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Francisco Lloret: «En muchas zonas de la Península será problemático que los árboles puedan persistir»

El catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona acaba de publicar ‘La muerte de los bosques’, un riguroso análisis que alerta del peligro al que se enfrentan estos ecosistemas.
Francisco Lloret en una imagen tomada en el parque de Doñana. Foto: ARPA EDITORES

«La disponibilidad de combustible y las condiciones climáticas propicias son condiciones necesarias para los incendios. Sin una de ellas, no hay fuego», explica Francisco Lloret en su libro La muerte de los bosques, editado por Arpa. En un desierto no hay fuego porque no hay nada que quemar. Y en un bosque tropical húmedo la llama no prende, salvo en la estación seca. Son casos extremos. La mayoría de los bosques ha vivido durante milenios en la cuerda floja pero las condiciones para recuperarse tras sufrir alguna perturbación (incendios, inundaciones, olas de calor…) eran razonablemente favorables. Este equilibrio se ha roto.

Lloret es catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona y lleva décadas estudiando lo que está pasando con los bosques. Y lo que está pasando es que están colapsando. Uno de los motivos es el cambio climático: el aumento de la temperatura los está matando, literalmente, de sed. Pero no es el único factor ni está separado de otros como la explotación humana, la degradación del suelo o las plagas. Todos ellos están relacionados, se influyen de formas diferentes e interactúan entre sí. Y es precisamente esta combinación de factores, añadido al gran tiempo que los bosques necesitan para desarrollarse (en ocasiones, siglos), lo que dificulta su estudio y, sobre todo, su pronóstico. Por eso Lloret evita la asertividad. «Nuestra capacidad para predecir el futuro de los bosques con detalle es bastante limitada», admite.

Lo cierto es que no hay un plan mágico para revitalizar unos ecosistemas gravemente dañados. Por supuesto, los científicos no andan a ciegas y sí que hay unas pautas generales, pero no una solución ideal. Plantar muchos árboles, por ejemplo, es siempre la primera ocurrencia. Es sencilla y contundente. En teoría ayudaría a capturar CO2 de la atmósfera y a frenar el calentamiento global. Pero sólo en la teoría. En la práctica, el clima está cambiando a tal velocidad que esos nuevos árboles podrían plantarse en un lugar que mañana se revelara equivocado o malograrse en unos pocos años o crecer limitadamente. Y si el árbol crece poco porque hace mucho calor, el CO2 que pueda retirar de la atmósfera también será poco. Entonces el esfuerzo habrá sido demasiado para un alcance tan corto.

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Lloret trabaja con todas estas incógnitas y, tras recorrer los bosques de medio mundo, ofrece en su libro un panorama completo y bastante riguroso del funcionamiento de los árboles y los bosques.

Hace unos días vivimos una situación dramática. Hubo grandes incendios en Zamora, Málaga, Navarra, Cataluña… La razón, según se dijo, estaba en el exceso de combustible y en la sequía.

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Y en las altas temperaturas. Los dos condicionamientos para que haya una situación de riesgo extremo climático son la combinación de las temperaturas altas y la baja humedad relativa del aire. En un bosque tropical puede hacer mucho calor pero como hay mucha humedad una parte importante de la energía liberada por el calor se gasta en evaporar el agua. El tercer factor, este de orden meteorológico, es el viento, que es el que hace que el incendio se extienda. Y hace falta una primera ignición, claro. En Cataluña [donde se produjeron hasta 30 incendios simultáneos], por ejemplo, hubo rayos, pero probablemente también se debió en parte a la actividad humana, voluntaria o involuntariamente.

Según los informes del IPCC, los fenómenos meteorológicos extremos, como esta ola de calor que hemos vivido, serán cada vez más habituales. Pero cuando pensamos en un incendio lo hacemos deseando que sea una tragedia puntual, cruzando los dedos para que no vuelva a repetirse. ¿Nos equivocamos al pensar eso?

Totalmente. Además, ¿qué le hace pensar que podría no volver a ocurrir?

