No cesan los brindis al aire durante esta COP26. El último está promovido por Reino Unido, quien ostenta la presidencia de la cumbre del clima que se celebra estos días en Glasgow (Escocia). En esta ocasión, más de 100 actores –entre gobiernos nacionales y locales, fabricantes de automóviles, empresas e inversores- se «comprometen» a que en 2035 todas las ventas de coches y furgonetas nuevos sean de cero emisiones en los principales mercados, y en 2040 en todo el mundo. En la práctica supone el principio del fin de los coches de gasolina, diésel, gas e híbridos, tanto enchufables como no. España no está entre las naciones que han suscrito este pacto.
Repensar y modificar la forma en que el planeta se mueve es imperativo para frenar el calentamiento de la atmósfera. A nivel global, el transporte representa casi una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, siendo el transporte por carretera responsable de casi tres cuartas partes del total. En España, este último supuso en 2019 un 29% de todas las emisiones, siendo el sector que más contribuye al cambio climático.
Para 2050, de continuar con la tendencia actual las emisiones asociadas a este sector podría pasar de 7 gigatoneladas de CO2 equivalente en 2010 a 15 GtCO2eq, según el IPCC. Esto equivale a las emisiones de CO2 de China y Estados Unidos juntas en 2018.
Por ello, uno de los retos que tenía la COP26 era alcanzar un objetivo respecto a los coches contaminantes. Y así ha sido. Eso sí, como dejan claro en una declaración conjunta, los objetivos no son jurídicamente vinculantes. En otras palabras: nada ni nadie les puede reprochar nada -legalmente- si no cumplen lo prometido.