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‘Desastres: cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia’

Publicamos un extracto del nuevo libro de la sismóloga estadounidense Lucy Jones. Editado por Capitán Swing, y a la venta a partir del 29 de marzo.
Foto: huracán Katrina.

Extracto del libro ‘Desastres: cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia’, escrito por Lucy Jones y editado por Capitán Swing. Traducción de María Porras Sánchez.

A la venta el 29 de marzo.


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La respuesta humana a la extraordinaria temporada de huracanes de 2017 nos ofrece motivos para ser cautamente optimistas. Mientras que la cobertura mediática del Katrina culpaba a las víctimas, con Harvey se centró en cómo se había unido la comunidad y cómo la expansión de superficies impermeables sin regular había impulsado el desastre. Houston es una ciudad multiétnica, como Nueva Orleans. Los saqueos también formaron parte de su reacción. Pero los reportajes sobre el caos no predominaron esta vez. Me lleva a pensar que quizá nuestro círculo de empatía se está ampliando.

No obstante, se debe tener que cuenta que, mientras que las inundaciones del Katrina afectaron masivamente los barrios más desfavorecidos, el asalto de Harvey fue más igualitario y barrios tanto ricos como pobres terminaron bajo el agua. Es más fácil empatizar cuando te ves reflejada en las víctimas. La respuesta inicial al huracán Maria y a la devastación de Puerto Rico también sugiere que la empatía fluye más despacio cuando las víctimas son estadounidenses que no hablan inglés.

La empatía es un buen comienzo. No obstante, uno de nuestros mayores desafíos como individuos es ir más allá de la empatía y pasar a la acción, superar la sensación de impotencia que nos inspiran los desastres naturales. Pasar a la acción, tomar el control, ese es el mejor antídoto contra el miedo. Si has leído hasta aquí, puede que te estés preguntando qué puedes hacer para que tu hogar y tu comunidad sean más resilientes ante los riesgos que tienen por delante. Aquí tienes algunos primeros pasos que merecen la pena:

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Fórmate. Todos los pueblos y ciudades pueden sufrir algún tipo de desastre natural. Investiga a qué riesgos se enfrenta tu comunidad y trata de ser racional para distinguir el más significativo. Por ejemplo: los terremotos están condicionados por la aleatoriedad y la falta de certezas, pero es posible que en tu comunidad las inundaciones sean una amenaza más grave. Observa cómo los científicos cuantifican el riesgo y recuerda que estudian lo que la Tierra hará en general, no lo que te hará a ti. Tu búsqueda puede comenzar en la Oficina Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y el Servicio Geológico de Estados Unidos, para riesgos geológicos.
Es importante que valores qué nivel de daños podría asumir tu comunidad. Gran parte se puede prevenir. FEMA, la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias, tiene recursos que describen las estrategias de mitigación (formas de disminuir las pérdidas) para distintos tipos de riesgo. Tus servicios de emergencias locales, regionales o estatales probablemente tengan también información sobre los riesgos de tu zona y cómo minimizar su impacto. Las acciones que sugieran pueden tener un coste, pero a largo plazo el esfuerzo te ahorrará dinero.

No asumas que el Gobierno te protege. Cuando se trata de la fortaleza y la seguridad de tu casa, tu edificio de viviendas o tu lugar de trabajo, no confíes en el Gobierno por tres razones. Primera: el Gobierno no aprueba las normas de edificación para proteger tus intereses económicos. Su filosofía es que eres libre de cometer imprudencias, aunque no se te permite matarte ni matar a nadie mientras las cometes. Segunda: tu normativa de edificación es buena si es la vigente. Si tienes una hermosa casa victoriana, esta fue construida antes de cualquier normativa de edificación. Tercera: para que los códigos funcionen, tienen que llevarse a la práctica. Un departamento de urbanismo falto de personal es un departamento que no te puede proteger.

Si tienes algún edificio en propiedad, tienes el deber de determinar sus riesgos y si está preparado para soportarlos. Habla con un experto en cimientos o con un ingeniero de estructuras (cuando son edificios grandes). Descubre qué te costaría reforzarlo. Si estás de alquiler, habla con tu casero y con el resto de inquilinos. Hablamos de trabajos de 500 dólares que marcan la diferencia entre daños menores y daños irreparables o la ruina total.

Colabora con líderes locales. Gran parte de las acciones que más afectan a una comunidad se producen a nivel local, como hemos visto en Los Ángeles. Pero los cargos electos solo pueden hacer lo que les exigen sus votantes. Si te preocupan los códigos de edificación, la preservación de los terrenos inundables o la inversión en infraestructuras seguras, tienes que hacérselo saber a tus representantes.

Cuando lo hagas, recuerda que las medidas preventivas suelen funcionar mejor cuando intentan adaptarse a un proceso físico en lugar de impedirlo. Intentar detener el cauce de un río o la sedimentación siempre será mala idea. No hay un mecanismo para frustrar los terremotos y nunca lo habrá. Pero la decisión de una ciudad de construir infraestructuras tan sólidas como sea necesario (y no tan sólidas como la ley vigente requiera) puede salvar vidas. Funciona mejor si nos preguntamos: «¿Qué desenlace es completamente inaceptable y qué debemos hacer para impedirlo?».

