extremos. Se podrían retirar neumáticos u otro tipo de basura, nada más. 

Como argumenta David González, químico y especialista en regeneración de ecosistemas a través de la agroecología, el río incluso se autolimpia, porque “hay vegetación que inyecta oxígeno a través de sus raíces” y esto contribuye a “aclarar la calidad de las propias aguas”, lo que favorece a su fauna. “En ningún caso sobra vegetación”, concluye. En este sentido, el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) señala en uno de sus últimos informes la necesidad de proteger y restaurar las llanuras aluviales (zonas inundables), turberas y flora ribereña como iniciativa destinada a reducir las inundaciones y adaptarnos al cambio climático. Es decir, hace falta más vegetación, no menos, lo cual ayudaría asimismo a reducir emisiones de gases de efecto invernadero. La llamada “limpieza” es una actuación destructiva, afirmación que suscribe Alfredo Olleros, doctor en geografía y profesor en la Universidad de Zaragoza.

«Como nuestras venas»

Isabel Díaz Ayuso no ha sido la única en lanzar mensajes errados respecto a los ríos; Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de Andalucía, aseguraba hace unos meses que se tiraba agua al mar –en lugar de almacenarla en embalses–, argumentario al que se sumaron algunos miembros de Vox. De nuevo, una percepción tan instrumental como incorrecta del ciclo hidrológico ocupaba los espacios mediáticos.

El geólogo e investigador Antonio Aretxabala ha explicado en varias ocasiones por qué a los ríos debe dejárseles desembocar, y con la menor intervención humana posible a lo largo de su curso. En el caso del Ebro: “El agua (…) que vierte al mar conforma el sustento natural necesario para su propio cauce y para los hábitats fluviales y marítimos, además de acarrear el material que conforma las playas”. Suprimir o desviar ese caudal, aclara, tendría consecuencias nefastas para sectores como la pesca y el turismo, además de la biodiversidad. Está de acuerdo David González, quien enfatiza la prioridad de mantener un caudal ecológico con la finalidad de que perduren las funciones ecosistémicas: “No sobra absolutamente nada, es como nuestras venas, necesitamos que haya un volumen mínimo”.

Sin dicho volumen, tanto de agua como de sedimentos, puede ocurrir que algunas zonas costeras directamente se hundan, como está sucediendo con el delta del Ebro. Si la crisis climática ya implica procesos graves de subida del nivel del mar, privar a las desembocaduras de estas aportaciones naturales supone una aceleración en la desaparición de territorios. Más allá de los peligros ambientales, la misma expresión “tirar agua al mar” presupone “un antropocentrismo feroz” para González Reyes, el pensamiento de que los humanos, movidos por fines como el regadío masivo, pueden apropiarse de ecosistemas enteros, puestos a su servicio. Pero si un río no es una tubería, la naturaleza no es un surtidor ilimitado de recursos; la metáfora que mejor se adaptaría a las circunstancias actuales quizá sea la de salvavidas. Como clamaba la investigadora norteamericana Joanna Macy: “tenemos que rescatar la vida de nuestro planeta, pero estamos rescatándonos los unos a los otros”.

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COMENTARIOS

  1. “Un río es algo que tiene una fuerte y marcada personalidad, es algo con fisonomía y vida propias. Uno de mis más vivos deseos es el de seguir el curso de nuestros grandes ríos, el Duero, el Miño, el Tajo, el Guadiana, el Guadalquivir, el Ebro. Se les siente vivir. Cogerlos desde su más tierna infancia, desde su cuna, desde la fuente de su más largo brazo, y seguirles por caídas y rompientes, por angosturas y hoces, por vegas y riberas. La vena de agua es para ellos algo así como la conciencia para nosotros, unas veces agitada y espumosa, otras alojada de cieno, turbia y opaca, otras cristalina y clara, rumorosa a trechos. El agua es, en efecto, la conciencia del paisaje”.
    Miguel de Unamuno (Por tierras de Portugal y de España, 1911).

  2. Por qué es un mito la frase ‘los ríos tiran agua al mar que podríamos aprovechar’
    El agua de los ríos no “se desperdicia” al llegar a los océanos: ese es el ciclo del agua natural del agua, por el que esta volverá luego a la tierra desde el mar.
    Los ríos transportan nutrientes y sedimentos que alimentan a la fauna y flora marina, que al embalsar se quedan bloqueados.
    Las presas limitan que se filtre agua subterránea y tienen impactos ecológicos negativos.
    “¿Por qué sigue tirando agua al mar el río Ebro si Cataluña y el Levante la necesitan?”, “Los ríos tiran agua al mar”, “El Ebro ha echado al mar en 20 días el agua que consume España en todo un año”. Son algunos ejemplos de la narrativa que afirma que el agua del río que llega a su desembocadura es un desperdicio por no ser aprovechada para el consumo humano a través de embalses, por ejemplo. Pero no es verdad: el agua que llega al mar aporta nutrientes y sedimentos clave para la vida marina y la pesca y el ciclo natural del agua asegura que vuelva de nuevo a los ríos más adelante. Además, los embalses y presas, la principal infraestructura para el uso humano del agua de los ríos, tienen sus propios impactos y favorecen la evaporación del agua de los ríos.
    “El agua no se desperdicia cuando sale al mar porque el propio río la usa”, destaca a Maldita.es la bióloga, ingeniera de montes y profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Montes, Forestal y Medio Natural de la Universidad Politécnica de Madrid, María Dolores Bejarano. Para Pao Fernández, directora de proyectos de Dam Removal Europe (Demolición de Presas Europa) este mito es fruto del “desconocimiento completo del ciclo del agua y de cómo funciona el ecosistema fluvial”.
    Las aguas subterráneas, junto al almacenamiento del agua en balsas de riego con un bajo porcentaje de sedimentos en las zonas de regadío, en vez de ocupando el cauce fluvial, son alternativas a los embalses para poder aprovechar el agua para el consumo humano, la agricultura y la industria, indica a Maldita.es Julia Martínez Fernández, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA). También se puede desviar agua sin represar un río, añade Pao Fernández.
    Un mejor y mayor reciclado del agua, el aprovechamiento de la lluvia, las presas “permeables” y pozos en la llanura de inundación son más opciones distintas de los embalses, entre otras, para Carlos García de Leaniz.
    Además de en el ciclo del agua, los ríos también influyen en el ciclo del carbono al atrapar carbono y por tanto evitan que contribuya a la crisis climática. Pero hay embalses que, dependiendo de la geología, pueden secuestrar o liberar carbono, sobre todo en forma de gas metano, que tiene gran potencial de efecto invernadero. Es decir, en algunos casos los embalses pueden contribuir al calentamiento global, destaca Carlos García de Leaniz.
    Para Pao Fernández, directora de proyectos de “Nuestros ríos son cloacas y esqueletos respecto a lo que eran” y la cuestión de por qué debe llegar agua al mar “es como preguntarse para qué fluye la sangre en nuestras venas”.

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