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Las nieves (cada vez menos perpetuas) del Kilimanjaro

El cambio climático y la acción humana están destruyendo los glaciares del Kilimanjaro, lo que dificulta la subsistencia de la gente que vive de la mítica montaña.
Los glaciares en la cima han disminuido en un 80% desde principios del siglo XX Foto: J.I.M.R.

Desde Moshi (Tanzania)

Cuando, montado en una avioneta y agonizante, Harry mira hacia abajo, sus ojos contemplan “la cima cuadrada del Kilimanjaro, ancha como el mundo entero; gigantesca, alta e increíblemente blanca bajo el sol”. Así lo contó Ernest Hemingway, el periodista y novelista norteamericano que, en 1933, unos 20 años antes de recoger su premio Nobel de Literatura, realizó un viaje por África en el que escribió uno de sus cuentos más icónicos, Las nieves del Kilimanjaro (publicado en 1936), más inmortal si cabe tras la adaptación cinematográfica que protagonizaron Gregory Peck, Ava Gardner y Susan Hayward en 1952. El argumento de la obra es bien sencillo: Harry, el personaje principal, un tipo refunfuñón que se sabe a punto de perder la vida por una infección en la herida que le causó una planta silvestre, se refugia junto a su novia en una casita en la falda de la montaña más alta de todo el continente africano mientras esperan ayuda para salir de allí.

El Kilimanjaro (formada por tres volcanes inactivos) era, en palabras del propio Hemingway, “una montaña de nieve cuyo nombre en masai, ‘Ngaje Ngai’, significa ‘la Casa de Dios’”. Casi 70 años después de aquello, el macizo, que se alza prominente frente a la ciudad de Moshi, una urbe situada en el noroeste de Tanzania de algo más 150.000 habitantes que viven de la agricultura y del turismo, conserva su grandeza y esplendor, pero está perdiendo la blancura vasta y brillante de la que hablaba el narrador estadounidense. El Kilimanjaro se está quedando sin esas nieves perpetuas que siempre lo han caracterizado. Ahora, de su cima brotan lagrimones marrones de tierra que serpentean desde la cumbre hasta la base distorsionando ese paisaje cándido y uniforme que una vez fue.

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Las voces que han denunciado los cambios que se están produciendo en la cumbre son múltiples y diversas. El científico y glaciólogo de la Universidad de Massachusetts Amherst Doug Hardy, quien lleva más de 20 años estudiando las nieves del Kilimanjaro (trabajo que compila y monitoriza en su blog, Kiboice) escribe que “algunos de sus principales glaciares, como el Kersten, ya no están intactos, y otros, como el Heim o el Decken, esencialmente han desaparecido”.

El Programa Medioambiental de las Naciones Unidas (UNEP, por sus siglas en inglés) ha declarado que los glaciares en la cima han disminuido en un 80% desde principios del siglo XX, retroceso que relaciona al aumento de la temperatura del aire y también con una situación más local. Porque, con todo, la tala indiscriminada de árboles para hacer leña o carbón, el creciente número de incendios o la proliferación de especies vegetales invasoras son problemas que agricultores que llevan siglos viviendo de la montaña cada vez padecen con más angustia.

Café y deforestación

A Godfrey Massawe, manager general y director ejecutivo de la Kilimanjaro National Cooperative Union (KNCU), la cooperativa más antigua de África, fundada en 1930, se le ve algo inquieto en la silla de su despacho, un amplio habitáculo en la planta primera de la oficina de la KNCU, un edificio vasto y grande de piedra situado al final de una de las avenidas más concurridas de Moshi que, por su aspecto decadente, parece haber vivido tiempos mejores. La KNCU es uno de los buques insignias de la economía tanzana. Es propiedad de los granjeros de otras 92 sociedades primarias, que compran y comercializan el café (también otros vegetales, pero sobre todo café) de los agricultores del Kilimanjaro.

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El café es el mayor cultivo de exportación de Tanzania. Representa algo menos del 4% del valor total de las exportaciones de la nación, esto es, unos 150 millones de dólares. Además, el mercado de café en Tanzania emplea, directa e indirectamente, a alrededor de 3,5 millones de personas (el país tiene unos 58 millones de habitantes de los que aproximadamente el 49% debe vivir con 1’90 dólares al día). En Moshi y en los distritos y pueblos de alrededor, el número de familias que depende de este cultivo para llevar una vida digna sobrepasa las 56.000. Por eso a Godfrey Massawe se le ve algo preocupado. “La temporada pasada tuvimos un periodo muy largo y duro de lluvia. Cayó mucha agua durante la temporada de floración del café, lo que afectó al 60% de la producción. Para los granjeros ha sido muy difícil sobrevivir solo con el 40% de la cosecha”, dice.

