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El futuro está en otro planeta y las otras caras (afiladas) de la tecnoliberación

Ante los desafíos ambientales y sociales que nos rodean, la tecnología es uno de los clavos ardiendo a los que nos agarramos más a menudo. A veces, las soluciones propuestas son más realistas, pero otras se aventuran en el terreno de lo casi imposible.
Foto: Unsplash/NASA

Contra las emisiones de gases de efecto invernadero, inventaremos grandes máquinas capaces de extraer el exceso de CO2 del aire y almacenarlo bajo tierra. Frente al cambio climático, bombearemos partículas y aerosoles a la atmósfera para bloquear parte de la radiación solar y enfriar el planeta. Y, si la cosa se pone demasiado fea, construiremos arcas de Noé espaciales y colonizaremos otros mundos para empezar de cero.

Ante los desafíos ambientales y sociales que nos rodean, la tecnología es uno de los clavos ardiendo a los que nos agarramos más a menudo. A veces, las soluciones propuestas son más realistas (como electrificar el transporte o apostar por la generación de energía renovables), pero otras se aventuran en el terreno de lo casi imposible. Al menos, a corto plazo, que es cuando tenemos que arreglar los problemas. Pero, ¿son realmente soluciones a las que agarrarse?

Elon Musk y la tecnoliberación

Año 2050. El hombre que se hizo de oro con PayPal ha cumplido todos sus sueños. Las colonias permanentes en Marte son un éxito. Allí, la tecnología de captura de carbono sirve para crear combustible para los cohetes y alimentar los invernaderos marcianos. En la Tierra, estos filtros de CO2 contribuyen a frenar el cambio climático sin que los más ricos del planeta tengan que modificar mucho sus hábitos. En el planeta azul, los trenes magnéticos levitan y los coches eléctricos y autónomos recorren las autovías y los túneles que se han ido construyendo bajo las ciudades.

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Mientras, el magnate se sienta en su trono, satisfecho. Desde su atalaya de Silicon Valley, observa el mundo que ha conseguido salvar. La crisis de biodiversidad, las enfermedades o las consecuencias de la desigualdad siguen consumiendo a las sociedades humanas, pero lo importante, eso piensa él, se ha conseguido. Nadie tiene un bola de cristal para saber qué pasará dentro de 30 años, pero el mundo se verá más o menos así si todos los planes de Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX, salen adelante.

Musk es uno de los mayores exponentes del tecnooptimismo y la tecnoliberación. Pero no es el único. Ideológicamente, casi todos los líderes de Silicon Valley y del resto de empresas tecnológicas del planeta podrían encajar en esta visión del mundo. Esa visión que sostiene, con mayor o menor fervor, que la tecnología, combinada con la pasión y el ingenio propios del ser humano, es la clave para avanzar hacia un mundo mejor y solucionar todos nuestros problemas.

Estas ideas han cuajado en diferentes movimientos, desde los tecnolibertarios hasta los ecomodernistas. Estos últimos se declaran herederos del ecologismo y sostienen que la humanidad debe usar sus extraordinarios poderes para convertir el antropoceno en un buen antropoceno. Sus argumentos se basan en que la humanidad ha florecido en los últimos dos siglos de la mano de la tecnología (y de los combustibles fósiles, aunque esto último no lo incluyen en su manifiesto).

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El ecomodernismo defiende que los seres humanos no deben vivir en armonía con la naturaleza, sino seguir avanzando hasta reducir al mínimo su dependencia del entorno y, así, dejarla estar a su aire. Desacoplar el progreso del impacto ambiental para poder seguir creciendo hasta el infinito, ignorando los límites que nos marca la biosfera del planeta. En definitiva, más ciudades, más eficiencia, más energía limpia y un mundo lo más sintético posible. Todo accesible a través del avance tecnológico.

“Habría que definir muy bien qué es progreso. ¿Crecimiento infinito en un mundo de recursos finitos? ¿Crecimiento económico a costa de los recursos naturales y la biodiversidad, como sucede en el Mar Menor? La concepción de progreso requiere de un profundo debate social”, sostiene Pablo Rodríguez Ros, ambientólogo, doctor en Ciencias del Mar y divulgador. “Para mí, progreso es mantener el bienestar social dentro de los límites ambientales. A escala planetaria, por tanto, no lo estamos logrando. El crecimiento infinito en un mundo de recursos finitos es una mera ilusión, como lo es el intentar vender que continuando con el business as usual [es decir, que todo siga igual] podemos hacer las cosas de manera diferente”.

La pandemia, la política y el tecnofanatismo

Lunes, 30 de diciembre de 2019. El algoritmo de inteligencia artificial BlueDot da la voz de alarma. Un brote de una enfermedad infecciosa desconocida en Wuhan reúne todos los ingredientes para convertirse en una pandemia de proporciones globales. Pero no pasa nada. La Organización Mundial de la Salud (OMS) tarda un mes en enviar los primeros avisos serios. Y muchos países siguen menospreciando la amenaza hasta marzo e incluso abril. Casi tres años más tarde, la pandemia sigue más que presente en nuestras vidas. La IA tenía razón, pero nadie le hizo caso.

