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Datos sin ideología, el espejismo ecomodernista

Andreu Escrivà escribe a propósito del nuevo libro de Michael Shellenberger ('No hay Apocalipsis'). Lo considera la "última línea de defensa del statu quo actual, individual y colectivo".
Foto: la ciudad de Hefei, en Anhui (China).

Hace unos meses se publicó en Estados Unidos un libro llamado a generar polémica: Apocalypse Never: Why Environmental Alarmism Hurts Us All (No hay apocalipsis: Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos). Su autor, Michael Shellenberger, es un viejo conocido de los ecologistas y científicos ambientales del país norteamericano. En 2004 coescribió, junto a Ted Nordhaus, un manifiesto que llevaba por título La muerte del ambientalismo: la política del calentamiento global en un mundo post-ambiental. En él se mostraron muy críticos con el movimiento ecologista, criticándolo por ser incapaz de lidiar con las transformaciones socioeconómicas necesarias para luchar frente al calentamiento global.

Desde entonces, Shellenberger ha profundizado en un discurso cuya piedra angular es el manifiesto Ecomodernista, redactado en 2015 por 16 hombres y 3 mujeres. El movimiento ecomodernista propone intensificar, no reducir, nuestra transformación del planeta. Según ellos, hacer más intensivos los procesos agrícolas o energéticos conduciría al desacoplamiento del crecimiento económico de los impactos ambientales y a lo que denominan un buen antropoceno. En síntesis, la creación de riqueza nos hará no sólo prósperos, sino también sostenibles.

Ahora el libro llega a nuestras librerías, editado por la editorial Planeta a través de su sello Deusto. Allí comparte estantería con otros textos que prometen salvar el planeta desde el pedestal de los datos científicos, convenientemente revestidos de una pátina de barniz apolítico. Manuscritos que se afanan, a veces desde las mismas fajas promocionales -no hace falta ni siquiera abrirlos-, en lanzar pedradas al ecologismo tradicional y sus pancartas, en criticar su sed de catástrofes, en tildarlo de religión. No son planteamientos novedosos, en absoluto. La reseña por parte de George Monbiot del último libro de Steve Pinker, publicada en The Guardian hace ya tres años, serviría igual para el de Shellenberger. Éste también ha cosechado duras críticas en la misma dirección, como la del reputado científico ambiental Peter Gleick, o la de Sam Bliss en LA Review of Books. Las reseñas señalan las omisiones intencionadas y las exageraciones infundadas, el cherrypicking constante (esto es, escoger únicamente aquellos estudios que dicen lo que queremos contar) y la agresividad frente al movimiento ecologista. Nada es más fuerte que la fe del converso: dibujándose a sí mismo como ecologista que ha visto la luz, Shellenberger se siente legitimado para cargar contra todo y contra todos. Así obtiene más eco e impacto.

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Claro que algunos se lo han puesto fácil. Con el título No hay Apocalipsis, el autor cuestiona y ridiculiza el alarmismo de los ecologistas. No, no vamos a ver jamás ningún apocalipsis bíblico de un día para otro, y él lo sabe. Sí, ha habido un exceso de catastrofismo, pero puramente comunicativo. Se ha comprobado que no funciona, que no moviliza. Fue una estrategia errónea, y de ella hay que aprender. Pero que no nos haga olvidar lo realmente importante: cada vez que se revisan los datos, el cambio climático es peor de lo que se pensaba, y los modelos aciertan en su predicciones.

Entonces, ¿por qué Shellenberger y otros niegan estas evidencias? Porque vende más, y porque siempre hay quien comprará ese discurso, especialmente cuando viene de alguien con un supuesto pedigrí ecologista. Aunque no es tan difícil ver las costuras de esta estrategia de autopromoción. Ted Nordhaus, su antiguo socio, se muestra preocupado por el riesgo convertir el ecomodernismo en un culto a la energía nuclear.

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Todos preferimos escuchar buenas noticias y no verdades incómodas. Que podemos seguir como hasta ahora y que quienes nos avisan del desastre están equivocados. ¿A quién no le gusta que le digan que se ponga cómodo, que no hace falta reciclar, y que puede seguir disfrutando de su vida sin pensar en el oso polar? Es reconfortante y así, además, podemos seguir consumiendo sin remordimientos de conciencia. Pero no es sostenible, en el sentido más literal: no se puede sostener en el tiempo.

Sin embargo, el ecomodernismo parece incapaz de asimilar algo tan simple como que no puede haber un crecimiento infinito en un planeta finito. ¿Por qué califica al ecologismo de religión, cuando por otro lado aplaude la racionalidad de quien confía en planteamientos económicos que van en contra de los postulados más básicos de la física? ¿Por qué califica de “pensamiento mágico” el decrecimiento, cuando lo que, sin duda, sí requiere un buen truco de magia es pensar que es posible un crecimiento constante e infinito? Los cambios tecnológicos no serán nunca suficientes para abordar las transformaciones venideras y no, el crecimiento sostenido no es la solución, como expone este artículo en Nature Communications. Y a la vez, sí, el decrecimiento -el de los países con una clara responsabilidad histórica en consumo de energía y recursos- debería ser una opción encima de la mesa.