Uno, en su ingenuidad, piensa que no volverá a caer ese rayo que prenderá el fuego…

Ese rayo no, claro. Ese rayo ya ha caído. Pero el año que viene, por pura cuestión estadística, volverán a caer rayos, porque ocurre casi todos los años. Y si se dan las mismas condiciones, es decir, combustible, altas temperaturas y baja humedad relativa, pues vuelves a tener la combinación perfecta para otro incendio. Puede que estas condiciones no se repitan cada año, depende de la variabilidad. Puede, por ejemplo, que no haya combustible porque ya se ha quemado todo en un incendio anterior. Pero lo que nos dicen la experiencia, los modelos estadísticos, los estudios de mi amigo Josep Canadell, lo que nos dice todo ese conocimiento es que estas condiciones, y otras aún peores porque habrá temperaturas más elevadas, se repetirán en un futuro no muy lejano. Mire, los incendios son fenómenos complicados, más de lo que nos imaginamos. Hay que entender que el incendio forestal es, a la vez, un proceso natural y sociológico. Si no hubiera humanos también habría incendios. Pero el régimen actual de incendios que estamos viviendo está fuertemente intervenido por la sociedad humana, por el CO2 y el metano que hemos emitido a la atmósfera.

Cuando muere un árbol, ¿cuánto tarda el CO2 que almacena en volver a la atmósfera?

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Lo que tarde en descomponerse. El proceso es muy rápido al principio, en los primeros años. Luego se ralentiza porque quedan restos de sustancias que son más difíciles de descomponer por los microorganismos.

«El régimen actual de incendios está muy intervenido por la sociedad humana, por el CO2 y el metano que hemos emitido a la atmósfera»

¿Hay estudios que nos digan cómo van a ser los bosques de la Península después de estos fenómenos extremos que están viviendo?

Sí que los hay, lo que ocurre es que los bosques son sistemas muy complejos. De hecho, son resilientes, son capaces de aguantar muchas cosas. Pero sí que hay estudios que, aunque no nos aporten una certidumbre absoluta, nos dan pistas importantes. Sabemos, por ejemplo, que hay un límite de precipitaciones por debajo del cual los árboles lo tienen muy difícil. Los árboles necesitan agua y esa agua debe subir desde el suelo y llegar hasta las hojas que hacen la fotosíntesis. Si tienen poca agua, pues no podrá subir tanto. Por eso en un sistema desértico la vegetación es muy bajita, son sólo unas pocas hierbas que aparecen después de la lluvia. En España hay especies, como por ejemplo el pino carrasco, que pueden vivir con apenas 400 milímetros de lluvia al año. Pero, cuidado, eso tiene que estar combinado con una temperatura que no sea excesiva.

Porque si no esa poca agua se evaporaría.

Exacto. Y los modelos climáticos de los que disponemos para nuestro entorno mediterráneo indican que las temperaturas van a aumentar. Con las lluvias aún no está claro, pero parece que hay una cierta tendencia a disminuir. Pero aunque las lluvias se mantuvieran estables, si suben las temperaturas la demanda de agua de los árboles será mayor. Todo el mundo que tiene un jardín lo sabe: si hace más calor tienes que regar más las plantas. Les ocurre igual que a nosotros, que bebemos más cuando hace más calor. Conclusión: ya hay algunas estimaciones que indican que en muchas zonas de la Península Ibérica será problemático que los árboles, con su frondosidad actual, puedan persistir. Y esto se debe a unas condiciones climáticas que hemos producido nosotros.

Cuando se refiere a «su frondosidad actual», ¿quiere decir que quedarán más ralos o que los árboles estarán más espaciados, como en las dehesas?

Esa es una posibilidad, que los bosques tengan más claros, que los árboles estén más dispersos porque el agua disponible se la reparten entre menos ejemplares. Otra es que sigas teniendo un bosque pero que haya unas especies determinadas que se impongan, como el pino carrasco o la encina, que son capaces de sobrevivir en condiciones más áridas. En el extremo opuesto estaría el haya, que soporta bastante mal estas condiciones de poca agua y altas temperaturas. Ya estamos viendo indicios que apuntan a eso: las especies que aguantan mejor la aridez pasan a ser más abundantes. Pero hay otra posibilidad: que no tengamos árboles, sólo matorrales.

