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Un canto al futuro rural: Ecopoesía en el Jerte

Cada mes de diciembre se celebra al noreste de Extremadura el Festival de Ecopoesía, un evento que amalgama lírica y agroecología. Este año ha tenido lugar la cuarta edición, y hasta allí se ha desplazado la periodista y escritora.
'El Mirador de la memoria', obra del artista Francisco Cedenilla. Foto: Azahara Palomeque

El pueblo huele a verde y a leña. Situado en el Valle del Jerte, al noreste de Extremadura, en las calles de El Torno habitan unas 850 personas de las casi 11.000 que conforman esta comunidad de once municipios: un pedacito de esa España rural tan crucial en nuestra soberanía alimentaria y, por desgracia, a veces tan desdeñada. Me está esperando para dar un paseo Jorge Riechmann, poeta y filósofo invitado, como yo, a la IV edición del Festival de Ecopoesía que cada diciembre se celebra en estos lares: “corre, antes de que se ponga el sol”, así que dejo los bártulos y, en apenas unos minutos, la caminata nos sorprende al borde de una cascada que fluye montaña abajo por un bosque cercano. 

Ha llovido demasiado, le cuento, tanto que yo tendría que haber llegado mucho antes, si no fuese porque el temporal que, más al sur, anegó pueblos enteros, destrozando huertos y matando animales, me pilló en la carretera: a diez kilómetros de donde me encontraba, la nacional que une Badajoz con Cáceres sucumbió completamente, se la llevó el caudal desbocado de un arroyo que reivindicaba su espacio. “El clima está loco”, reflexionamos, mientras una señora mayor se nos acerca para mentarnos los nombres de otros enclaves: “allí está Casas del Castañar, y Cabrero, y en ese pico, Piornal” –apunta. “Antes nevaba más, ahora… muy poco”. Suspira.

Cultura viene de cultivar

Aquí la gente vive principalmente de la cereza, una industria que cada año genera unas 20.000 toneladas sólo en el valle, un 20% de la producción nacional. Como ocurre con la energía, transferida a otros sitios porque Extremadura produce cuatro veces la que gasta, también estas frutas se exportan. No sólo el paisaje bellísimo sobrecoge: la región es despensa vegetal y energética del país. En este punto del mapa, si de algo se sienten orgullosos los lugareños es precisamente de sus cosechas. De ahí la necesidad de aunar la poesía con las vicisitudes de la tierra, de reforzar a lo largo de once días una conexión indispensable entre cultura y cultivos, porque, como afirma el naturista y escritor Joaquín Araújo, presente en el festival, por algo tienen la misma raíz etimológica. 

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Ángel Calle, profesor y poeta, lo confirma: “este evento mezcla muchas voces, y una forma de sentir y de estar en la naturaleza, a través de la agroecología”, una práctica cada vez más común, representada por la organización Tierra Sana, que se pone en marcha de manera comunitaria, principalmente en minifundios: “aquí hay alegría y hay cooperativismo, y desde ahí se puede trabajar”, afirma, satisfecho, pues fue él quien inició este encuentro, primero estrictamente literario, y luego incorporando los saberes del campo, a partir de lo experimentado en Voces del Extremo, el festival poético de Moguer que lidera Antonio Orihuela. Así, se han fomentado en el Jerte las letras, visibilizado tradiciones ancestrales del terruño, se han realizado actos en otros pueblos y hasta en Madrid, como la cata de versos y quesos orgánicos de la cooperativa La Cabra tira al Jerte que tuvo lugar en el Teatro del Barrio, y hasta una edición de El bosque habitado, el programa de Radio 3, se grabó en el valle, con la música en directo de la mítica Amparo Sánchez, Amparanoia: “no estamos de paso, no somos fracaso”. Nunca.

Foto: Asociación cultural JerteArte.

Un pueblo para jóvenes

Suena esta vez un reguetón que hace vibrar las anatomías de todos después de horas de intervenciones poéticas muy diferentes: David Trashumante, Carmen Hernández Zurbano –quien, en su doble vertiente de literata y médica constató, muy crítica, la ausencia de un discurso agroecológico en los debates de salud pública–, Mª Ángeles Pérez López, Víctor M. Díez, Miguel Ángel Vázquez… Recitamos con una pasión que, cuando llegó el turno de Javier Feijóo, se hizo dialecto telúrico en ehtremeñu. Entre los ecos de esas declamaciones verpertinas faltó, sin embargo, la presencia de unos jóvenes que no siempre acuden a la parte más intelectual del sarao. Como indica María José, organizadora, “los jóvenes son muy difíciles de atraer”, pero ¡ah!, después de la cena no han querido perderse una sacudida por Daddy Yankee, o al compás de Rosalía, así que me acerco al rincón que llaman “fumadero”, donde varios de ellos carcajean entre vaharadas de tabaco. 

