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¿Mariquitas sin puntos negros? Los insectos no llevan bien el calor

Las mariquitas negras están reduciendo su presencia en el interior de los Países Bajos por su incapacidad para adaptarse a los límites térmicos. Este y otros efectos del cambio climático ponen en peligro a muchas especies animales y vegetales.
Foto: Unsplash/Emanuel Rodríguez

Solo faltaban a su cita en invierno. Durante el resto del año, cada semana, Ole Karsholt y Jan Pedersen se subían al tejado del Museo de Historia Natural de Dinamarca (en el que trabajaban) con un objetivo: recoger insectos. Lo hicieron de forma ininterrumpida durante 18 años, entre 1992 y 2009. Lo que empezó casi a modo de entretenimiento acabó convirtiéndose en una obsesión científica y en uno de los mejores estudios de seguimiento de los efectos del cambio climático en una comunidad amplia y variada de insectos.

Durante esos años, registraron la presencia de 1.543 especies diferentes de polillas y escarabajos (estudiaron más de 250.000 individuos) en el tejado del museo de Copenhague. La muestra es tan amplia que se corresponde con el 42% de todas las especies de polillas y el 12% de los escarabajos presentes en Dinamarca. El estudio de Karsholt y Pedersen reveló que las especies de climas más fríos habían ido perdiendo peso en las muestras a medida que las temperaturas medias habían ido subiendo hasta desaparecer por completo en los últimos años. Por su parte, algunas especies de climas algo más meridionales habían ido ganando presencia. Y eso que la temperatura media en la ubicación del museo había subido ‘solo’ 0,42 °C en las dos décadas del estudio.

A medida que los efectos del cambio climático se hacen más patentes, las especies animales y vegetales despliegan todas las estrategias disponibles a su alcance para sobrevivir. Como sobre el tejado del museo danés, moverse hacia climas más frescos es siempre una buena opción, aunque no siempre está disponible. Los insectos no son precisamente el grupo de animales mejor preparado para soportar temperaturas mucho más altas (o bajas) de las habituales. Mientras el aumento de la temperatura siga acelerándose y los periodos extremos, como las olas de calor, sean más y más habituales, muchas de estas especies tendrán problemas para sobrevivir.

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La mariquita, los límites y la adaptación

Hace 40 años, en los Países Bajos, la apariencia de las mariquitas marcaba una línea clara entre los climas costeros y los del interior del país. Cerca del mar, la mayoría de estos insectos eran de color rojo con puntos negros. Tierra adentro, las probabilidades de encontrarse mariquitas negras con manchas rojas aumentaban. Mientras en la costa la ausencia de negro permitía a estos insectos estar más frescos, en el interior, donde el clima era más frío, el negro las ayudaba a conservar más energía y estar más calientes. Hoy, las cosas han cambiado.

Durante la última década, la presencia de mariquitas negras en el interior de los Países Bajos ha ido reduciéndose, con mucha probabilidad como respuesta al incremento de las temperaturas y los efectos del cambio climático, según una investigación de la Universidad de Cambridge. Aunque es difícil saber si los cambios en los colores y los patrones de estos insectos se extenderán en todas las especies y en todo el planeta, las probabilidades de que en el futuro haya más mariquitas sin puntos negros son cada vez mayores.

Los seres vivos solo soportamos un rango determinado de temperaturas, que viene marcado por lo que se conoce como límites térmicos críticos (un máximo y un mínimo). Más allá de esos límites, es posible sobrevivir durante un tiempo, pero para aguantar a largo plazo es necesario adaptarse mediante, por ejemplo, la migración, como sucedió sobre el tejado del museo de Copenhague. Algunas especies tienen más capacidad de ajustar sus límites térmicos que otras, y los insectos como las mariquitas no están precisamente entre ellos.

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“No sabemos por qué la plasticidad del límite crítico es tan diferente entre especies, pero podría tener que ver con el entorno en el que evolucionaron. Por ejemplo, si un animal evoluciona en un entorno en el que la temperatura varía mucho, como las regiones templadas, necesita tener más plasticidad”, Hester Weaving, doctoranda en entomología en la Universidad de Bristol. Tras analizar 102 especies diferentes en un estudio recién publicado, Weaving y sus compañeros descubrieron que los insectos tienen una capacidad bastante baja para adaptar estos límites térmicos, lo que los hace particularmente vulnerables al cambio climático.

Para ampliar los límites de temperatura y otros elementos de estrés que soportamos, los animales tenemos muchas estrategias. Algunas, llamadas de aclimatación, tienen lugar a corto plazo durante la vida de un ejemplar. Por ejemplo, los seres humanos respondemos a una exposición intensa a los rayos ultravioleta del sol produciendo más melanina para proteger nuestra piel, es decir, poniéndonos morenos. O las mariquitas crecen con menos manchas negras en sus élitros (las cubiertas duras de las alas).

“Existen un montón de respuestas. Los cambios de temperatura provocan cambios en la regulación de ciertos genes, lo que da como resultado cambios fisiológicos”, explica Hester Waving. “Muchas de estas respuestas son respuestas al estrés que se sufre a nivel celular como, por ejemplo, cambios en la membrana o en determinadas moléculas para ayudar a proteger el ADN de los cambios en la temperatura”. Cuando la respuesta se da a nivel genético y la información se transmite de generación en generación, hablamos de adaptación, de evolución.