El de Shellenberger, como otros libros y discursos, representa la última línea de defensa del statu quo actual, individual y colectivo. Se escudan sin pudor en datos escogidos a conveniencia, revestidos de una armadura de ciencia a modo de dogma incuestionable. Sin embargo, esta armadura es más frágil de lo que parece. Omitiendo la raíz del problema y centrando las críticas en quienes han tratado de llegar hasta ella -aunque se hayan desviado o equivocado por el camino- lo que revelan estos pensadores es que tienen ideología, libros sagrados y un credo compartido. El relativo éxito de esta visión pretendidamente rompedora pero profundamente acrítica y disociada de la realidad cuestiona, sin embargo, la celebrada hegemonía cultural climática. Sólo desde el pensamiento crítico y la impugnación del sistema que nos ha traído hasta aquí podremos pensar de verdad en qué significa el progreso, y también en cómo navegamos en el Antropoceno. Y eso, les guste o no, requiere de ideología, política y cooperación humana. No sólo de tecnología.

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COMENTARIOS

  1. En la última edición del informe Directo a tus hormonas. Guía de alimentos disruptores, Ecologistas en Acción visibiliza la contaminación con plaguicidas de los alimentos de venta en España.
    El 44,4 % de los vegetales tienen residuos de plaguicidas. Algunos, como las fresas, tienen 37 plaguicidas diferentes, 25 de los cuales pueden afectar al sistema hormonal.
    El 31 % de los residuos detectados pertenecen a plaguicidas no autorizados por su toxicidad.
    La solución a esta contaminación es que la administración cumpla la normativa y reduzca en un 50 % el uso y riesgo de los plaguicidas.
    El Estado español vuelve a ser líder europeo en venta de plaguicidas con un total de 75.190 toneladas vendidas según los últimos datos europeos.
    Parte de los plaguicidas empleados quedan en los alimentos como residuos invisibles y llegan a las bocas de las y los consumidores. Para garantizar que estos residuos no superan los límites máximos de seguridad, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) realiza controles anuales sobre un número de muestras de alimentos.
    Sus últimos análisis, realizados sobre muestras de alimentos del año 2019, muestran que el 98’3 % de las muestras cumplen la normativa porque, aunque tienen restos de plaguicidas, estos residuos están por debajo del límite establecido.
    Pero estos análisis muestran también que en los alimentos de venta en España hay una amplia presencia de plaguicidas. Concretamente, el 34 % de todas las muestras analizadas contenían uno o más plaguicidas. Este porcentaje asciende al 44,4 % en el caso de frutas y verduras. En algunas muestras se detectaron hasta nueve plaguicidas diferentes.
    El informe presta especial atención a la contaminación con plaguicidas que afectan al sistema hormonal, los conocidos como disruptores endocrinos, porque cualquier cantidad de estas sustancias pueden desencadenar daños en la salud, de manera equiparable a las sustancias cancerígenas. Es decir, los límites máximos de residuos empleados por AESAN no protegen frente a estos plaguicidas para los que la única protección es prohibir su uso. Además, el efecto combinado del cóctel de diferentes sustancias pone a la población ante un peligro desconocido e imposible a evaluar, según la comunidad científica.
    El informe también denuncia que España sigue utilizando un elevado número de plaguicidas no autorizados por la legislación europea. Concretamente, el 31 % de los residuos detectados pertenecen a plaguicidas no autorizados. Pero el porcentaje real es mayor porque AESAN deja fuera del análisis los plaguicidas más utilizados en el campo. Un ejemplo es el del 1,3-dicloropropeno, que no se analiza en las muestras a pesar de ser el tercer plaguicida más utilizado en 2019 y cancerígeno por la IARC…..
    https://www.ecologistasenaccion.org/170832/directo-a-tus-hormonas-destapa-los-plaguicidas-que-hay-los-alimentos/

  2. La Comisión Europea está a punto de votar a favor de un acuerdo agrícola que tendrá graves consecuencias sobre la naturaleza, los animales y nuestra salud.
    Están hablando sobre agricultura y ganadería y, más concretamente, sobre la Política Agrícola Común (PAC) que el conjunto de representantes de la Comisión pretende aprobar. Se trata de un acuerdo que es una sentencia de muerte para el medio natural, no ayudará a afrontar el cambio climático y seguirá beneficiando a las grandes explotaciones industriales a costa de nuestra salud.
    Todo esto no es nuevo. El problema no es solo que no haya el suficiente clamor popular; tiene mucho más que ver con el poder de quienes defienden la postura contraria. El mismo Timmermans (responsable de la Comisión Europea para la lucha contra el cambio climático) lo admitió: «Conseguir una reforma es complicadísimo […] porque hay muchos intereses personales de por medio».
    Se refiere al poderoso lobby de las grandes explotaciones agropecuarias, que sigue esforzándose en bloquear cualquier posibilidad real de evolución hacia unas prácticas más sostenibles para Europa, protegiendo un modelo industrial que recurre a los pesticidas y garantizando sus beneficios por encima de todo.
    Envía un correo electrónico:
    https://act.wemove.eu/campaigns/hay-que-revocar-la-pac?action=mail&utm_source=civimail-37589&utm_medium=email&utm_campaign=20210521_ES

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