master cooperación internacional online

[AVANCE EDITORIAL]: ‘Ecoansias: salimos de una crisis, no caigamos en otra’

En 'Ecoansias' (Ariel), la periodista Irene Baños desmonta los espejismos de sostenibilidad que nos intentan colar y reivindica nuevos hábitos de consumo.
Irene Baños en una imagen cedida por la editorial. Foto: Benjamín Figueroa. Foto: irene

Extracto del libro Ecoansias: salimos de una crisis, no caigamos en otra (Ariel), de la periodista Irene Baños.

Ya a la venta.

Cuando era pequeña, los domingos por la mañana mi padre siempre nos compraba un chicle a mi hermano y a mí. Yo lo guardaba en la boca hasta que tocaba comer, unas cuantas horas después. No me preguntes cómo o qué quedaba de la goma de mascar para aquel entonces, pero así era. Mi hermano, en cambio, tiraba el chicle nada más bajarse del coche, unos 10 minutos después de metérselo en la boca, y me indignaba. «¡Qué manera de desperdiciar el chicle! Pero ¡si no te ha dado tiempo ni a saborearlo!» También era muy exigente con las servilletas de papel: se sabía si las había puesto yo en la mesa porque las cortaba por la mitad. Eso lo sigo haciendo: con media servilleta te da más que de sobra para limpiarte un poco la boca, salvo que haya macarrones con tomate y chorizo. Ya ves, con ocho años ya estaba un poquito obsesionada con el consumo. Yo me digo hormiguita. Mi familia, rácana.

Así que, por qué no empezar por ahí, por el consumo y la basura que genera.

ecooo

Del reciclaje al reduce

Pero lo cierto es que estas insulsas anécdotas son la base de todos los males de los que hablo en este libro. El consumo desenfrenado, el querer más, la avaricia, las ganas de unos de ganar mucho a costa de otros. El comprar y tirar porque sale más barato, el no ver más que basura donde en realidad hay sudor y valiosos recursos. Un sistema en el que lo que manda es la opulencia y la simpleza está mal vista; en el que durante los últimos 150 años, el fin ha justificado todos los medios. ¿El fin? Un susodicho progreso. Y, sin embargo, aquí estamos, pisoteándonos unos a otros, expoliando cada rincón del planeta, destruyendo al resto de especies, a todas y cada una de ellas, y todo, ¿para qué? Las estadísticas y los libros de historia dirán que la gente vive más, que la sanidad ha alcanzado avances inimaginables, que hemos explorado el espacio exterior. Pero quizá obvien que lo que se suponía que iba a ser un avance en igualdad y calidad de vida, se ha convertido en una obligación de producir y consumir más y más y más. Trabajar más y en peores condiciones, y consumir más y más barato para compensar nuestra frustración. Y eso tiene un precio: la pelea cada vez es más sangrienta por conseguir unos recursos cada vez más escasos, el agua se esfuma, los suelos que nos dan de comer se deterioran sin marcha atrás, nuestra salud se debilita.

Cuando voy a casa de alguien ya no pregunto dónde está la basura, sino ¿dónde tiro esto? A veces me llevo sorpresas, pero en la mayoría de los casos empieza a ser normal tener, al menos, un cubo para la basura general, otro para el plástico y otro para el papel. El reciclaje se ha colado en la cocina y es una buena noticia, porque no hay rincón en el mundo libre de plástico; se han encontrado restos hasta en las aguas más profundas del mundo. Pronto será noticia cuando alguien descubra un escondite al que aún no haya llegado la basura, que no esté intoxicado. Escribiremos noticias sobre el pez sin restos de plástico en el estómago, la montaña sin botellas de plástico. A mí todavía no me apetece vivir en un decorado de poliespán, así que algo hay que hacer. Habrá que reciclar más, pensamos inmediatamente. Pero estamos obsesionados con la narrativa incorrecta. La finalidad no es un reciclaje exitoso, sino reducir la producción y el consumo en primera instancia. La solución a la basura no es el reciclaje: es que no haya basura.