Afirma Massawe que las lluvias han sido un problema constante durante los últimos años, y que, además, en 2019 y 2020, la montaña ha sufrido periodos de frío inusualmente extensos, lo que ha retrasado el secado del café afectando a su calidad y a su posibilidad de comercialización. “Para colmo, el año pasado sufrimos muchos incendios que destruyeron parte de los cultivos”, prosigue. Y no le falta razón en su lamento. El más dañino fue uno declarado el 11 de octubre de 2020, que no fue controlado por las autoridades hasta una semana después, y que calcinó a su paso aproximadamente 95,5 kilómetros cuadrados de vegetación, lo que equivaldría al 5% del área total de la colina.

El fuego se una a la otra causa de pérdida de vegetación que desangra el Kilimanjaro e incluso el resto del país: la fabricación casera de carbón vegetal. En los últimos años, Tanzania pierde unas 484.000 hectáreas de bosques al año solo debido a la producción de carbón. Según datos del gobierno local, el país, con 48,1 millones de hectáreas de bosques, tiene la tasa de deforestación más alta del mundo. Este producto se ha convertido en la principal fuente de energía de las cocinas en zonas urbanas, como Moshi, que necesita de la montaña para abastecerse.

Los mencionados factores conjugados -las llamas y la creciente dependencia de la población del carbón vegetal- provocan que la lluvia de la que habla Massawe y que cae en abundancia sobre el monte del Kilimanjaro, así como el agua que ya no se mantiene congelada en la cima de la montaña, anegue a su paso cultivos y campos, dejándolos inservibles, porque encuentran poca resistencia. “Algunas inundaciones han durado incluso 2 o 3 meses, por lo que en esas áreas no se ha podido cultivar nada. Ni café, ni judías, ni girasoles, ni nada”, finaliza el representante de la KNCU.

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Mama Baraka, agricultora cuya prosperidad depende de los cultivos de alrededor de la montaña, en su huerto, en el pueblo de Sungu. J.I.M.R.

Los vecinos y sus soluciones

Para frenar la deforestación masiva y plantarle batalla al cambio climático, en la región del Kilimanjaro se han sucedido los proyectos e iniciativas vecinales durante los últimos lustros. Pero, quizás, la más importante fue la llevada a cabo por el botánico Sebastian Chuwa, que nació en Sungu, una pequeña aldea de Kibosho, uno de los pueblos más próximas a la cima de la montaña. Chuwa lanzó un programa, por el que le otorgaron el prestigioso premio Rolex a la iniciativa, de plantación de árboles y de educación medioambiental para los chavales de esa área para luchar contra este problema. Hasta su muerte, en 2014, el botánico tanzano y sus ayudantes habían conseguido germinar dos millones de árboles. Su legado todavía es ampliamente recordado y celebrado por sus paisanos.

Mama Baraka pasea entre sus plantas de café en Sungu. Se detiene cada poco tiempo, mira la flor de una, la hoja de otra, o comenta los problemas con los pesticidas y los bichos. A sus 61 años, hace ya siete años que se quedó viuda. “Dedicó toda su vida a cuestiones medioambientales. Era lo que más le gustaba”, dice. Su hijo Michael asiente y añade: “Formaba y concienciaba a la gente sobre la importancia de los árboles en nuestra región. Por eso le recuerdan tanto”. Ambos viven en la casa que una vez fue también de Sebastian Chuwa y que hoy luce repleta de sus fotos y recuerdos, centinelas de aquel tiempo pasado. “También introdujo ciertos tipos de semillas de café, muy buenas para estas tierras, y las repartió entre los campesinos de la zona. Convenció a la gente para que lo cultivaran y trabajaran con la KNCU”, cuenta la mujer.

También dice Mama Baraka que hay otro factor que preocupaba a Chuwa porque dificulta una hipotética reforestación que acercara la montaña y sus alrededores a su estado originario, a aquellos años en los que las nieves eran perpetuas: “Los colonizadores – Tanzania estuvo en poder de Alemania desde 1880 hasta 1919, y de Gran Bretaña desde 1919 hasta 1961, año en el que consiguió su independencia-, no sólo introdujeron plantas que ayudaron a la población local, como el café, sino también otras especies invasoras que destruyen nuestra fauna original, que es la que ayuda a equilibrar el ecosistema”.  

El SOS del Kilimanjaro y de su gente es, en realidad, extensible a toda Tanzania, una nación con más de 1400 kilómetros de costa. Naciones Unidas calcula que, entre los años 2070 y 2100, y debido al aumento de la temperatura y del nivel del mar, se podrían ver perjudicados una media de 800.000 tanzanos al año por las inundaciones que se producirán en el país si no se toman medidas drásticas. Medidas que permitan que no haya que recurrir a la estampa que describió Hemingway para disfrutar de las nieves del Kilimanjaro. Medidas, en definitiva, que aseguren un futuro lo más próspero posible a los cientos de miles de personas que llevan viviendo toda su vida de la montaña más icónica de África.

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