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“Hay un gran potencial de mitigación y adaptación en el sector agroalimentario”

Entrevista con Alberto Sanz Cobeña, uno de los autores del informe que pone en evidencia la vulnerabilidad del Mediterráneo ante la crisis climática.
Alberto Sanz Cobeña, investigador y profesor de la UPM. Foto: Eduardo Robaina Foto: sanzcobena

La crisis climática pasa por el Mediterráneo. Desde la época preindustrial (1880-1899), esta región se ha calentado cerca de 1,5°C, un 20% más rápido que la media mundial. Además, las previsiones a medio y largo plazo no son mucho más optimistas: o se empieza a actuar de manera urgente y decidida o la temperatura regional podría llegar hasta los 2,2 °C para 2040, y casi 4ºC en algunas subregiones para 2100. Hasta 500 millones de personas que viven en la cuenca mediterránea están en peligro.

Este fue el mensaje que lanzó el pasado mes de octubre la Unión para el Mediterráneo, en un adelanto de su informe Riesgos asociados al cambio climático y los cambios medioambientales en la región mediterránea. La conclusiones finales del informe se conocerán en 2020.

Alberto Sanz Cobeña, investigador y profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, es uno de los muchos autores que participaron en el estudio. Aprovechando la presencia de la Cumbre del Clima en la capital española, ha presentado en el pabellón de la Unión Europea algunas de las principales conclusiones de su trabajo en el informe. También habló con Climática al término de su ponencia.

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¿Qué zonas son especialmente vulnerables?

Depende. Socioeconómicamente, las que ya por sí están en una situación crítica. A nivel de vulnerabilidad climática depende de la capacidad de respuesta ante los cambios de las condiciones climáticas. Hay mayor capacidad de respuesta en el norte que en el sur. En general, el impacto del cambio climático es muy homogéneo, pero sus consecuencias varían en función de las estructuras.

No todos están igual de preparados. Hay una brecha importante.

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La cuenca mediterránea es un ejemplo. Tenemos la suerte de vivir en un sitio del planeta muy interesante y peculiar, porque es un punto caliente de biodiversidad en todos los sentidos. Después, hay unas diferencias políticas y económicas muy importantes en un espacio relativamente pequeño. Hay grandes desigualdades entre las zonas del Este de la cuenca -Chipre, Siria…- y el Oeste, donde está España.

Uno de los puntos donde incide el informe, y en concreto su trabajo, es en la seguridad alimentaria. ¿Cómo afecta el calentamiento global a la disponibilidad de recursos?

En las zonas como la cuenca mediterránea, especialmente vulnerable a los impactos del cambio climático, el aumento de temperatura, la disminución de precipitaciones o eventos extremos tienen un efecto muy importante en la producción de alimentos. Tanto del punto de vista de las necesidades de agua como, por ejemplo, desde el punto de vista del aumento de la salinidad en las aguas de las regiones costeras al aumentar el nivel del mar.

Más allá de los cultivos está el caso de las reservas pesqueras. Se ha visto que hay un impacto sobre la cantidad y el tamaño de los peces debido al aumento de las zonas con menos concentración de oxígeno.

En cuanto a la seguridad alimentaria, somos altamente dependientes de regiones muy alejadas del Mediterráneo. Son zonas que sufren grandes impactos debido a la extracción de recursos como, por ejemplo, cereales y soja que se usan para alimentar a nuestros animales. 

En un contexto de cambio climático, además, todos esos piensos entran por mar. Si hay un aumento del nivel del mar y se ven afectadas las infraestructuras portuarias va a haber un impacto sobre la disponibilidad de alimentos que vienen de fuera.

¿Cómo debe ser nuestro modelo de sistema agroalimentario para alinearlo con los desafíos climáticos?

Tiene que ser un modelo que, por suerte, tiene un objetivo claro, definido y marcado que se llama dieta mediterránea. Esta dieta la hemos ido abandonando con el paso de los años en muchas regiones, sobre todo en el norte de la cuenca mediterránea. En los últimos 100 años ha aumentado muy considerablemente la ingesta de proteína de origen animal. Esto se basa en la importancia de grandes cantidades de pienso, lo cual nos hace más vulnerables.