El ritmo lo marca el cambio climático

La aclimatación y la adaptación forman parte de la vida desde que esta tiene recuerdo. Muchas especies incorporan incluso respuestas para modificar sus límites térmicos entre las estaciones o en función de las condiciones concretas del lugar en el que viven. Por ejemplo, algunos mamíferos cambian el color y el grosor de su pelaje entre invierno y verano, lo que les permite soportar más frío y más calor sin problema. Estas aclimataciones se han alcanzado a través de miles de años de evolución, adaptándose a los cambios graduales en el entorno en que se desarrolla cada especie.

El principal problema es que esos cambios han dejado de ser graduales. El aumento de la temperatura (y el resto de consecuencias del cambio climático provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero) en el último siglo es tan rápido que supera los ritmos que marca la evolución. Desde 1970, la temperatura media global ha subido 0,2 °C por década. En el Ártico, esta subida ha sido de 0,6 ° C, lo que supone que la parte norte de la Tierra es hoy más de 3 ºC más cálida que hace 50 años. A nivel local, los efectos todavía son más extremos en algunos puntos.

“En general, con la información que tenemos hoy en día, creemos que la evolución no será lo suficientemente rápida como para seguir el ritmo de los aumentos de temperatura actuales”, añade Weaving. “Sin embargo, esto depende completamente de la especie de insecto, ya que algunas evolucionarán más rápido que otras. Por ejemplo, las especies que tengan un ciclo de reproducción y crecimiento más corto tendrán más opciones de evolucionar más rápido que otras”.

Si hace más calor de lo habitual y un insecto no tiene mecanismos para refrescarse, no significa que se vaya a quedar parado esperando la extinción. Según la investigadora, la respuesta más habitual será el desplazamiento hacia climas más frescos: hacia zonas más cercanas a los polos o hacia zonas de mayor altitud. Esto, a su vez, puede provocar desequilibrios importantes en los ecosistemas, así como en la agricultura y en la salud humana.

“En los últimos años se ha estado observando mucho los efectos de los desplazamientos de los insectos que propagan enfermedades. Por ejemplo, parece probable que la aparición de la enfermedad de la lengua azul que afecta al ganado en Europa se deba al efecto del cambio climático sobre los mosquitos que propagan el virus“, señala. A nivel agrícola, la aparición de especies que se alimenten de los cultivos y no tengan predadores naturales en la zona puede desembocar en plagas.

Por último, están los propios riesgos asociados al declive general de los insectos, en el que también influye el cambio climático (aunque hay otras causas). Las especies incapaces de adaptarse pueden acabar extinguiéndose y con ellas se perderán todas las funciones ecológicas que llevan a cabo. Solo por nombrar una de las más importantes: más del 85% de los alimentos cultivados a nivel mundial depende de la polinización mediante insectos.

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COMENTARIOS

  1. Pues que decir de las aves, entre el cambio climático, los productos tóxicos que se utilizan en la agricultura, ect., y para rematar a las pocas que quedan el “deporte” de la caza, una especie caciquil e ignorante que se cree que son de su propiedad y para su criminal disfrute.

    Noticias Seo BirdLife:
    Necesitamos hacer que se cumpla la justicia ambiental, necesitamos evitar que las aves mueran por causas fácilmente evitables, necesitamos proteger nuestros bosques y montes y devolver a la naturaleza los espacios que le hemos arrebatado.
    Un abrumador silencio queda en la naturaleza cuando desaparecen las aves.
    El canto de las aves es uno de sus atributos más llamativos y, a la vez, la causa detrás de una de sus principales amenazas.
    Las aves cantoras (fringílidos), como los jilgueros, los verderones, los pinzones o los pardillos, entre otras, siguen hoy en peligro como consecuencia de la caza y las capturas ilegales.
    A pesar de estar completamente prohibida a través de Directiva Aves de la Unión Europea, la caza de fringílidos se sigue produciendo de manera furtiva.
    Una de las técnicas de captura más habituales consiste en atrapar a las aves silvestres con una red para enjaularlas. Pero hay técnicas más agresivas, como las que se realizan con una especie de pegamento casero, conocido como liga, que se impregna en las ramas para que el pájaro se quede pegado cuando se posa.
    Gracias a la intervención del SEPRONA y los agentes forestales y de medio ambiente, cada año se liberan miles de aves capturadas con estos fines. El problema, sin embargo, es la cantidad de capturas ilegales que nunca llegan a localizarse y que, por tanto, permanecen impunes.
    Ahora mismo, vivimos una situación de alerta roja para la biodiversidad: casi cien especies de aves están en riesgo de desaparecer en España.
    Y en esta emergencia la actividad humana tiene mucho que ver.
    En España, somos responsables de dos de cada tres de las muertes o heridas que sufren las aves. Se calcula que, cada año, al menos 25 millones de aves mueren de forma violenta, principalmente por electrocuciones con tendidos eléctricos, colisiones con aerogeneradores, cristaleras o vallas, capturas y envenenamiento.
    Sin embargo, igual que nuestra actividad es una de las principales causas de su declive, también nosotros somos los que tenemos en nuestra mano las herramientas para frenar este desastre.
    Trabajemos por un mundo rico en biodiversidad donde el ser humano y la naturaleza convivamos en armonía

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