O sea, un desierto.

¡No, hombre, no! Tampoco es eso. Tienes matorrales. Hay que poner los matorrales en valor. Los matorrales están llenos de biodiversidad y cumplen funciones como la de protegernos de la erosión. El peor de los escenarios sería que no tuvieras cubierta vegetal durante un tiempo y que se produjeran episodios de lluvias torrenciales. Entonces desaparecería el suelo y sería mucho más difícil que se estableciera cualquier tipo de vegetación, a excepción de algunas hierbas de pequeño porte, tipo gramíneas. En algunas zonas del sur de la Península esto ya ha ocurrido, ya sea por incendios, por talas, por la eliminación de árboles para favorecer el pasto… En el Levante español las lluvias torrenciales son habituales y se ha producido pérdida de suelo. Y ahí sí que es muy difícil tener un tipo de vegetación no sólo arbórea sino incluso arbustiva. Hay clima mediterráneo en diversas latitudes del mundo: en el centro de California, en el centro de Chile, en el extremo sur de Sudáfrica, en Australia…

En sitios donde se hace buen vino, vamos.

Sí pero, ojo, ¡en Alemania también están muy orgullosos de su vino! En realidad, nadie tiene la exclusividad de nada. Pero, sí, es cierto que a la vid le va muy bien el clima mediterráneo. ¿Y qué vegetación es común a todos estos sitios? Los matorrales. En esas zonas, si llueve más, como ocurre al desplazarnos al norte de California o al sur de Chile, pues tienes bosques imponentes. Pero si llueve menos, como en el sudeste español, pues tienes una vegetación arbustiva muy rala, con plantas muy separadas e incluso laderas desprovistas de cualquier vegetación. Ese es el peor de los escenarios. Pero no toda España es así. La Península es una extensión muy grande y muy heterogénea, climática y topográficamente hablando. Habrá lugares donde, sin duda, se conservarán los bosques. Pero las condiciones aquí van a ser más inhóspitas para los bosques en términos generales. Los bosques no van a desaparecer. Lo que va a ocurrir es que no van a ser como los que hemos visto habitualmente en nuestros entornos. Porque el clima va a cambiar.

Usted dice en su libro que la diversidad de especies aumenta la resiliencia de los bosques a las perturbaciones. ¿Cómo sería el bosque mediterráneo ideal desde ese punto de vista? ¿Qué especies tendrían que combinarse?

El ideal no existe en la naturaleza. Intentamos trasladar nuestros conceptos culturales a la naturaleza y eso no nos permite entenderla bien. Pensamos que la naturaleza funciona como nosotros y es al revés, nosotros funcionamos como la naturaleza. La naturaleza no tiene voluntad y se hace con lo que puede y con lo que tiene. Su ideal es sobrevivir. Teniendo esto claro es muy fácil entender por qué la biodiversidad es importante: si combinas especies que aguantan mejor la aridez con otras que quizás crecen más rápido, si una de ellas falla pues la otra se desarrolla más. No sé si el símil es adecuado, pero ahí va: en la bolsa de valores te recomiendan lo mismo, una cartera de acciones variada porque unas suben y otras bajan.

¿Pero estas especies diferentes llegan a protegerse entre sí?

Las dos cosas, compiten y se protegen. En eso se parecen a nosotros. Unas veces nos ayudamos y otras nos hacemos la puñeta. La relación entre las plantas es apasionante. Se ha podido comprobar que la sombra de las plantas establecidas favorece que germinen y que crezcan otras especies que no podrían hacerlo sin esa cubierta vegetal. Recibirían demasiada radiación y no podrían sobrevivir. Pero una vez que se han establecido y crecen, pueden llegar a hacer sombra a la primera. De esa forma se ayudan y compiten. Y si un año llueve mucho, no compiten por el agua. Pero otros años que son más secos sí que lo hacen. La naturaleza es muy variada y muy divertida.