Trabaja con tu comunidad. Recuerda lo que está en juego. Seguramente, sobrevivirás al desastre. Incluso en Pompeya, el 90% de los habitantes escaparon. Es la comunidad, la sociedad en sí misma, la que está en riesgo. Sabemos que el daño es mayor cuando el sistema ya estaba debilitado. Una comunidad de personas que se conocen y se preocupan unas de otras conseguirá sobreponerse. Una comunidad dividida, que prefiere prepararse comprando armas o construyendo búnkeres fortificados, está en riesgo. Se convierte en una profecía condenada a cumplirse: si tratas a tu vecino como a un enemigo en potencia, lo conviertes en uno y contribuyes a que la sociedad se derrumbe.

En los meses y los años que suceden a un episodio catastrófico, cuando el polvo del desastre se ha asentado, se toma el pulso a una comunidad y se pone a prueba su futuro. Aquellos que continúan y prosperan lo hacen porque hay individuos que realizan sacrificios por el beneficio ajeno. Jon Steingrimsson mantuvo unida a su comunidad a pesar de su propio sufrimiento y su pérdida. De Carvalho inspiró al rey y a sus súbditos para reconstruir Lisboa antes de que les atenazara la desesperación. En Japón, Maki Sahara dejó a un lado su vida de ama de casa para ayudar a las madres de Fukushima a afrontar el miedo a la radiación; Mio Kamitani abandonó su vida anterior para hacer de Otsuchi, su hogar adoptivo, el lugar con el que sueñan sus habitantes. No son solo los líderes electos quienes nos conducen a la recuperación.

Recuerda que los desastres van más allá del momento en que suceden. Para gestionar los desastres con efectividad debemos, tanto a nivel individual como comunitario, centrarnos en tres momentos diferentes: debemos construir y reforzar nuestras estructuras antes, para minimizar el daño, debemos responder con efectividad durante, para salvar vidas, y debemos salir unidos después, para recuperarnos. Reconoce que los tres momentos son importantes. Amplía tu definición de qué significa estar preparados, no solo preparados para responder a corto plazo.

Hazlo con tus vecinos y amistades. Una iglesia o una mezquita que se ha preparado antes de un desastre, ha reforzado sus instalaciones y ha organizado a su gente es una institución que puede ser el núcleo donde después se apoye el resto de la comunidad.

Piensa por ti. Fue el exceso de dependencia y de confianza en las soluciones de ingeniería existentes el que llevó al pleno de Otsuchi a reunirse detrás del dique marino después del gran terremoto de Japón oriental, exponiéndoles al tsunami. Pusieron sus vidas en manos de científicos desconocidos en lugar de responsabilizarse. Otros te pueden dar la información y tú deberías hacer lo posible por entenderla. Pero, al final, tú decides tus acciones.

Los desastres naturales son cada vez más frecuentes. Como hemos comprobado, el calor —en los océanos y la atmósfera— es el motor de las tormentas más extremas, y se espera que el calentamiento global intensifique la cantidad y la distribución espacial de los riesgos. Aún más significativa es la expansión de nuestras ciudades y la creciente complejidad de la vida en las urbes. Los habitantes de las ciudades dependen cada vez más de unas redes y cadenas más sofisticadas: el agua, los alimentos, la electricidad, el alcantarillado, por no mencionar que cada vez somos más dependientes de los móviles e Internet para hacer cualquier cosa. La cifra de personas vulnerables crece rápidamente.

Mientras que solo el 14% de la población mundial vivía en núcleos urbanos a principios del siglo xx, más de la mitad de los seres humanos viven ahora en las ciudades, casi cuatro mil millones de personas.7 Muchas de estas ciudades están situadas junto al mar, en lugares propensos al paso de los tornados, cerca de fallas o en la falda de los volcanes.

Necesitamos aceptar que el momento en el que ocurrirá un desastre es azaroso, es posible que nunca seamos capaces de anticipar el cuándo de los más grandes.

Los seres humanos buscamos el significado en todo lo que hacemos. Por una parte, es una cuestión de autopreservación: nos ha motivado a buscar patrones, anticipar y predecir amenazas futuras. Pero, a un nivel más profundo, revela el deseo de que algo bueno surja de nuestras acciones. Necesitamos darnos cuenta de que nuestra búsqueda de significado nos puede llevar a preguntarnos por qué una cosa así nos ha sucedido, cuando ese impulso puede llevarnos a preguntar: «¿Cómo puedo cooperar con mis vecinos para prepararme y recuperarme?».

El futuro es insondable. Podemos ver patrones y asignar parecidos, pero el tiempo solo se mueve en una única dirección. No podemos saber cuál será la próxima ciudad de las muchas del planeta que experimentará uno de los grandes en el transcurso de nuestra vida. Pero podemos decir con seguridad que sucederá en algún sitio.

Y cuando lo haga, en este mundo global y conectado, todos seremos partícipes. Compartiremos el dolor de las víctimas cuando la información llegue a nuestros teléfonos y ordenadores. Nos enfrentaremos al impulso de culparlos, tratar de entender qué hicieron para merecer ese infortunio. Buscaremos un motivo que nos libre de correr la misma suerte. En otras palabras: experimentaremos el miedo que surge de la aleatoriedad. Pero siempre podemos reconocer esos impulsos en nosotros mismos y en aquellos a nuestro alrededor y decidir superarlos. Podemos reconocer nuestras reacciones instintivas y enraizadas al desastre, pero dejarnos guiar por nuestra enorme capacidad para la empatía, nuestro deseo de ayudar. Podemos usar lo que sabemos ahora para ayudar a quienes más afectados se vean por el desastre, y para evitar el daño a quienes vendrán. Los desastres naturales nos golpean juntos, y juntos debemos volver a levantarnos.

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