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El árbol más viejo del mundo

A través de esta pequeña historia sobre el árbol más viejo del mundo, Lady Distopía ahonda en la importancia de preservar nuestro entorno.
Foto: Imagen 1

Adelaida York, una estudiante de paleontología que trabajaba en su tesis doctoral fechando todo tipo de fenómenos cósmicos, como eclipses, sequías y terremotos, a través del estudio de los anillos de los árboles, descubrió el árbol más viejo del mundo.

Al principio lo mantuvo en secreto por miedo a que, si se hacía público, pudiera pasarle algo a aquel ejemplar que había sobrevivido tantísimo tiempo. Hasta que un día reunió al grupo de colegas por el que sentía mayor afinidad, les contó su hallazgo y fueron todos a verlo. En seguida decidieron que aquello tenían que guardárselo. Avisarían a la Universidad de dónde se encontraba, pero no revelarían exactamente cuál era de todos los árboles de aquel bosque.

Pasaron los años y aquel bosque comenzó a estar cada vez más cerca de los suburbios de una ciudad en constante expansión, y a menguar de tamaño. Después, desapareció del todo y solo quedaron algunos ejemplares sueltos que daban sombra a las lápidas del cementerio de aquella parte de la ciudad.

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Adelaida paseaba con frecuencia hasta allí para asegurarse de que el árbol seguía en pie, y en muchas ocasiones se llevaba a su nieta.

Comenzó a hablarle del árbol a la niña. Le dijo que compartirían el secreto del árbol más viejo del mundo, y la niña fue creciendo.  

Un día, cuando ya era una adolescente, paseaban abuela y nieta por el cementerio. Hubo un momento en el que se separaron unos pasos, porque Adelaida quería arreglar las flores de un jarrón que acompañaba a una de las tumbas. Y cuando se dio cuenta, su nieta estaba tatuando su nombre en la corteza del árbol más viejo del mundo.  

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Adelaida se quedó callada durante horas. Avergonzada. La niña solo había querido hacerle un homenaje, pero Adelaida sentía que había traicionado al árbol. Que no había sabido protegerlo.

Su nombre quedó grabado en aquella corteza como un recordatorio para ella. Como una condena por no haber sabido inculcarle a la niña su amor y su respeto por la naturaleza.

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