«El ideal no existe en la naturaleza. Se hace con lo que tiene y con lo que puede. Su ideal es sobrevivir»

¿Y pueden ayudarse cuando los árboles son atacados por plagas como la del barrenillo?

Sí, porque el barrenillo, cuando ya es un escarabajo adulto, se desplaza poco, apenas unas decenas de metros. Si tienes un bosque muy homogéneo encontrará rápidamente otro pino en el que meterse. Si el bosque es más variado pues lo tendrá un poco más difícil. Al final, estadísticamente, la progresión de la plaga de un árbol a partir de otro será más lenta y, por lo tanto, menos traumática.

A mucha gente le impresionó, con razón, la oleada de incendios que vivimos recientemente. Pero algunos no sabíamos que otros árboles, a cientos de kilómetros del fuego, también empezaron a morir por la ola de calor. ¿Es así?

Es posible, pero no podemos afirmarlo con total seguridad. Los episodios de mortalidad surgen por la combinación de varios factores. Se han detectado olas de calor capaces de matar por sí solas una población de árboles, pero esos casos tan fulminantes no son habituales. Lo que es indudable es que la ola de calor que hemos vivido es un toque de atención. Estamos viendo que estos episodios de sequía asociados al calor acaban por matar árboles en bosques de todo el mundo. No de forma inmediata, normalmente es un proceso que puede llevar algunos años. Y también depende de que interaccionen, por ejemplo, con plagas o con una situación topográfica inadecuada. Pero, sin duda, es una señal más de que la nueva situación climática va a tener consecuencias. Como dice Pep Canadell, lo que estamos viendo es «una ventana al futuro». Él vive en Australia y allí se han vivido incendios devastadores en los últimos años. Y me decía eso: «Esto es lo que se nos viene encima».

Según la Agencia Estatal de Meteorología, hemos vivido la ola de calor más temprana desde que hay registros y el déficit hídrico alcanza el 25% desde el pasado mes de octubre. Cuando usted tome la muestra de un tronco, dentro de unos años, ¿podrá ver en los anillos la ola de calor de junio de 2022?

El mes no. Hay estudiosos que afinan bastante, pero no llegan a esa precisión. Los anillos registran el momento en el que un árbol para de crecer. En nuestro entorno eso suele ocurrir en el invierno o en el verano. Si hay una ola de calor que afecte al crecimiento, eso también quedará marcado de alguna manera. Y a partir de esos patrones proporcionados por muestras de varios árboles se puede reconstruir el clima del pasado. Es una especialidad [llamada dendrocronología] muy divertida porque esos patrones, a veces, se hallan en sitios inesperados, no sólo en los troncos de los árboles. Se han podido encontrar, por ejemplo, en la viga de una iglesia antigua. Cuando estos patrones se identifican y se encadenan, tenemos una historia climática en la que podemos remontarnos cientos de años, a épocas y lugares en los que no había registros. Hay quien ha llegado a abarcar hasta un milenio.

Portada de 'La muerte de los bosques'.
Portada de ‘La muerte de los bosques’. ARPA EDITORES

Usted explica en su libro cómo las temperaturas extremas afectan al desarrollo del árbol. En pocas palabras: si hace mucho calor no van a crecer. Sabiendo esto, ¿tiene sentido invertir tantos esfuerzos en la reforestación con vistas a que sean sumideros de carbono y frenar así el cambio climático? Recuerdo que Mariano Rajoy prometió en su día plantar 500 millones de árboles…

Bueno, hay toda una política europea a favor de la reforestación. Es importante saber que el cambio climático se revelará de forma diferente en lugares diferentes. Las condiciones no serán iguales en todas partes. En nuestro entorno serán más áridas, pero en los bosques boreales no hará tanto frío y las condiciones serán mejores. La gestión de los bosques que hagamos ahora tiene que pensarse teniendo en cuenta en qué condiciones vivirán los árboles en los próximos decenios. Habrá zonas o especies que lo tendrán muy crudo y otras que tendrán un panorama más favorable. No tiene mucho sentido considerar si reforestamos o no sino cómo reforestamos para que esos bosques sean viables. Hacerlo pensando que los bosques serán iguales a los que hemos visto es un error. El conocimiento científico ya nos ha avisado de eso. Y una cosa que hemos aprendido de la gestión de la naturaleza es que las acciones masivas suelen salir mal. No sabemos construir un ecosistema ex novo. Un ecosistema es algo muy complejo y no tenemos todas las piezas. Es mejor acercarse a los bosques y entender cómo funcionan para ir ayudándolos a hacer esa transición hacia un nuevo entorno climático que, insisto, hemos provocado nosotros.