También ha aumentado el consumo de productos refinados con altos cantidades en azúcares. Hoy la pirámide de los alimentos de la dieta mediterránea ha desaparecido y se ha invertido. De lo que menos hay que comer es de lo que más se come. Esto tiene un impacto sobre la salud, como avisan las organizaciones, y sobre el medio ambiente.

El sistema agroalimentario es una de las áreas donde más potencial de mitigación hay y, además, a través del cual mejor nos podemos adaptar al cambio climático.

El informe alerta que, para 2100, las temperaturas pueden alcanzar los casi 4ºC en algunas subregiones. ¿Qué Mediterráneo nos espera en el futuro?

Un Mediterráneo con aguas cada vez más cálidas, con reservas pesqueras cada vez más escasas en cantidad y volumen de la captura. Un Mediterráneo donde las infraestructuras portuarias de las zonas costeras se van a ver afectadas. Lo mismo con el turismo.

Veremos, también, un Mediterráneo donde el riego será cada vez más difícil porque el agua va a contener sal. También vamos a presenciar unos movimientos migratorios muy importantes debido a las injusticias derivadas del cambio climático sobre los sistemas de producción de alimentos. En definitiva, creo que es un panorama poco halagüeño. 

Luego, en zonas concretas, como el Mar Menor, se van a dar, y se dan, puntos calientes en los que se juntan todas esas malas condiciones. Hay mala praxis en la producción agrícola, exceso en el uso de fertilizantes, etc. Todas esas condiciones pueden dan lugar a un desastre medioambiental.

No solo debemos mitigar, también hay que incidir en la adaptación al cambio climático. 

Desde el punto de vista agroalimentario, el Mediterráneo se puede adaptar regresando a cultivos adaptados a nuestras condiciones, lo que implica un cambio en nuestros hábitos de consumo alimenticio. 

También nos podemos adaptar con medidas tecnológicas. En el ámbito de la agricultura, un ejemplo claro sería el riego por goteo, que implica usar menos agua para producir alimentos. 

Enumeras muchos escenarios negativos. ¿Queda espacio para la esperanza?

Hay varios motivos para estar esperanzado. Uno es que hay un movimiento social, encabezado por personas jóvenes, muy importante. Y hay esperanza también en sectores como el agrícola, que tiene un alto potencial de adaptación y mitigación. 

¿Qué es lo mejor que se puede hacer para luchar contra el cambio climático?

Lo mejor que podemos hacer es repensar lo que hacemos cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Tener claro, como ciudadanos y ciudadanas, qué consumimos, de dónde viene, cómo se ha producido, qué impactos tiene asociado su consumo, cuánto desperdiciamos, qué tiramos… 

A los que nos dedicamos a la ciencia solo nos queda seguir trabajando y saber comunicar mejor estos temas. Se necesita una unión entre el ámbito político, el privado, la comunicación y la ciencia. En la prensa también se comunica, en general, mal.

El otro día publicaba un tuit donde ponía de relieve que el IPCC organizó una rueda de prensa donde la sala estaba casi vacía, mientras que la de Greta Thunberg estaba a rebosar. ¿A qué achaca esa comparativa?

Desde luego, en este caso, el problema a quien no atañe seguro es a Greta. Creo que los investigadores e investigadoras tenemos responsabilidad, porque muchas veces no sabemos comunicar bien nuestros mensajes. Estamos centrados en la producción científica. Esto tiene que ver con la forma en la que está estructurado el sistema académico de evaluación. La ausencia de recursos en I+D también es importante: necesitamos recursos para formarnos en la comunicación.

Desde el punto de vista sociocultural, es más interesante y vendible ver a una chica de 16 años enfadada que a un grupo de venerables científicos y científicas hablando de cosas negativas que van afectar al sistema y sociedad de consumo. Al final, todo lo que estamos hablando aquí va a marcar cómo vamos a vivir y cómo nos vamos a relacionar en el sistema capitalista en el futuro.

¿Qué sensaciones le genera esta Cumbre del Clima?

Para España, para la gente que vivimos aquí, va a ser un antes y después. Creo que el nivel de conciencia medioambiental en general y en particular al cambio climático va a aumentar. Ya es alto, según las últimas encuestas. Pero claro, el problema es de lo que se dice a lo que se hace. Creo que, después de la COP, va a ser más directa la relación entre lo que se dice y lo que se hace que antes.

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