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Al principio, me miran tímidos, interrogantes, pero enseguida se solapan sus voces cuando intentan responder a mis preguntas: en general, y a pesar de que no hayan asistido al recital de la tarde, les parece estupendo que el festival exista, ya que “es bueno para el pueblo”. Además, me explican, ellos levantan sus propios proyectos, como la Asociación de Jóvenes Torniegos, fundada en verano. “Ya hemos hecho una actividad representando costumbres antiguas locales y mañana se va a hacer una recogida de juguetes y ropa” –apuntilla Eva, quien añade que el objetivo es “que participe, que se reúna todo el mundo”, de distintas edades, para lo cual están colaborando también con otros grupos, como la Asociación de Mujeres. Dani la interrumpe: “lo que consideramos más importante es favorecer la cohesión del pueblo”. Dicha unión debe incentivarla asimismo el porvenir económico, en el que unánimemente creen: algunos han vivido fuera y han vuelto, por la relevancia de sacar adelante el sector primario; la mayoría son agricultores; Violeta, no obstante, confía en ser agente forestal: “pero primero tengo que sacarme el bachillerato”. 

La estampa de estos muchachos, organizados y comprometidos con tejer vínculos intergeneracionales, contrasta con el relato que compartió conmigo una agricultora de la comarca de La Vera, a menos de una hora en coche: María, nombre ficticio –“si pones el verdadero me queman la casa”–, frunce el ceño y se expresa con cautela: en su zona la droga está haciendo estragos entre los adolescentes, y un 30% de la población vota a Vox: “son muy conflictivos” –asegura. Cómo puede diferir tanto la idiosincrasia de la gente en apenas unas decenas de kilómetros es algo que nadie aclara, pero otras personas corroboran: la falta de proyecto, quizá, ésa que no parece afectar a El Torno. 

El Mirador de la memoria, obra del artista Francisco Cedenilla. Foto: Azahara Palomeque.

Aquí, cuando ya había dado por terminada la conversación, los chicos me reclaman, exigiendo un último apunte: “el pueblo proyecta muy buena imagen, especialmente desde que se hicieron los muñecos”, dice Sergio. Los muñecos son las cuatro esculturas antropomorfas que constituyen el Mirador de la memoria, obra del artista Francisco Cedenilla. Dedicado a “los olvidados de la Guerra Civil y la Dictadura”, e inmortalizado en el documental El silencio de otros (Almudena Carracedo, 2018), el conjunto fue tiroteado poco después de su inauguración en 2009, ante lo cual su autor optó por dejar las marcas de bala como huella de la violencia que estas estatuas evocan, ubicadas con vistas a una serranía que otrora fue lar combativo para el maquis. 

En la memoria viva de estos cerros se inspiró también la escritora Dulce Chacón (1954-2003) para hilar su emblemática novela La Voz Dormida. Por eso parte de sus cenizas se esparcieron en las inmediaciones, nutriendo al que fue bautizado como Castaño de la Libertad, otro símbolo más de la confluencia entre cultura y cultivo, que los chavales aprecian: “una persona que tuvo una repercusión como por ejemplo la tuvo Gloria Fuertes; son, además, mujeres, y es importante tener iconos a seguir en este mundo”, sentencia Dani. Los demás asienten, Eva sonríe. Acto seguido, nos dirigimos a la pista de baile: la fiesta, al fin y al cabo, acaba de empezar…

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COMENTARIOS

  1. Hablando de la MEMORIA:
    Hasta siempre Miguel Ángel Capapé: luchador contra el olvido
    El presidente de ARICO (Asociación por la Recuperación e Investigación Contra el Olvido) ha fallecido este miércoles en Zaragoza a los 64 años de edad. Como tantos otros, se va demasiado joven. Combatió hasta el último momento una larga enfermedad. El movimiento memorialista aragonés se queda sin uno de sus referentes, sin uno de sus militantes más comprometidos.
    Gracias a su trabajo, y al de ARICO, muchas veces de la mano del Equipo Arqueológico Forense de Aragón (EAFA), decenas de víctimas de la represión franquista han podido ser recuperadas de fosas y cunetas a lo largo y ancho de la geografía aragonesa. Una labor inmensa de dignificación, de justicia, verdad y reparación, a la que Miguel Ángel, siempre con la cámara de fotos en la mano, contribuyó activamente.
    Junto a su compañera de viaje, Pura Lapeña, nieta y sobrina de los hermanos Manuel y Ramiro Lapeña Altabás, que permanecen inhumados en Cuelgamuros pese a que el juzgado autorizó en 2016 la recuperación de sus restos, alzaron siempre sus voces por este causa, la de devolver a las víctimas enterradas en San Lorenzo de El Escorial a sus lugares de origen. Al igual, que Manuel Lapeña Lapeña, padre y tío de los hermanos Lapeña, que falleció en el verano de 2021, Miguel Ángel no podrá ver uno de sus sueños cumplidos por culpa de «la dejadez y lentitud» del Gobierno español, como denunció entonces en una entrevista con AraInfo.
    La última exhumación que pudo visitar, con una sonrisa de oreja a oreja, fue la de Gurrea de Galligo, cuyos trabajos terminaron el pasado 10 de diciembre. Allí, ARICO y el EAFA consiguieron desenterrar décadas de silencio en un municipio en el que todavía hoy se siente el horror de la represión fascista.
    Como pequeño homenaje, desde el Consello d’AraInfo hemos querido recuperar algunas de las fotos que nos prestó para ilustrar muchas de las noticias del especial «contra el olvido». Gracias por todo Miguel Ángel. Seguirás siempre en nuestra memoria. Que la tierra te sea leve amigo.
    https://arainfo.org/siempre-miguel-angel-capape-luchador-olvido/

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