Usted pone el ejemplo de la reforestación de los alrededores de Trieste, que visto con perspectiva fue un éxito puntual: duró cien años pero ahora pasa por problemas muy serios por culpa de las plagas.

Ahora puede no parecer un éxito, pero esto se debe a que hemos cambiado nosotros. El bosque ha cambiado pero lo que la sociedad espera de la naturaleza también cambia. Hace un momento hablábamos de cómo construir el bosque ideal. En la naturaleza no existe nada ideal, todo es subóptimo. Los bosques nos proporcionan muchas cosas aparte de madera. Nos proporcionan unos valores culturales, actúan como sumideros de carbono, protegen los suelos… Nos dan muchos servicios a la vez. Intentar conseguir una sola cosa de ellos a través de una plantación monoespecífica, por ejemplo de pinos o de eucaliptos, puede que te proporcione madera durante un tiempo pero pierdes otros beneficios por el camino. Por eso todavía no sabemos replicar un ecosistema tan complejo. Y tengo mis dudas de que sepamos hacerlo algún día, porque cuando lo construyamos el medio habrá cambiado y los bosques habrán introducido nuevos elementos. Siempre iremos un pasito por detrás de ellos. Y la sociedad, además, también incorpora nuevos valores y nuevas necesidades.

En Alemania ha surgido una corriente que dice que lo mejor que podemos hacer con los bosques es dejarlos en paz. Hay un aristócrata [el príncipe Zu Salm-Salm] que posee cientos de hectáreas forestales y que apoya esta política antiintervencionista. Y también lo hace Peter Wohlleben, el autor de La vida secreta de los bosques.

Bueno, es una alternativa. Si dejamos los bosques en paz ellos seguirán su camino, eso es verdad. Lo que pasa es que en Europa los bosques están configurados a través de la historia de los humanos. Los hemos transformado profundamente durante siglos. Dejarlos a su aire, sin duda, plantearía algunos problemas. En la Península podríamos hacerlo con algunos, pero hay otros bosques que tienen propietarios que los explotan comercialmente y no les parecería una buena idea. También puede ocurrir que los dejáramos en paz y que se incendiaran, con el problema añadido de que tienen muchas casas cerca y se pondría a la gente en peligro. Estoy seguro de que ese mensaje de «dejar los bosques en paz» es bienintencionado, pero hay que matizarlo. Se puede hacer con algunos y para eso están las reservas y los parques naturales. ¿Pero es esa la receta para todos los bosques? Creo que ya hemos incidido lo suficiente sobre ese punto: no hay una receta universal.

En la pasada COP26 de Glasgow los líderes mundiales se comprometieron a acabar con la deforestación antes de 2030. ¿Cómo recibe usted este tipo de mensajes por parte de la clase política? ¿Con esperanza? ¿Con escepticismo?

Siempre con escepticismo. ¡Los científicos somos escépticos por naturaleza! [Risas]. Lo que diga un político, independientemente de su ideología, hay que recibirlo con escepticismo. No necesariamente por que tenga mala intención. Lo que ocurre, simplemente, es que tienen un trabajo muy complicado. Deben contentarnos a todos y eso es muy difícil porque cada uno de nosotros pensamos de forma diferente. Como le dije antes, siempre hay que pensar en situaciones subóptimas. El panorama actual es francamente malo, pero tampoco quiero trasladar un mensaje pesimista. Ya tenemos suficientes mensajes catastrofistas y me gusta pensar que, históricamente, hemos sido capaces de revertir algunas situaciones complicadas. Y ante el problema del calentamiento global tampoco es que estemos de brazos cruzados, aunque es cierto que la reacción está siendo mucho más lenta de la que sería necesaria. Hay países que, por su situación social y económica, no pueden hacer los mismos esfuerzos frente al cambio climático. Pero la Unión Europea sí. Por supuesto, lo que está haciendo es claramente insuficiente, pero es algo. Si no fuéramos capaces de hacer absolutamente nada sólo nos quedaría tirar la toalla. No digo que lo estemos haciendo bien, pero hay cosas que están en el buen camino. Podemos hacerlo. Ese es el mensaje. Vamos lentos. Y vamos mal. Pero podemos hacerlo. Ese es el mensaje positivo que debemos dar a las nuevas generaciones.