Durante décadas nos han hecho creer que reciclar es nuestra responsabilidad, que al ser nosotros quienes consumimos, también debemos ser los que nos deshagamos de los restos. «Nos han hecho», ¿quiénes? Pues las empresas responsables, las compañías encargadas de la fabricación y el embalaje, a las que solo les interesa ayudarnos a limpiar nuestra conciencia para que sigamos consumiendo bien calladitos y en fila india. Mientras nos torturamos por no reciclar más y mejor, mientras les echo un discurso a mis familiares por no tener cinco cubos distintos en casa, nos olvidamos de apretarles las tuercas a las empresas que nos venden los productos innecesariamente plastificados. En el modelo actual, las compañías ponen los envases en circulación y se desentienden de ellos. Coca-Cola y compañía se encargan de que sus botellas lleguen al pueblo más remoto del planeta, pero no de recogerlas después. […]

A mí, como soy muy inocente y siempre tiendo a pensar bien de la gente, me ha costado entender por qué iban las compañías a promover el reciclaje, qué ganan con ello. Pero del pasado se aprende mucho; rebuscar en la historia explica muchas ironías del presente. Resulta que, allá por los años cincuenta, surgió en Estados Unidos, cómo no, la primera campaña de recogida de residuos. ¡La iniciaron las compañías de bebidas! Coca-Cola se sumó a otro montón de poderosas compañías (entre ellas las creadoras de la lata y la botella de un solo uso) y levantaron una cortina de humo, la asociación Keep America Beautiful (Mantén América bonita). Que todavía existe, por cierto. En poco tiempo, el foco de atención pasó de estar en una regulación más estricta para las compañías, al mal comportamiento del consumidor. Reto conseguido para los fabricantes y carga para los consumidores que arrastramos hasta hoy. Algo parecido a lo que ocurrió con el concepto de «huella de carbono personal», que se usa para medir las emisiones de gases de efecto invernadero de nuestras acciones individuales, desde el agua que usamos en casa hasta la forma en que nos desplazamos al trabajo. El término fue popularizado por la compañía petrolera BP a través de una campaña que costó más de 100 millones de dólares, con la finalidad de quitarse ellos la responsabilidad del cambio climático de encima y hacernos a nosotros cargar con ella.

master cooperación internacional online

Gracias a la colaboración de nuestra
comunidad podemos publicar. Ayúdanos a seguir.

COMENTARIOS

  1. Sin desperdicio alguno, tanto el artículo como la forma amena de comunicar.
    Es el capitalismo, Irene!
    ¿Te creerás que la juventud de la “modélica” Transición teníamos boicoteada a la coca cola porque financiaba y financia los proyectos y guerras sucias del imperialismo yankee?
    Igual que la juventud de hoy ¿verdad?
    Después de todo, tambien hay buenas noticias, apoyo a la producción local, pasar de multinacionales.:
    Un nuevo decreto, en espera de aprobación, regulará en Extremadura la venta directa de productos agrarios desde las fincas tanto a consumidores particulares como a las pequeñas tiendas de la región.
    La venta directa desde las fincas y en los pueblos es un sistema de comercialización tradicional que facilita que las explotaciones agrarias aumenten y diversifiquen sus ingresos permitiendo la viabilidad económica en las pequeñas fincas así como su multifuncionalidad. La eliminación de intermediarios entre producción y consumo permite, de un lado, que las personas agricultoras y ganaderas reciban un precio más justo por su trabajo y, de otro lado, que las personas consumidoras accedan a productos más frescos y de calidad, procedentes de variedades y razas locales, que no suelen llegar a la gran distribución, en una relación de apoyo económico a quienes habitan en nuestra región.
    Extremadura da un paso adelante en el apoyo de la venta directa del producto agrario.
    (E. en A. Extremadura)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.