Como frente a la pandemia, la tecnología es una herramienta útil en la búsqueda de soluciones a la crisis climática y a la de la biodiversidad, pero por sí misma no sirve de nada. El propio informe del panel de especialistas en cambio climático de la ONU (IPCC) reconoce la importancia de muchas de ellas, desde las que nos permiten aprovechar las energías renovables hasta otras mucho menos maduras como la captura de carbono. Sin embargo, la tecnología no es el único camino y no puede ser la solución en sí misma. Las decisiones que hay que tomar no son tecnológicas, sino políticas.

“En lo que a la acción climática se refiere, estamos eminentemente ante un asunto político. La ciencia y la tecnología tienen que jugar, y juegan, un papel esencial. Pero muchas tecnologías, como las de captura de carbono, aún son muy incipientes y no nos sirven para reducir emisiones en el corto o medio plazo”, explica Pablo Rodríguez Ros. “Si nos ponemos escrupulosos, la mayoría de nosotros somos tecnooptimistas en cuanto al cambio climático: creemos que la tecnología debe jugar un papel ineludible en el mismo. Y nos alegran los avances tecnológicos en este sentido. Cosa bien distinta es pensar que solo, o principalmente, con avances tecnocientíficos podemos abordar un reto así”.

“Existen ciertos movimientos que, bajo mi punto de vista, se alejan del tecnooptimismo. Me gusta llamarlos tecnofanáticos. Este sería el caso del ecomodernismo u otras formas que podrían enmarcarse en el retardismo o el negacionismo blando”, añade el ambientólogo. “El ecomodernismo no es más que una respuesta reaccionaria a la propia ciencia y al ecologismo, que roza el fanatismo en cuanto a lo tecnológico. Además, se suele hablar del tecnomarketing, una suerte de tecnooptimismo con finalidad lucrativa. Pensemos en la película Don’t Look Up y en ese magnate que tiene un plan para destruir el meteorito con una especie de robots espaciales: hay tecnooptimismo, pero también interés económico detrás”.

(Atención, spoilers). En Don’t Look Up, ese magnate llamado Isherwell, una mezcla entre Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, tiene un gran plan para salvar el mundo; un plan que sale muy mal. Su alternativa final es encogerse de hombros y escoger a 2.000 millonarios que salvarán a la especie humana colonizando otro planeta, mientras la Tierra queda reducida a cenizas por el impacto de un asteroide. Hoy, en el mundo real, como en la película, no podremos decir que no nos habían avisado.

“El ser humano es capaz de muchas cosas, pero a veces tiene tendencia a rehuir sus propios problemas. Con este asunto de la conquista planetaria siempre me viene a la mente el mismo razonamiento: el ser humano prefiere lo imposible (o lo muy improbable) antes que atajar lo posible (que la Tierra tenga unas condiciones habitables)”, concluye Pablo Rodríguez Ros. “Es decir, pensar en la conquista de otro planeta a mí no solo me parece científica o técnicamente algo que roza lo imposible en el corto o medio plazo, sino profundamente cobarde e infantil”.

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COMENTARIOS

  1. Buen artículo.
    Y nada más alejado de la naturaleza que la tecnología.
    La naturaleza, si la sabemos observar y respetar, es el libro de la sabiduría. Se trata de simplificar nuestro modo de vida.
    Cada ser humano deberíamos pasar como mínimo un año viviendo directa y sencillamente del medio natural para aprender de él y para saber respetarlo.
    El tal individuo Musk, Bezos y especies afines, deberían solucionar los problemas que han contribuído a crear en nuestra casa común, la Tierra, en lugar de ir a mangonear y a malmeter a nuestros Planetas vecinos. Lástima que no se quedaran allí y que encontraran la horma de su zapato.
    Algún día se sabrá si la enfermedad infecciosa procedía de Wuhan o de los más grandes capos capitalistas, los amos del mundo, para quienes somos igual que moscas incordiantes para los fines que persiguen.
    **************************************
    Una investigación europea de la Universidad de Kiel, en Alemania, ha demostrado que cuantas más aves vemos y escuchamos, mayor satisfacción vital sentimos.
    Lo que nos dan, en realidad, va mucho más allá. Los servicios ecosistémicos que ofrece la naturaleza en general y a los que contribuyen las aves, hacen posible la vida humana en el planeta tal y como la conocemos. Por mencionar solo algunos:
    Dispersan las semillas: algunos de nuestros bosques no serían lo que son hoy día sin la ayuda de la dispersión de los frutos de los árboles a larga distancia.
    Suponen un control biológico de plagas: durante la época de cría, las aves rapaces se alimentan de grandes cantidades de roedores que afectan a los cultivos agrícolas; los aviones, golondrinas y vencejos consumen millones de moscas y mosquitos.
    ❄️ Ayudan a regular el clima: diversos estudios señalan que las aves marinas podrían estar ayudando a retrasar el calentamiento del Ártico.
    Favorecen la polinización: las abejas, los pájaros y los murciélagos inciden en el 35 % de la producción agrícola mundial, elevando la producción de alrededor del 75% de los principales cultivos alimentarios de todo el mundo.
    Sin embargo, y aunque la lista de beneficios es mucho más larga, las aves no reciben el cuidado que necesitan para sobrevivir: una de cada cuatro especies de aves en España está amenazada.
    Todos los problemas que las empujan a su desaparición son fruto de la actividad humana.
    Sin las aves y sus hábitats es imposible concebir la vida en nuestro planeta. No es una tarea fácil: al otro lado hay poderes económicos con intereses demasiado alejados de lo que la naturaleza necesita. Colabora con nosotros
    (SEO/BirdLife)

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