¿El cortoplacismo, tan presente en la política actual, es lo peor que le puede pasar a los bosques?

No sé si es lo peor, no me gustan los rankings, pero desde luego no les ayuda. Los bosques tienen un desarrollo lento porque van acumulando estructura y energía. Por eso los incendios son tan devastadores, porque en poco tiempo liberan toda esa energía que han ido acumulando durante decenios, durante siglos, en forma de hidratos de carbono. Ellos son lentos. No es fácil levantarse por encima del suelo, hacia arriba, contra la gravedad. Esto cuesta. Un bosque necesita tiempo para desarrollarse. Las políticas que no entiendan esa dimensión temporal diferente no van a facilitar su recuperación. Los ingenieros forestales, cuando hacen sus planes de ordenación, no trabajan con días ni con semanas. Trabajan con décadas. Ellos están pensando en el bosque a 50 años vista. Desgraciadamente, la opinión pública muchas veces piensa que hay que hacerlo todo superrápido. Pero un poquito de reflexión siempre va bien. Ahora hay un debate surgido a raíz de la ola de incendios que habla de cortar árboles para reducir el combustible. Gestionar bosques es mucho más que cortar árboles. Es mantener esa biodiversidad que los hace más resilientes. Es facilitar su acceso para que sean ese bien cultural que necesitamos. Es procurar que ese carbono que se ha almacenado permanezca allí el mayor tiempo posible. La gestión de los bosques debe contemplar todas estas funciones y hacerlo con una escala temporal muy amplia.

Entre esas funciones está el bienestar y la felicidad que aportan los bosques. Pero, claro, eso no se puede cuantificar.

Hay académicos que lo hacen, aunque de forma imperfecta. Uno de los problemas que tienen los bosques radica, precisamente, en el carácter inmaterial de algunos de los beneficios que aporta. Todo lo que no se pueda cuantificar, especialmente desde el punto de vista económico, queda fuera de los datos oficiales. En el colegio nos decían que no se pueden sumar huevos y castañas. Pero en este caso habría que hacerlo porque, de otra manera, estaríamos negando la realidad. Y el bienestar y la felicidad que nos transmiten los bosques es bien real.

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COMENTARIOS

  1. A tener en cuenta también que están recortando presupuestos a las plantillas forestales, al Seprona, a todo lo que constituya inversión para la protección de la naturaleza, para invertir en armamento y en guerras dónde nadie nos ha provocado ni se nos ha perdido nada; pero mientras el pueblo calle como un mundo rebaño seguirán recortando nuestros derechos y libertades.
    El suelo de los bosques de algunas comunidades está tan descuidado, tan lleno de ramaje y troncos secos y suciedad que para que prendan sólo se necesitan las temperaturas que desprenden fuego de hace unas semanas.
    Existen codiciosos agricultores que lo quieren regar todo: vides, almendros, todo, el agua no da para regarlo todo y hay especies como la vid y el almendro que se dan en secano; pero estos agricultores han conseguido que se les permita secar barrancos para llenar sus balsas de riego. Los árboles de la ribera de los barrancos vemos como se van secando así como desaparece numerosa fauna y biodiversidad cuando un cauce se seca, mejor dicho cuando a un cauce lo secan. Todo contribuye al debilitamiento del mundo vegetal y de la naturaleza en general.
    Las Confederaciones Hidrográficas, como todo, están al servicio de los que más poder tienen, no de los intereses generales ni de la conservación de la naturaleza.

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